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Cuando comenzó a hablarse de la salida del Reino Unido de la Unión Europea (Brexit) en 2016 hubo una motivación económica en el medio: los conservadores estaban convencidos de que estar dentro del bloque comunitario limitaba la economía del país, que era uno de sus mayores aportantes respecto a otras naciones más pequeñas.
Esa idea de un Reino Unido capaz de ser un actor económico de talla mundial sin estar conectado con el resto de los europeos fue uno de los motivos que estimuló el retiro de la Unión Europea, que comenzó el pasado 31 de enero y que actualmente se encuentra en un periodo de transición, hasta diciembre de este año. El divorcio económico es uno de los componentes más fuertes y ayer la administración del primer ministro Boris Johnson dio el primer paso para reforzar la idea de independencia en esa materia.
Reino Unido y Estados Unidos comenzaron a explorar un tratado de libre comercio “ambicioso”, según lo describió el negociador de la Casa Blanca Robert Lighthizer, que esperan esté listo antes de noviembre de este año, cuando son las elecciones presidenciales en las que el mandatario Donald Trump se disputará la continuidad en el poder.
Ambos ya son socios. El intercambio compartido de bienes y servicios ronda los $261.9 mil millones de dólares y el Reino Unido es el séptimo socio comercial de bienes más grande de Estados Unidos, según la oficina del Representante de Comercio de ese país. Washington exporta a Londres, especialmente, aeronaves, metales preciosos y maquinaria, mientras las importaciones son vehículos, maquinaria y productos farmacéuticos.
Ya eran viejos aliados y lo que hacen las negociaciones es consolidar la relación para un escenario en el que los británicos no son más una ficha de la Unión Europea. “Independientemente del nivel de profundidad del acuerdo y del impacto que pueda tener en la economía del Reino Unido, el pacto al que lleguen será totalmente simbólico, un espaldarazo de Trump en medio de la lógica nacionalista de la administración de Johnson”, comenta el internacionalista de la Universidad del Rosario, Matías Alejandro Franchini.
La Casa Blanca de Trump no es un actor fácil para negociar. Cuando estuvo en discusión el T-MEC (Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá) fue el mandatario que más frenó al avance de las negociaciones del triángulo norte del continente. Mientras el primer ministro Justin Trudeau y Andrés Manuel López Obrador daban casi por hecho que el pacto estaba listo, Trump aún cuestionaba las negociaciones, buscando de qué manera Estados Unidos podía estar mejor beneficiado. Ese acuerdo, después de tres años de discusión, apenas se firmó en enero de este año.
Sin embargo, en este escenario la atención se centra en Johnson, quien tiene que negociar a varios bandos. Mientras en América busca fortalecer sus alianzas, en Europa debe acordar la relación económica futura con sus exaliados europeos, la relación posbrexit. Estar en conversaciones en diversos frentes, entonces, “legitima al Reino Unido como un país fuerte en comercio exterior, lo que fortalecerá la posición que ya tiene como una ficha significativa de la política internacional”.
Empero, la prueba de fuego para Johnson llegará en diciembre cuando se conozca el resultado de su negociación con los europeos y qué tan lejos llegará su acuerdo con el Estados Unidos de Trump, un presidente cuya continuidad en el poder después de noviembre de 2020 aún está en duda.
Periodista egresada de la facultad de Comunicación Social - Periodismo de la Universidad Pontificia Bolivariana.