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Siempre nos quedará eso que fue París

Los ataques del 13 de noviembre cambiaron la manera de vivir la urbe conocida como la “Ciudad Luz”.

  • El teatro Bataclan, principal escenario de los ataques, reabrió el sábado sus puertas con un concierto de Sting. FOTO afp
    El teatro Bataclan, principal escenario de los ataques, reabrió el sábado sus puertas con un
    concierto de Sting. FOTO afp
14 de noviembre de 2016
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Son las siete de la noche en la estación de metro la Plaza de la Nación. Al voltear en una de las curvas del laberinto que lleva de la línea 6 (la de la casa), a la línea 2 (la de la fiesta), me encuentro de enfrente con cuatro soldados. Todos llevan chaleco antibalas, cartucheras y el fusil Famas, de fabricación israelí, que equipa al ejército francés.

Sé que son los mismos que he visto a las seis de la mañana, caminando medio dormido de la línea 2 (la de la fiesta) a la línea 6 (la de la casa), porque uno tiene rasgos orientales, otro africanos y otro árabes. El cuarto es blanco, no más francés que los otros tres. Son los mismos, pero podrían ser otros. Hace un año nadie imaginaba ver soldados armados en el metro. Hoy son parte del paisaje.

Todo mundo recuerda qué hacía en ese momento, y en cierta manera, muchos tienen un amigo que estaba en la zona en la noche de ese viernes 13: era tal vez la última noche del año en la que se podía salir tranquilamente antes de las temperaturas invernales, y las mesas en el exterior de los bares estaban llenas.

A pesar de que los ataques contra la redacción del semanario Charlie Hebdo y el supermercado judío de la Puerta de Vincennes, unos meses atrás, había roto la inocencia de una ciudad que no había sufrido un ataque terrorista desde 1995, tanto los parisinos como las autoridades imaginaban un ataque a los puntos turísticos y por eso el plan Vigipirate, de prevención y reacción frente a un ataque terrorista, había sido reforzado alrededor de las estaciones de tren, aeropuertos y museos, y en lugares como la Torre Eiffel y Campos Elíseos.

El costo de un millón de euros por día, confirmado por el ministro de la Defensa francés Jean-Yves Le Drian, no suscitaba mayores controversias, aún si ya en ese entonces ciertas voces como la del sociólogo Mathieu Rigoste denunciaban que no sólo la militarización no garantizaba, porque era imposible, una protección total, sino que invitaba a la población a imaginar que “el enemigo está en todas partes y para controlarlo hay que autocontrolarse y controlar a los demás”.

Más policías y militares

El estado de emergencia decretado por el presidente François Hollande en las horas que siguieron a los atentados, llevaría aún más lejos el dispositivo militar y policial. Previsto por un periodo de tres meses y renovado en tres ocasiones, Hollande llegó a anunciar a mediados de julio que las circunstancias permitirían levantar las disposiciones extraordinarias. Menos de dos días después el atentado con un camión que dejó cerca de noventa víctimas en el Paseo de Los Ingleses de Niza, llevaría a una nueva prolongación: el estado de excepción estará vigente al menos hasta enero del 2017.

“El problema es que todos los recursos de ese plan deberían utilizarse para facilitar el trabajo de los investigadores en lugar de dedicarlos a esas muestras de fuerza militar que sólo buscan dar una impresión de seguridad”, opina el diputado Pouria Amirshahi, quien ha votado en cada ocasión contra la prolongación de las medidas de excepción.

Si la presencia de militares armados en las calles es el más evidente de los cambios que ven quienes viven en Francia, las cerca de 724 “detenciones domiciliarias preventivas “ y los 4.071 allanamientos sin orden judicial, son una cara menos visible.

Si el Ministerio del Interior se felicita de haber evitado “cerca de un atentado cada mes”, entre ellos varios contra centros comerciales y uno con un auto lleno de cilindros de gas en cercanías de la Catedral de Nuestra Señora de París, los defensores de derechos humanos señalan que las medidas no solo han sido utilizadas para luchar contra el terrorismo sino para amordazar el derecho a manifestarse: la gran marcha por el clima durante la Conferencia de París (COP21) fue anulada, y decenas de militantes eran amenazados con multas y penas de prisión si se acercaban a los lugares donde las reuniones se realizaban.

La misma política se mantuvo a lo largo del verano del 2016 para impedir a los periodistas independientes el cubrimiento de las manifestaciones contra la reforma al código del trabajo y hace apenas dos semanas sirvió para justificar la detención del comunicador Gaspard Glanz, quien cubría en ese momento el desalojo del campamento de inmigrantes de La Jungla, en la ciudad costera de Calais.

Vivir con el miedo

El 6.5 % del PIB francés está representado por el turismo y si en 2015 París perdió su puesto frente Londres como la ciudad más visitada del mundo, los atentados del 2016 golpearon visiblemente el sector.

“En el primer mes tras los ataques las pérdidas fueron de cerca de 150 millones de euros, es decir el diez por ciento del mercado”, dice un vocero de la sociedad de estudios estadísticos MKG, “y cerca del 30% de las reservaciones fueron anuladas. El atentado de Niza fue un golpe muy duro cuando la situación apenas empezaba a recuperarse”. Para el diario Le Figaro, las pérdidas en sectores como los espectáculos, restaurantes y comercio de artículos de lujo podrían alcanzar los dos mil millones de euros.

Pero internamente el temor es peor. En septiembre, el momento en el que los colegiales franceses comienzan el año escolar, padres de familia y profesores descubrieron sorprendidos una circular del Ministerio de Educación que anunciaba que a los ya habituales simulacros en caso de desastre natural se agregaría una preparación especial en caso de un ataque terrorista.

“Fue una medida muy chocante porque a diferencia de países como Japón, aquí no existía esa cultura de prepararse para una catástrofe”, dice Catherine Joussleme, psicóloga y colaboradora para el diario La Croix, “pero hay que vivir con eso. Sin entrar en detalles demasiado específicos que puedan bloquear la reacción a una situación particular, los niños y jóvenes tienen que saber cómo deben proceder”.

Es la tarde sábado 12 de noviembre del 2016 y a pesar del frío de un invierno precoz, los bares de la Rue de Lappe y la Rue de Charonne comienzan a llenarse. Apenas unas cuadras más allá, la policía acordona el Bataclan para la presentación de Sting, que marca la reapertura de la sala de conciertos. “Ver tantos policías en esa calle es como volver a vivir esa noche”, dice una joven apoyada en una mesa del Café de la Industria. La discusión con sus compañeros de mesa continúa alrededor de cuánto tiempo duraron sin volver a salir después del viernes 13. “No me acuerdo”, dice uno de ellos “pero desde entonces siempre que uno entra a un bar mira dónde queda la salida de emergencia”.

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