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Sólo Tú eres Santo

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28 de enero de 2012
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Cuarto domingo del Tiempo Ordinario.

"Estaba en la sinagoga un hombre que tenía un espíritu inmundo y se puso a gritar: ¿qué quieres de nosotros, Jesús Nazareno? Jesús lo increpó: cállate y sal de él". San Marcos, cap. 1.

En hebreo "ruáh" quiere decir espíritu, fuerza interior, alma, vida, influencia, modo de ser, poder transformante. Dios es un Espíritu que, al comienzo del mundo, dio origen a la primera nebulosa. Ordenó luego el camino de los astros y la vida de los seres inferiores. Un día, al soplar sobre el barro, creó al hombre y le infundió una vida semejante a la suya.

La Biblia habla además de espíritus inmundos. Llama así ciertas enfermedades, esas taras que aquejan a los mortales, fuerzas del mal que actúan entre nosotros. Jesús vence con su palabra estos espíritus, como en el caso de este hombre que acude el sábado a la sinagoga de Cafarnaum.

Hoy también, aunque de otras maneras, nos dominan espíritus inmundos. Se revisten de formas decentes, aceptadas en sociedad y con cierta apariencia de cristianismo.

Podríamos preguntarnos: ¿Quién padece un peor espíritu: la joven que queda embarazada, o su familia que se niega a ayudarla?

¿El muchacho drogadicto, o la madre que lo ha rechazado desde antes de nacer?

¿El cristiano que revela con su conducta una Iglesia de rostro adusto y vengativo, o quienes sistemáticamente repudian esta Iglesia?

¿Los que por diversas circunstancias viven su amor fuera de los esquemas legales, o quienes evitan su trato por no contaminarse?

¿Quien frecuenta escrupulosamente el culto externo, sin convertirse de corazón o el que no practica, pero vive, aun sin saberlo, los valores del Evangelio?

Aquel endemoniado de Cafarnaum confesaba a gritos el poder de Jesús y le llamaba a boca llena el Santo de Dios.

También nosotros un buen día llegaremos a entender aquella frase de la liturgia: "Porque sólo Tú eres Santo"

Todos los demás, aunque nos presentemos en público como perfectos, tenemos dentro muchas fuerzas negativas, padecemos muchos demonios.

Nuestras deficiencias pudieran no ser materia de confesión, pero nos pesan en el alma, empequeñecen nuestro yo, desdibujan esa perfección personal que deseamos.

Esta comprobación pudiera volvernos pusilánimes.

Los adultos, que hemos luchado tanto, ¿seremos menos perfectos que los jóvenes? Los jóvenes, que defendemos unos valores más auténticos, ¿tendremos los vicios de épocas anteriores? ¿El cristiano no tendrá siquiera la recompensa de sentirse en paz consigo mismo?

Son preguntas inquietantes. Es verdad: hay una especie de introspección que causa tedio y hace que nos sintamos desvalidos e inútiles. Pero entonces busquemos al Señor.

Aquel hombre, que un día de sábado se asoma a la sinagoga para encontrarse con el profeta de Nazaret, nos señala un camino. Después de aquel encuentro las cosas cambiaron para él definitivamente.

Podríamos hoy evaluar nuestra vida delante del Señor, quien es el único Santo.

(Publicado el 31 de enero de 1982).

www.tejasarriba.org

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