Llegó la hora de aprender a comportarse en la ciudad: hoy el 50 por ciento de la población mundial vive en ciudades, según la ONU.
¿Qué significa esto? Que cada vez estamos más juntos, que compartimos más cosas. Significa que presionamos cada vez más la capacidad de la naturaleza para sostener la vida humana. Significa el surgimiento de retos que sólo una mezcla de sentido cívico y conciencia ciudadana y el entendimiento del ser humano como parte del mundo que lo rodea pueden ayudarnos a afrontar.
El dato cambia dependiendo de la fuente, pero se calcula que hoy en día existen aproximadamente 26 megaciudades, ciudades con más de 10 millones de habitantes. Ciudades como Medellín no caerían en esta categoría, pero eso no significa nada si analizamos su densidad poblacional y su crecimiento acelerado, como es el caso de muchas ciudades de los países en desarrollo.
Las aglomeraciones urbanas son indudablemente una fábrica de conocimiento y de dinero y ofrecen una mejor calidad de vida a sus habitantes, pero los ciudadanos nos olvidamos a veces de dónde vienen los recursos necesarios para mantenerlas. Nos olvidamos que, -como decía mi abuelo- hay que tener "harto fundamento" y comportarse como damas/caballeros.
Las ciudades son organismos complejísimos, tal vez los más complejos creados por el hombre, pero no son autosuficientes. Estos organismos necesitan del cuidado y nutrición de sus habitantes, en una relación mutuamente beneficiosa: si cuidamos de ellas, ellas cuidarán de nosotros.
Las ciudades son aeróbicas, necesitan aire para vivir. También tienen una piel pálida (falta de verde) y delicada, que sufre con el maltrato que le propinamos: la violencia y la intolerancia les causan manchas y cicatrices. Sufren de altos niveles de "carresterol", el cual bloquea sus vías y arterias. Las ciudades tienen problemas de adicción a los combustibles fósiles y al dinero y les causan daño a los "fumadores pasivos" que las rodean. Las ciudades tienen problemas digestivos, especialmente en su sector industrial. Sufren de tensión, reflejada en sus habitantes y les duelen los huesos por tanto peso que soportan.
Tratar de recobrar la salud de las ciudades no significa volver a tiempos antiguos, subdesarrollados. Significa generar un cambio desde el interior de su organismo, que a su vez debe ser un cambio en el interior de nuestro propio organismo. Urbanidad urbanística (no busquen el término, yo me lo inventé) propone un capítulo adicional a la ya muy olvidada "urbanidad de Carreño", en la que se enseñe a tratar bien lo que tanto trabajo ha costado construir.
Que se enseñe a ser agradecido por todo lo que la naturaleza le dio a lugares como el Valle de Aburrá y a entender que todo se puede acabar en este mundo; que se enseñe a compartir; que consumir más no es sinónimo de vivir mejor; que todos somos células que conformamos el enorme tejido urbano, el cual nos permite vivir, crecer y mejorar como seres humanos.
Este capítulo no hay que escribirlo, pues ya está escrito. Sólo hay que transcribirlo a un lenguaje que todos entendamos.
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