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Trump y Musk: el fin de un “bromance” de alto voltaje

El romance político entre Elon Musk y Donald Trump parece haber llegado a su fin como un trueno. Lo que alguna vez fue una alianza estratégica entre dos multimillonarios impredecibles, se desmoronó en público con acusaciones incendiarias. Musk ahora coquetea con la idea de un tercer partido, mientras Trump refuerza su trinchera.

  • Elon Musk y Donald Trump. FOTO: GETTY
    Elon Musk y Donald Trump. FOTO: GETTY
hace 10 horas
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Durante meses, Elon Musk caminó por los pasillos del poder en Estados Unidos como si fueran suyos, desatando despidos masivos, recortando presupuestos federales y convirtiéndose en la figura no oficial más influyente del segundo mandato de Donald Trump. Hoy, sin embargo, es el enemigo número uno en el ala oeste. Las llaves de la Casa Blanca que Trump le entregó entre flashes y vítores hace solo unas semanas, bien podrían terminar oxidándose en una caja fuerte del FBI. Lo que alguna vez fue una alianza electrizante entre dos de los hombres más poderosos del planeta terminó en un campo de batalla que no solo reconfigura el mapa de poder de la derecha estadounidense, sino que marca el colapso de una relación que definió —y desfiguró— la actual presidencia de Trump. Los dos capitanes del barco prometieron llevar a Estados Unidos por un nuevo rumbo.

Y todo comenzó con un tuit.

Trump y Musk: el fin de un “bromance” de alto voltaje

Ni los escritores de House of Cards podrían haber escrito un capítulo con tanta trama y giros como este. Elon Musk, otrora detractor público del magnate inmobiliario devenido presidente, emergió como su más feroz aliado durante la tormentosa campaña electoral de 2024. Musk no solo invirtió más de 275 millones de dólares en la maquinaria electoral trumpista, sino que se subió con entusiasmo al vagón del populismo digital. Lo apodaron “el primer amigo”, un título que ostentaba con orgullo y con influencia.

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La relación llegó a su apogeo después del atentado contra Trump en julio del mismo año. Musk no solo mostró solidaridad pública, sino que se convirtió en el principal asesor no oficial de la administración electa. Trump respondió otorgándole el mando del recién creado Departamento de Eficiencia Gubernamental (DOGE, por sus siglas en inglés), una oficina con poder real para amputar el aparato burocrático. En los primeros meses de la administración, Musk aparecía constantemente al lado de Trump, mucho se documentó sobre sus viajes juntos a Mar-a-Lago los fines de semana e incluso participaron en una entrevista en Fox News mientras él asumía la supervisión del esfuerzo de todo el gobierno para recortar el gasto federal.

Durante un evento de campaña en Pensilvania, Donald Trump fue atacado por un tirador que le disparó. Foto: AFP
Durante un evento de campaña en Pensilvania, Donald Trump fue atacado por un tirador que le disparó. Foto: AFP

Pero como toda alianza basada en egos y ambición desmedida, su colapso no tardaría.

El regreso de Donald Trump a la presidencia de Estados Unidos trajo consigo un endurecimiento de la política económica, especialmente en materia de comercio internacional. Nuevos aranceles sobre productos tecnológicos y componentes provenientes de Asia han generado un efecto dominó en la industria global. Tesla, altamente dependiente de cadenas de suministro internacionales, ha sido una de las más perjudicadas. Sus acciones cayeron más del 35 % en semanas recientes, arrastrando consigo gran parte de la fortuna de Musk, cuyo valor está ligado al desempeño bursátil de sus empresas.

La guerra entre Trump y Musk:

Por eso, el primer punto de quiebre entre Trump y el magnate tecnológico dueño también de la red social X no fue visible a simple vista. Cuando Musk abandonó la Casa Blanca en abril de 2025 tras tensiones crecientes con otros miembros del gabinete, el discurso oficial hablaba de diferencias técnicas, no personales. Pero detrás de los comunicados cuidadosamente redactados, el fuego ya ardía.

Había muchas tensiones con el gabinete de la Casa Blanca, pues en abril se conoció que Musk tuvo una pelea a gritos con el secretario del Tesoro, John Bessent, sobre quién debía ocupar el cargo de director la agencia tributaria. Pero la verdadera manzana de la discordia llegó porque en la gira de Trump por los países árabes –en la que estuvo el mismo Musk, pero pasó de agache– se dio un gran contrato a la empresa de Inteligencia Artificial OpenAI, a la que Musk percibe como acérrima competidora.

El detonante público, tras 136 días de unión, fue el proyecto de ley de gasto interno —bautizado por Trump como el “Gran y Hermoso Proyecto de Ley”— que Musk criticó con saña, primero en televisión nacional y luego en su plataforma X. Se refirió a ella como una “abominación repugnante”. El comentario que selló la ruptura fue claro: “Sin mí, Trump habría perdido las elecciones. Qué ingratitud”, escribió el jueves.

Trump y Musk: el fin de un “bromance” de alto voltaje

La respuesta del presidente no se hizo esperar: “Elon estaba agotado. Le pedí que se fuera. Le retiré su estúpido Mandato de Vehículos Eléctricos. ¡Y se volvió loco!”. El idilio había terminado y ahora comenzaba el ajuste de cuentas. El enfrentamiento no es solo ideológico: es una guerra de legitimidad, de poder, y ambos están acostumbrados a no perder.

Trump, en su red Truth Social, comenzó a aludir a recortes de contratos millonarios con las empresas de Musk. “Siempre me sorprendió que Biden no lo hiciera antes”, escribió. Musk, por su parte, dejó entrever amenazas veladas y abiertas: “Trump está en los archivos de Epstein”, disparó, insinuando conexiones que podrían desatar un vendaval político y judicial. Es bien sabido que a Musk le gusta difundir noticias falsas, por eso no extrañó esta acusación sin pruebas contra su antiguo jefe, pero sí dijo que el tiempo le daría la razón.

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La cosa es que la difusión de los llamados “archivos Epstein”, promovida por Pam Bondi, no ha revelado información novedosa hasta ahora. En muchos casos, los documentos judiciales relacionados con causas penales incluyen nombres de personas inocentes: testigos, víctimas u otros individuos que simplemente tuvieron algún contacto indirecto con pruebas o sospechosos. Ser mencionado en esos expedientes no implica, por sí solo, un vínculo culpable.

Donald Trump mantuvo una relación social con Jeffrey Epstein en el pasado, (eso sí es cierto) derivada de su pertenencia a los mismos círculos de élite en Nueva York y Florida. En una entrevista publicada por la revista New York en 2002, el entonces empresario describió a Epstein como alguien “muy divertido” y un “tipo estupendo”.

En esa ocasión, Trump también hizo un comentario que hoy resuena con especial incomodidad: “Incluso se dice que le gustan las mujeres guapas tanto como a mí, y muchas de ellas son más jóvenes”.

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No obstante, años más tarde, tras el arresto de Epstein en 2019, Trump tomó distancia, pero esa sombra siempre lo ha perseguido sutilmente. “Lo conocía como lo conocía todo el mundo en Palm Beach”, declaró entonces. “No era un admirador y no creo haber hablado con él en 15 años”.

De vuelta a la guerra que ahora enfrenta y distancia a Trump y a Musk, la dinámica se volvió tan tóxica como fascinante. Ninguno respondía directamente al otro, como si cada uno estuviera jugando su propio ajedrez en tableros diferentes. Quienes querían seguir la pelea en tiempo real debían saltar de Truth Social a X, y viceversa.

Y en medio del fuego cruzado, un inusual pacificador apareció: Kanye West. Su publicación suplicando que se detuviera el conflicto fue tan ridícula como sintomática. “Broooos por favor noooooo”, publicó en X con un emoji de dos personas abrazándose. “Los queremos mucho a los dos”. Era el reflejo de una ruptura que se había convertido en espectáculo nacional.

El choque tuvo especial impacto en los márgenes del movimiento MAGA (Make America Great Again), donde sus figuras más relevantes cerraron filas en defensa de Trump. Entre ellos destacó Steve Bannon, el estratega nacionalpopulista, quien incluso ha llegado a plantear que Musk debería ser deportado del país, pese a sus antiguos vínculos con el magnate.

Por su parte, Musk, empeñado en conservar protagonismo, recurrió a su plataforma X para lanzar una encuesta. En ella preguntó a sus seguidores si sería conveniente fundar un tercer partido político que no fuese ni demócrata ni republicano. Argumentó que dicha opción podría representar al “80%” de la población que, según él, se identifica con el centro político. Hacia las 9:30 en Washington, el sondeo rozaba los 3,5 millones de votos, con un abrumador apoyo de ocho de cada diez votantes a la creación de esa nueva alternativa.

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Mientras el enfrentamiento acaparaba titulares, informes filtrados comenzaban a mostrar una cara oculta —y preocupante— de Musk. Según personas cercanas a su entorno, el CEO de Tesla y SpaceX había estado consumiendo drogas con mayor intensidad de la que se conocía. Se hablaba de ketamina, éxtasis, hongos psicodélicos y estimulantes como Adderall. Algunos aseguran que llevaba una caja de pastillas con él a todas partes.

Su comportamiento errático en la Casa Blanca, donde llegó a gesticular como un nazi durante una reunión transmitida en vivo, alarmó incluso a sus más fieles defensores. El neurocientífico Philip Low, amigo cercano durante años, fue tajante: “Ha sobrepasado los límites de su mal comportamiento”. Musk negó todo.

La vida personal del empresario tampoco ayudaba. Con catorce hijos reconocidos, relaciones sentimentales simultáneas y batallas legales con exparejas, Musk parecía más una figura de tragedia shakesperiana que el visionario del emprendimiento moderno.

En particular, su disputa con la artista Claire Boucher, conocida como Grimes, por la custodia de su hijo X, se convirtió en un asunto de seguridad nacional. Musk llevaba al niño al Despacho Oval y a reuniones de alto nivel, lo que violaba el acuerdo de mantenerlo fuera del ojo público.

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Incluso, Ashley St. Clair, una escritora de derecha con la que Musk tuvo un hijo, tuvo que intervenir. “Hola @realDonaldTrump, escríbeme si necesitas algún consejo para romper”, escribió en X.

El escenario ahora es incierto. Musk ha amenazado —aunque luego intentó suavizar su postura— con desmantelar la nave espacial Dragon de SpaceX, clave para la cooperación con la NASA. Mientras tanto, Trump baraja retirar todos los contratos federales vigentes con las empresas del magnate y presionar para que se inicien investigaciones legales contra él.

En los pasillos del poder, asesores políticos ya hablan de una “guerra prolongada”, donde los leales a Trump y los simpatizantes de Musk se verán obligados a elegir bando. Y eso podría fracturar aún más a la ya polarizada derecha estadounidense.

Las empresas de Musk se beneficiaron con miles de millones de dólares en contratos gubernamentales y se esperaba que recibieran miles de millones más. Uno de los más feroces opositores de Musk dentro del círculo trumpista es Stephen Bannon, quien ha aconsejado cancelar todos los contratos públicos y desatar una ofensiva legal sin precedentes. “No se puede confiar en alguien que insinúa que el presidente está vinculado a Epstein”, habría dicho en una reunión confidencial.

Las consecuencias se avizoran. Musk había prometido donar 100 millones de dólares para las elecciones de medio término de 2026. Ahora ese dinero parece perdido. A cambio, Trump pierde a su mayor benefactor, su más ruidoso defensor digital y, probablemente, a un generador de caos que hasta ahora jugaba a su favor. El magnate ya no es el “primer amigo”, sino el nuevo disidente. Como diría el viejo proverbio chino: dos tigres no pueden vivir en la misma montaña.

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