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Y la noche que llega

20 de diciembre de 2008
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Nos asustó crecer. ¿Qué haremos ahora con la recesión?

Le pareció a la Junta del Banco de la República que el 8 o 9% anual era mucho crecer. Mejor que eso, una plácida medianía del cinco o cinco y medio, con lo que tendríamos garantizada pobreza para largos años y esa modesta condición vital a la que nos sentimos condenados para siempre. Personajes así fueron los que inspiraron " El Hombre Mediocre " de José Ingenieros, inolvidable libro compañero de nuestra juventud. Aspirar a poco, creer en poco y luchar por poco, para terminar siendo mucho menos que poco, es la línea de flotación del alma colombiana.

Para lo que alguno de los corifeos de la Junta llamó un aterrizaje suave, nada mejor que la eterna receta de aumentar las tasas de interés. En eso el República es especialista. Para defender el peso colombiano de extranjeros ataques, hacia 1997 fue capaz de elevar los intereses a tasas superiores al sesenta por ciento, con impresionantes resultados. Quebró la economía colombiana, liquidó el sistema bancario, lanzó a la desesperación una enorme porción de la clase media, que perdió cuanto tenía, una casa pendiente de la deuda en Upac.

Así que nos montó otra vez en su viejo conocido, el ascensor en el costo del dinero. Justo cuando en los países ricos, que veían encima el espectro de la recesión, bajaban sus tasas, sin miedo de llevarlas a términos inusitados. El resultado fue el que exactamente tenía que producirse. La llegada de capitales golondrina en cantidades asombrosas, que precipitaron la formidable revaluación del peso, la mayor de ningún signo monetario en el mundo. Es pura confianza en nuestra economía, decían los sabios del Banco. Es simple especulación con nuestra tontería, uso de nuestra debilidad, aprovechamiento de un error colosal, replicábamos los demás. Y se quebraron muchas empresas, espantamos a los exportadores, les dañamos sus mercados y sustituimos el trabajo nacional por el de cualquier parte.

El Banco sabía lo que hacía. Aquello de combatir la inflación reduciendo la demanda era pura fábula, porque las tasas altas no bajan el petróleo ni los precios internacionales de los alimentos. Pero sí estimulan importaciones baratas que arruinan el productor nacional, lo que parecía la consigna. Y por supuesto, maquillan el balance del Gobierno, que cada vez debe menos en pesos trasladados a dólares. De esa espiral del infierno nos salvamos con la crisis de confianza que retrajo los capitales extranjeros y el peso perdió algo de su mentiroso valor. Pero el Banco es tozudo, terco, inflexible. Y se mantiene en el diez por ciento de interés cuando en todas las economías competitivas lo bajan para derrotar la recesión, aquella que hace, sola, el milagro de contener los precios.

El Banco de la República tuvo, otra vez, uno de esos éxitos siniestros que acompañan su carrera. Aterrizamos, claro que no suavemente. Nos fuimos de bruces, con industria y comercio sin crecimiento, construcción estancada, servicios en picada, salvo los financieros, y no por mucho tiempo. El paro ya tocó al gobierno, que sabrá Dios cómo cierra sus cuentas en este escenario de empobrecimiento general. Pero el dólar sigue su marcha decadente. Cuando exportamos petróleo, carbón y níquel a la tercera parte de su antiguo precio; cuando se caen las transferencias de los emigrantes; cuando se angostan los mercados para los productos no tradicionales, nadamos en moneda extranjera. La causa, ya se sabe. Y la duración de esa farsa, también.

Y ahora sí llega la noche. De la recesión inducida pasaremos a la inevitable. Otra vez nos llega la pobreza estando pobres, que es lo peor que a uno puede pasarle. El Banco de la República pregonará su inocencia y dirá que la recesión era imprevisible. La del año entrante será difícil de esquivar. La de este año, imposible de explicar.

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