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Un nombre para toda la vida

19 de noviembre de 2009
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Los piecitos quedan en el papel, en pequeñas miniaturas de color negro. Y quedan acompañando el María, el Salomé, el Camilo o el Sebastián. Eso depende.

La mayoría llora, mientras los papás dicen (y ponga usted la voz un poco infantil): "¿Qué le están haciendo a esa bebé, quién me la está molestando?".

Y la molestia, muy corta, tiene que ver con eso que va a llevar con él para toda la vida: su nombre.

El primer recorrido que hace Gonzalo Franco, auxiliar de registro civil hace más de 23 años, por la Clínica del Prado, en la sección de maternidad, es preguntar "¿Van a registrar el niño?".

Si dicen que sí, les hace la lista: el certificado de nacido vivo, la fotocopia de la cédula y otro más, dependiendo si son casados o la mamá es soltera. Para terminar, y tal vez lo más importante, el nombre.

"A veces no lo traen pensado y se lo ponen sobre la marcha -dice Gonzalo, casi en forma de queja-. Me acuerdo un día que una pareja le puso el nombre de la médica, que porque los había atendido muy bien. Eso ni la vuelven a ver".

Un golpecito suave a la puerta. Luego hace girar la manilla, pregunta que si están listos y se sienta. Lo primero, por supuesto, preguntar por el nombre. "Yo me aseguro que le pongan uno bien bonito", bromea el auxiliar con Alejandra López y Cristian Camilo Giraldo, dos padres que esperan por el registro.

El nombre, Juan José. "Me gusta", lo aprueba el auxiliar. Risas. Luego siguen los datos, las firmas y ahora sí, las huellas del recién nombrado. Bien, Gonzalo se asegura de tener un papel en blanco para que los papás queden con el recuerdo.

Después hay que coger al pequeño, limpiarle los piececitos que quedan negros y arrullarle.

Una elección muy difícil
Pensar el nombre de un bebé puede ser una tarea difícil, divertida o desapercibida. Cambia según la familia.

Vannesa Jaramillo no le quita la mirada a la bebé. ¿Cómo se llama? Manuela, contesta ella, la hermana, mucho antes que Cristina e Iván, los papás.

¿Y quién eligió el nombre? Y mientras ellos dicen que todos, Vannesa se señala. Luego explica que cuando "era chiquita siempre me lo ponía".

Manuela nació a las 6:18 p.m. y eran las 10:30 a.m. cuando ya tenía, legalmente, su nombre. Sin embargo, desde los cinco meses sabían que ese era el de ella. "Es que es muy bonito. Significa Dios está con nosotros", cuenta Cristina.

El nombre es, y Gonzalo se encarga de dejarlo claro, para identificarlos y diferenciarlos de todo el mundo. "Cada uno es uno", concluye.

El hombre de los nombres sigue tocando en cada pieza, preguntando cómo se va a llamar el bebé y quedándose con las historias, porque tiene muchas, tanto que el tiempo no le alcanza para contarlas.

Y después de su paso los bebés vuelven a dormir, todavía con el negro en sus pies. No se dan cuenta que ya llevan un nombre, que podría ser Juan o Emanuel, pero es ese, que es solo suyo.

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