Un delicioso aroma sale de la cocina del apartamento de Marcela Sierra y su esposo Ricardo Londoño, una vez abren la puerta. Los sentidos tratan de definir y recordar: ¿tortas? Sí. Huele a torta casera, como la que preparaba mamá.
Aroma y tortas tienen un nombre sugestivo: La Petite Madeleine, los productos de repostería que esta pareja vende desde hace un poco más de dos años.
Para ellos aplica, como verdad, que cuando se cocina con amor se nota: el sabor es diferente, siempre delicioso.
Ricardo heredó el gusto por la cocina de su mamá, mientras que Marcela decidió echar abajo esa creencia de que las zurdas no son buenas en ese lugar, menos batiendo tortas (porque la mezcla no sube, dicen), razón por la cual nunca pudo hacer parte de esta labor.
Al sabor casero le agregan originales diseños a los que a veces da tristeza darles un mordisco: un girasol, un tren, una catedral inspirada en la de Notre Dame de París, o un estadio decorado con gomitas y M&M de colores, dependiendo del hincha que esté de cumpleaños. Y aunque Marcela no es la más aficionada al fútbol, les pone toda su pasión a la hora de los detalles.
Poco a poco el negocio de La Petite se ha hecho grande entre amigos y conocidos, que quieren probar sus productos que se alejan de la imagen de tortas tradicionales y semejan pequeñas obras de arte.
"La clave está en que las tortas siempre nos quedan iguales. Tenemos una fórmula para cada receta y a todas les ponemos las mismas ganas y el mismo cariño. Es una mezcla entre el talento de Marcela y mi ingeniería", dice Ricardo.
Las galletas, las ciruelas cubiertas de chocolate y los nuevos muffins de queso y de manzana y nueces, son los productos que alborotan el egoísmo, como se los han manifestado algunos clientes a la pareja. Las delicias de La Petite son tal que no se comparten y se esconden para disfrutar en solitario.
Luego del sabor, de los ingredientes y del amor, Marcela y Ricardo mencionan la frescura.
El ingeniero de casa se asegura de que los productos salgan del horno de Marcela directo a la mano de sus clientes en una práctica caja diseñada por el publicista y amigo Pedro Zuluaga, aunque muchas veces tenga que aguantarse las ganas de comérselas en el carro durante el recorrido, ya que el olor es irresistible.
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