Nunca hubo una muerte más anunciada. Nunca tanto como la de esta humanidad. Una muerte que ya se avecina, que se asoma, sin timidez, a la vuelta de la esquina, a una fracción de distancia: 1,5.
Ya se ha anunciado, hasta el cansancio, que sobrepasar 1,5 grados centígrados de aumento de temperatura podría suponer una catástrofe global y aún así, nadie parece escuchar. Ya el planeta aumentó 1,1°C y, de seguir por este camino, para mitad de siglo alcanzaría 2,7°C.
Y para eso era la cumbre climática “más importante”, la 26° Conferencia de las Partes, o COP26: para decidir el futuro, para escuchar y prevenir, para cambiar el rumbo. Pero, tal como lo dijo Greta Thunberg, fue solo bla bla bla y unas cuantas acciones pintadas, a la fuerza, de verde. Un montón de políticos posando de preocupados y ambientalistas ante las cámaras para ganar el favor de la gente.
De esa reunión dependían las futuras olas de calor, las inundaciones, los eventos hidrometeorológicos extremos, el aumento del nivel del mar, el derretimiento de los glaciares polares y de montañas, incluso las epidemias y una gran cantidad de enfermedades asociadas al clima, riesgos a la seguridad alimentaria y a la economía global y, sobre todo, más pobreza para los ya pobres. Y las conclusiones no son muy alentadoras.
Como dice el profesor de la Universidad Nacional de Colombia y miembro del Panel Intergubernamental de Cambio Climático, Germán Poveda, al menos se reunieron, al menos se sentaron a discutir, al menos ya estos temas están en la agenda pública y ojalá sí cumplan lo que dicen que harán. Ojalá esos planes plasmados en papel se hagan realidad, pero para eso no hay garantías “y así difícilmente vamos a lograr algo”.
Un círculo vicioso
Ya pasó la COP24, la COP25, la COP26 que se aplazó el año pasado pero por fin ocurrió este y seguramente vendrá la 27, la 28, la 29... Y así hasta alcanzar el año 2030 y el 2050 o hasta llegar a los 2°C, lo que sea primero.
Y en cada una se pedirán “objetivos más ambiciosos” que el año anterior porque no se están cumpliendo los acuerdos ni se cumplirán, porque apelan a la buena voluntad de cada país y no son jurídicamente vinculantes (obligatorios).
Es un círculo vicioso. “Yo estoy cansado de ver resultados de las COPs porque siempre son políticos, con negociaciones bajo la mesa, con grupos de interés, de lobby”, agrega Poveda. Cosa que este año no fue diferente.
Para Andrés Gómez, investigador del Área de Energía y Justicia Climática de Censat Agua Viva Colombia, es igualmente preocupante que esos acuerdos no tengan doliente, que se basen solo en las promesas, “que si se cumplen o no se cumplen no les importa”. Mejor dicho, esos acuerdos de una vez nacieron muertos.
De nada vale que viajen todos los gobernantes hasta Glasgow a posar de ambientalistas y preocupados, añade Poveda, cuando no hay compromisos claros ni exigentes y cuando les preocupa más las relaciones, los negocios y el dinero: hablan de no más combustibles fósiles, pero a eso no le aclaran fechas ni acciones y las compañías asociadas a esta industria ponen trabas para que no se les acabe el negocio.
Los que fueron a Glasgow
A Escocia llegó un montón de gente: ambientalistas, manifestantes, niños, niñas y jóvenes; parlamentarios; empresarios; y personas del común de muchos países, etnias y religiones.
De hecho, la noticia llenó los titulares de los primeros días: el aeropuerto se llenó de aviones y se registraron 182 llegadas solo en el primer par de días y 76 jets privados. Un informe de la organización europea Transport & Environment explicó que los privados son diez veces más contaminantes que los aviones de pasajeros y la industria aérea también aporta 2 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. Era, entonces, toda una contradicción que a la cumbre climática llegaran, de una vez, contaminando.
Además, muchos de los que asistieron lo hicieron con intereses claros. Según un análisis de la organización Global Witness publicado por la BBC, se registraron aproximadamente 40.000 delegados a esta COP, la más grande de la historia, de los cuales al menos 503 fueron personas con vínculos con la industria de combustibles fósiles lo que, de acuerdo con Gómez, es incluso más que el número de delegados que llevó Brasil, que fue de 470, o el total de los delegados de todos los países más pequeños y afectados por la crisis, como Bangladesh o Myanmar.
Esos delegados, que terminaron siendo el grupo más grande de todos, seguramente fueron con la idea de presionar en favor de los intereses de su industria de petróleo y gas, de hacer lobby para no dejar que hubiera acuerdos fuertes que permitieran impuestos a estos combustibles o que se tomaran otras decisiones que los afectaran. “Y entonces seguiremos subsidiando nuestra propia destrucción”, puntualiza Poveda, porque ellos mueven, y lo saben, tanto dinero y poder que los gobiernos no querrán dejar de recibir sus beneficios y caerán rendidos a sus pies.
¿Hubo representación?
Thunberg, en nombre de muchos, decía la semana pasada que la cumbre era, además, excluyente y que el futuro estaba ahí afuera. Solamente llegar hasta Glasgow u hospedarse unos días ya era caro, inasequible para muchos, “con muchas reglas de cuarentena para ingresar a la cumbre, precios exorbitantes, negociaciones a las que no se permitió entrar... un ambiente hostil para las visiones alternativas”, añade Gómez.
Reunirse es bueno, conversar, discutir, argumentar y decidir en torno a una meta común. Pero tal vez las metas no eran las mismas y tal vez no se incluyeron en esas reuniones a todas las partes.
Aparentaron que sí hubo inclusión: se llevaron a varios niños y jóvenes a dar algunos discursos, se dedicó un día entero a la equidad de género y tuvieron a uno que otro indígena con traje tradicional pero, al final del día, quienes firmaron los compromisos fueron los mismos hombres blancos de siempre, aunque ante las fotos, para las imágenes, sí se oyeron las voces de los más débiles, desamparados, las minorías y los marginados, puntualiza Poveda.
“Nuestros indígenas colombianos llevan 10.000 o hasta 15.000 años coexistiendo tranquila y pacíficamente con el medio ambiente; conocen cómo funcionan sus territorios en términos hidrológicos, climáticos, bioquímicos, ecológicos y por eso deberían incluirse en la discusión ambiental”, continúa.
Era necesario que, en esta ocasión, esas decisiones se tomaran de abajo hacia arriba y no viceversa. Que no se hicieran en una oficina en Bogotá, sino en conversación con las comunidades, sobre todo en un país tan diverso como Colombia. ¿Fue así?
No hay justicia
El cambio climático es un problema profundamente injusto. Los países más ricos, los más “desarrollados” son los que más han aportado a la crisis y a la degradación de los sistemas climáticos, pero son también los que más herramientas tienen para afrontar las consecuencias. Los más pobres, en cambio, que poco tuvieron que ver y que casi no emiten gases de efecto invernadero, son los más vulnerables.
Por eso, para Gómez, más que acordar carbono neutralidad o cero neto, que es casi imposible de alcanzar, los más poderosos, los del norte global, deberían haber hecho más transferencias de dinero directas para ayudar a los que no pueden a adaptarse a la realidad que se avecina, los del sur global. En cambio, muchas de las decisiones siguen beneficiando a los mismos de siempre porque se aseguraron de ir hasta allá y no permitir que fuera diferente, como ya se explicó en el punto anterior.
Prioridades
Los combustibles fósiles son los responsables del 86 % de las emisiones totales de gases de efecto invernadero en todo el mundo. La necesidad, entonces, estaba clara: disminuirlos, eliminar la dependencia. Es positivo de esta cumbre que es la primera vez que se habla de forma directa de este tema, “lástima que haya sido saboteado por potencias como Arabia Saudita en temas de petróleo o Australia en carbón, que trataron hasta el final de que ese señalamiento a los fósiles no fuera directo”.
Positivo fue también que se hablara del metano y que más de 100 países acordaran la reducción de 30 % de sus emisiones para 2030, porque como explica Poveda, se trata de un gas que es 80 veces más potente que el dióxido de carbono. Aún así, 30 % no parece suficiente ni ambicioso y Colombia, por ejemplo y mientras tanto, sigue promocionando explotaciones de yacimientos de gas como el de Córdoba y Sucre para sacar metano masivamente.
En resumen, hay iniciativas positivas, como la llamada Beyond Oil and Gas Alliance para desestimular la dependencia a los combustibles, o la No Fossil Fuel Proliferation Alliance, y hay personas hablando sobre el tema de la crisis climática, tan urgente; hay intenciones, promesas y compromisos.
Siendo positivos, es necesario apelar a la intención política y a la buena acción de los gobiernos y de las empresas, porque ya es necesaria la transición a energías limpias y renovables, hay que proteger ríos, selvas, páramos, nevados y glaciares y hay que actuar. Es mejor que haya COPs y que, al menos, se discuta la problemática a que no haya nada.
40.000
delegados se registraron, aproximadamente, a esta COP26.