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mil cubanos intentaron llegar o arribaron a los Estados Unidos durante 2014.
Hace dos años, el izado de la bandera estadounidense en el Malecón de La Habana significó una inyección de esperanza incluso para muchos cubanos que esperaban, con eso, la reapertura de la Embajada de Estados Unidos en Cuba, el inicio de una nueva época en la que dejarían atrás el estancamiento de décadas de bloqueo económico, Guerra Fría y nulas libertades políticas.
De inmediato se empezaron a ver banderas estadounidenses en toda Cuba, ondeadas por un pueblo que no ha olvidado esa cercanía geográfica e histórica a su gigante vecino a pesar de décadas de una enemistad que en muchos casos fue magnificada por los políticos en ambas orillas.
Un viraje fundamental fue la llegada de Barack Obama a la Casa Blanca (2009) y su iniciativa para restablecer las relaciones diplomáticas y comerciales con la isla desde el 17 de diciembre de 2014. El 20 de marzo de 2016, Obama fue aclamado por los cubanos en la primera visita a la isla de un mandatario estadounidense tras 88 años.
“Yo como revolucionaria y cubana me siento contenta. Quisiera tener la oportunidad de poder verlo en persona, sé que es difícil, pero quisiera verlo”, dijo ese día a AFP Iris Ortiz, dueña de una tienda en La Habana.
“Me parece que si Obama viene, debe ser para mejorar la situación del pueblo, algo que tanto necesitamos. Hemos resistido por mucho tiempo, pero si hay una mejoría la vamos a recibir con amor”, afirmó Segundo Álvarez, entrenador de boxeo de la capital.
Desde el 17 de diciembre de 2014, y en especial durante la visita de Obama en 2016, los cubanos llevan ropa con banderas estadounidenses y han expresado su esperanza. Otros tienen miedo, son 50 años diciendo que los norteamericanos son lo peor. No ha sido fácil asumir los cambios, ni en una orilla ni en la otra.
De hecho, hoy esa esperanza se ve más lejana. No por el acostumbrado hermetismo del régimen de los Castro, sino por un retroceso en Washington. La llegada de Donald Trump a la Casa Blanca implicó el retorno del viejo enfoque de la potencia frente a Cuba. Un embargo innegociable, una retórica plagada de advertencias —de sanciones y bloqueo—, y el lobby republicano de Miami —de exiliados cubanos— recobrando sitio predilecto a pesar de la geopolítica.
Eso se evidenció el 8 de noviembre de 2016, día de las elecciones presidenciales estadounidenses, con Florida empezando a inclinar la balanza para los republicanos. Trump tendría que retribuir el favor a los cubanoamericanos con un eventual freno al deshielo con la isla.
El pasado 16 de junio, el actual presidente hizo realidad sus promesas, desde el mismo lugar en que las había hecho, La Pequeña Habana en Miami. “Ha nacido una nueva política. Doy por cancelado el acuerdo de Obama. No apoyaremos al monopolio militar que oprime a los cubanos”, dijo.
Trump impuso de nuevo restricciones a los vuelos de estadounidenses hacia la isla y a negocios con empresas cubanas, algo que su antecesor Barack Obama había tumbado gradualmente.
El pasado lunes 14 de agosto se cumplieron dos años desde la reapertura de la Embajada de EE. UU. en Cuba. Pero el sentimiento de cubanos y estadounidenses ya es agridulce. ¿Qué efectos dejará el paso de una administración adversa en Washington sobre un deshielo que esperanzó a la región? EL COLOMBIANO repasó con expertos las principales aristas de esta coyuntura en el Caribe.
Efectos buenos en dos orillas
Pero antes de eso, ¿se han sentido avances tanto en Cuba como en los intereses que buscaba fortalecer Obama al emprender el camino del deshielo? Desde ambas orillas y sin importar su asidero ideológico, las fuentes consultadas coinciden en la evidencia de consecuencias positivas por el proceso de desembargo y el restablecimiento de relaciones entre los dos países.
“Hubo una disminución de las tensiones entre ambas naciones y se firmaron acuerdos en áreas de interés común, como el combate al narcotráfico, la seguridad aérea y la protección ambiental. Han crecido de modo sustancial los viajes a Cuba —así actualmente haya sido restringido por EE. UU. el turismo a la isla—. Asimismo, Washington puso fin a su práctica de acoger automáticamente cubanos que arribaban de manera ilegal a su territorio, una vieja estrategia propagandística de Guerra Fría, que además de discriminatoria, ocasionó sufrimiento a muchas familias”, recalcó Iroel Sánchez, académico castrista y columnista de medios como Cubadebate.
Desde la otra orilla, Brian Latell, exespía de la CIA y profesor adjunto de la Universidad Internacional de la Florida, autor de numerosos libros sobre el régimen de los Castro, también vio positivo el deshielo tras dos años de la reapertura de embajadas.
“El principal avance es que la percepción de Estados Unidos en la región, finalmente logrando pactos con Cuba, mejoró notablemente. Y eso está ahora amenazado con la elevada retórica de Trump, no solo contra la isla sino contra Venezuela. Otro logro que viene desde la administración Obama es que había desmontado la argucia del enemigo externo y su lucha anti-imperialista, algo que debilitó las ramas más radicales del régimen cubano”, explicó.
Latell, quien también fungió como director de Inteligencia para América Latina de la CIA (1990-1994), agregó que otro logro del enfoque diplomático, aún evidente a pesar del freno de Trump, fue incentivar a las nuevas generaciones en la búsqueda de democracia y libertades políticas: “cuando Obama hizo ese llamado en sus discursos en la isla, ciertamente fue escuchado por los jóvenes, y por eso ahora el régimen ha tenido que lidiar con esa nueva situación. Eso es evidente en hechos como la rectificación de Raúl Castro frente a los ‘cuentapropistas’”.
El experto se refiere a esa nueva clase de cubanos emprendedores a los que en principio el gobierno iba a permitir consolidar, y ahora los vuelve a restringir, tal como anunció el pasado 1 de agosto, con una “pausa” en la emisión de licencias para el sector privado.
En las cifras se han evidenciado esos efectos. Un total de 284.565 estadounidenses viajaron a Cuba entre enero y mayo de este año —previo al freno de Trump—, lo que casi iguala el total de visitantes de ese país que llegaron a la isla en 2016 —excluyendo a los cubanoamericanos—, que fue 285.000. Por otra parte, Cuba reportó en 2016 la cifra récord de 4 millones de turistas. Para 2017, las proyecciones de visitantes extranjeros a suelo cubano apuntan a 4.2 millones.
Asimismo, y de forma impensada en tiempos pasados, la Oficina Cubana de la Propiedad Industrial (OCPI), la entidad estatal que examina y otorga los registros de marcas y nombres comerciales en la isla, recibió en 2016 más de 1.000 solicitudes para registrar marcas pertenecientes a compañías estadounidenses, cuando en 2014 apenas 78 marcas de EE. UU. se registraron en Cuba.
Régimen se blinda con Trump
Pero tal como apuntó Latell, a pesar de los avances que se habían logrado durante la administración Obama, hay una amenaza de retroceso tras el inicio del mandato de Donald Trump. No solo porque este último debe cumplir sus promesas ante su electorado, sino porque el régimen de los Castro tendrá nuevamente al alcance de la mano las viejas argumentaciones que le han servido para mantener el poder durante más de cinco décadas.
Los viejos argumentos son los de un gobierno que, más que reprimir, “protege” a la población de amenazas externas, de un “imperio vecino” (Estados Unidos), que pretende en cualquier momento invadir o instaurar un gobierno títere.
“Mi temor y de muchos estadounidenses es que ahora con lo que está haciendo el nuevo inquilino de la Casa Blanca se están arruinando esos avances y se retrocede a la situación previa al deshielo, en la que el régimen no tenía que lidiar con esa presión. En mi opinión, a Castro le preocupaba más el estímulo de Obama al pensamiento libre en la isla, que un retorno ahora al viejo enfoque estadounidense. En cualquier caso, pensando en el largo plazo, puede que las acciones de Obama aún sean significativas y vayan a pesar a futuro”, advirtió.
De hecho, a pesar del freno de Trump a los viajes de estadounidenses y negocios con empresas vinculadas al régimen, aún sigue en pie buena parte del legado de Obama, a saber: se quedan las remesas y viajes ilimitados de cubanoamericanos a la isla; la embajada norteamericana en La Habana y cubana en Washington; la salida de Cuba de la lista de países terroristas del Departamento de Estado; los acuerdos de intercambios en seguridad y aplicación de la ley entre los dos Gobiernos; y fin a la política migratoria para cubanos de “pies secos y pies mojados”.
Mauricio Jaramillo Jassir, docente de la Facultad de Relaciones Internacionales de la Universidad del Rosario, explicó que en la robusta institucionalidad de Washington, sería muy complicado para el magnate ejercer ese freno total que predicó ante los exiliados: “la posición frente a Cuba no la decide solamente el presidente, esa es una de las decisiones más colegiadas. Ahí es clave el Comité de Exteriores del Senado, el Departamento de Estado, son claves los empresarios con intereses en Cuba y que ganarían con el fin del embargo. Hay una posición asumida por Trump, pero podría tratarse más de retórica y de una campaña de nacionalismo que a la larga no derivaría en acciones”.
Aún así, esa retórica del gigante vecino era la que esperaban los sectores más radicales del régimen para blindarse internamente y justificar decisiones como restringir de nuevo a los “cuentapropistas” en la isla.
Pacto con UE abre otras vías
El pasado 5 de julio, el Parlamento Europeo aprobó el nuevo Acuerdo de Diálogo Político y Cooperación UE – Cuba, que supone un capítulo más abierto de las relaciones entre ambas partes, ya que supone el fin a la política de “posición común” del viejo continente (impulsada por José María Aznar en 1996), que imponía restricciones comerciales sobre Cuba.
Con este pacto y al estilo Obama, la UE asegura sus intereses en la isla a la vez que presiona por el retorno de libertades políticas (con una cláusula de salvaguarda en la que si el régimen no respeta los derechos humanos, suspendería su aplicación). Pero a la vez Cuba garantiza mercados alternativos en caso de que el embargo de EE. UU. se vea reforzado con Trump.
Desde la perspectiva cubana, Iroel Sánchez explica lo que logra Castro con dicho acuerdo: “Cuba lleva muchos años con esa estrategia, no solo con Europa sino en otros continentes: diversificar mercados y socios internacionales. Eso es lo que le ha permitido sobrevivir a la agresividad estadounidense. Con este acuerdo Europa está rectificando una postura de seguidismo a las políticas de Washington en relación con la isla, que adoptó a instancias del gobierno español de José María Aznar a mediados de los años noventa. Este nuevo acuerdo no sólo beneficia a Cuba sino también a Europa y responde a intereses de ambas partes. Por supuesto abre nuevas oportunidades en medio de la escalada de Trump”.
Pero tanto Latell como Jaramillo argumentan que la arista europea podría mantener en pie (al menos hasta que Trump deje el poder), la estrategia que buscaba Obama para presionar al gobierno cubano. Para Jaramillo “esa es una oportunidad para hacer presión, porque al régimen le conviene, pero los europeos dejaron claro que necesitan ver señales de cambio. Ahí se abre una instancia de diálogo”.
Latell advierte, por su parte, “que a pesar de que haya acuerdos, las potencias globales, e incluyo a Japón en ellas, son conscientes de que no invertirán mucho en la isla si en el sistema cubano persisten asuntos preocupantes como la corrupción generalizada y la inseguridad jurídica. A la larga, si busca inversiones, el régimen se verá forzado a cumplir y a hacer esos cambios que la contraparte le pide”.
Muro del Caribe sigue en pie
El 6 de noviembre de 2015, y durante una visita de Estado a México, Raúl Castro aseguró que dejará el máximo cargo en la isla el 24 de febrero de 2018. En ese momento, no obstante, nadie presagiaba que un año después Estados Unidos iba a vivir una sorpresiva elección presidencial que significaría un viraje radical en la Casa Blanca.
Aún así, a solo seis meses de que termine el plazo dado por el menor de los Castro para el fin de su era, expertos coinciden en que no hay indicios que auguren todavía la caída de los pilares del Muro del Caribe, el último rezago de la Guerra Fría. Esto es, ni Estados Unidos levantará el embargo económico sobre la isla en el mediano plazo, ni Cuba admitirá el retorno de las libertades políticas y de la democracia para sus ciudadanos.
“Si algo han demostrado los cubanos en el último congreso del Partido Comunista, y en general durante los últimos años, es que les tiene sin cuidado lo que pasa en Washington y en el mundo. Fidel Castro aún estando vivo lo dijo: ‘no esperen ahora que porque lo dice Obama va a haber cambios. Esto no es zanahoria y garrote’. Mucho más ahora, los comunistas siguen teniendo la última palabra”, advirtió Jaramillo Jassir.
En este sentido, es probable —y los tres expertos coinciden—, que el proceso interno de transición presidencial siga y que, tal como auguran quienes conocen los entresijos del régimen cubano, sea Miguel Díaz-Canel —actual vicepresidente— quien asuma el máximo cargo en febrero, sin mayores temores por que Trump esté en Washington. Todo lo contrario.
“Díaz-Canel será el presidente, pero más en sentido figurativo, porque Raúl seguirá moviendo los hilos tras bambalinas, como ya lo hizo durante los últimos años de gobierno de Fidel”, afirmó Latell.
En las calles de La Habana la opinión de la gente es la misma. Para Cecilia Ruiz, propietaria de un hostal, ni la muerte de Fidel “pudo cambiar a la isla en algo. El proceso continúa igual”.
El consenso, en suma, es que lo de Trump significará una “pausa” de unos años, y que por ese y otros motivos el Muro del Caribe se mantendrá sin mayores fisuras. Pero de vuelta en el siguiente período presidencial Washington podría ahondar en ese camino que ya había trazado Obama y que esperanzó al pueblo cubano.
3.354
millones de dólares se enviaron a la Isla en 2015 como remesas. Cifra récord.