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Las promesas de campaña de Donald Trump que más revuelo causaron comienzan a materializarse. La que angustiaba a los 11 países que aún conforman el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica es un hecho.
En su tercer día en el poder, el presidente de Estados Unidos mostró los dientes y firmó una orden ejecutiva, figura que le permite la aprobación de ciertas decisiones sin necesidad de pasar por el Congreso, para retirar al país de ese pacto.
El TPP, su acrónimo en inglés, tardó más de seis años y fue firmado a comienzos de 2016 por Australia, Brunéi, Canadá, Chile, Estados Unidos, Japón, Malasia, México, Nueva Zelanda, Perú, Singapur y Vietnam, países que ahora se debaten entre ratificar el acuerdo en sus parlamentos, salirse como Estados Unidos o conformar alianzas bilaterales.
Las reacciones han sido variadas. Mientras el senador Bernie Sanders, quien compitió contra Hillary Clinton en las primarias demócratas, se mostró satisfecho con la decisión de Trump y se comprometió a trabajar con él si demuestra “seriedad” acerca de “una nueva política para ayudar a los trabajadores estadounidenses”.
No obstante, Edward Alden, experto en competitividad económica del Consejo de Relaciones Exteriores, un centro de análisis en Estados Unidos, escribió en su blog que no hay evidencia de que Trump o sus asesores hayan pensado seriamente en las implicaciones de acabar con el TPP para su propia agenda comercial.
“Trump ha dejado claro que su objetivo es negociar mejores acuerdos que ayudarían a reducir el déficit crónico de los Estados Unidos en el comercio de bienes, dejando a un lado los muchos otros asuntos no comerciales que afectan las balanzas, como que China represente por sí misma casi la mitad del déficit comercial de nuestro país en bienes”, sugiere el experto, y añade que aunque el TPP no era la panacea, habría servido para que las empresas de EE. UU. tuvieran ventajas sobre el gigante asiático.
El retiro de un mercado potente y el retraimiento de EE. UU. son los pronósticos de Felipe Buitrago, analista internacional y estudioso de Asia en la Universidad de Antioquia. “La salida de Estados Unidos va a permitir que se hagan unas renegociaciones entre los demás países y se empiecen a levantar unos bloques generales independientes de ellos”, detalla.
De hecho, el vicecanciller germano, Sigmar Gabriel, ya dijo que la industria alemana aprovechará cualquier oportunidad comercial en Suramérica y Asia que genere el nuevo proteccionismo de EE. UU.; el presidente de Francia, François Hollande, anunció en Colombia que su país comenzará conjuntamente con la Unión Europea una negociación con la Alianza del Pacífico, y el presidente de México, Enrique Peña Nieto, afirmó que buscará tratados bilaterales con los demás miembros del TPP.
Entretanto, Trump ya da señas de que su país acabó con el multilateralismo y se abocó hacia relaciones bilaterales. La que fortalecerá con Reino Unido el próximo viernes, en visita de la primer ministra inglesa, Theresa May, parece ser la más clara.
De acuerdo con Buitrago, el mandatario eligió a ese país, no solo por su reciente aislamiento del bloque europeo, sino por otras afinidades, como el sistema capitalista. No en vano, el busto de Winston Churchill que Obama había retirado de la oficina oval, fue devuelto y expuesto por el mismo Trump.
En esa tónica de proteccionismo extremo, Saúl Pineda, director del Centro de Pensamiento en Estrategias Competitivas de la Universidad del Rosario, pronostica que en los próximos cuatro años, China superará a EE. UU. como cabeza de la economía mundial, y desde ya da pistas de esa intención.
En el Foro Económico Mundial, la semana pasada, muy estratégicamente, el presidente Xi Jinping mostró a su país como el nuevo “adalid del libre comercio”, comenta Pineda, y añade que una rarísima paradoja acaba de comenzar: “Mientras Estados Unidos, que aparecía como el capitalista globalista, busca el enclaustramiento de su economía, China, manteniéndose en el esquema comunista ortodoxo, pero necesitando inversión extranjera, quiere liderar el libre comercio. El mundo está al revés”.
Sobre la idea anterior, Alden comenta que aunque al presidente Trump le gusta decir que es un negociador inteligente, acaba de entregar unilateralmente el mayor elemento de influencia que tuvo para hacer frente al desafío del mundo del comercio, que es el comportamiento cada vez más preocupante de China. “Es la primera regla de cualquier negociación, no regalar algo por nada, y el señor Trump acaba de hacerlo”.