¿Son necesarias las crisis para cambiar? ¿Tiene el ser humano la capacidad de anticiparse a las crisis para que no lleguen? La respuesta positiva a la primera pregunta nos consuela de lo malo que sucede. Sabemos lo que significa mal de muchos. El hombre, por otra parte, es un ser inteligente, capaz de preverlo todo y así tomar medidas para que lo bueno, no lo malo, suceda.
La crisis económica mundial ha sido una sorpresa. Esperábamos y no esperábamos que llegara, sobre todo como está llegando.
Explotó en los Estados Unidos. Creímos que estaba confinada a ese lugar. A medida que pasa el tiempo, descubrimos que la crisis tiene alcance mundial.
Lo que afecta a ese país, afecta al mundo entero. El mal está diseminado. Todos los días aparecen nuevas manifestaciones, cuyo alcance aún desconocemos.
La experiencia de otras crisis servirá, con el peligro de una ilusión. La experiencia es un tesoro que no sirve para nada. Nadie experimenta en cabeza ajena.
Jesús era un sabio. Acuñaba en frases cortas la sabiduría humana y divina. "Nadie puede servir a dos señores. No podéis servir a Dios y al Dinero" (Mt. 6, 24). Dos señores incompatibles. En la medida en que el dinero obtiene calidad de señor, Dios queda relegado. S. Teresa habla con entusiasmo desbordado de "su Majestad" refiriéndose a Dios. Su grandeza, superioridad y autoridad son únicas.
El hombre actual ha suplantado la majestad de Dios por la majestad del dinero. Los resultados están a la vista. De adorador ha pasado a idólatra. Un dios que tiene ojos y no ve, oídos y no oye, pero lo arrasa todo.
Edith Stein, filósofa y mística cristiana, carmelita, hace esta reflexión: "Entre las peculiaridades del ser del que nos estamos ocupando (el hombre) se cuenta la de que es finito. Es característico de todo lo finito el hecho de que no puede ser comprendido exclusivamente por sí mismo, sino que remite a un primer ser que hemos de considerar infinito [?] Sin relación con el ser de Dios sería incomprensible".
Por apegos, codicia y consumo, su Majestad el Dinero se apodera de todo, cortándole al ser humano las alas para hender el infinito. Infinita es la torpeza del ave que se limita a caminar. Pierde el señorío del espacio infinito, propio de su grandeza. Sólo la codicia de Dios puede salvar al hombre, codicioso por naturaleza, de la codicia del dinero.
* Monticelo, Centro de Mística.
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