Un millón de especies de animales y plantas están en peligro de extinción en el mundo, anunció la Plataforma Intergubernamental de Ciencia y Política sobre Biodiversidad y Servicios Ecosistémicos.
Esta impactante cifra solo reflejaba el problema que enfrenta el planeta con tres cuartas partes de su medio ambiente terrestre deteriorado y aproximadamente el 66 % de los océanos alterados de manera significativa. Y existen quienes están siempre en la primera línea para proteger los ecosistemas más sensibles: los guardaparques.
Tres guardianes de la biodiversidad de Perú, Bolivia y Colombia cuentan sus historias, que hablan del significado de su labor y de cómo viven estos momentos de crisis ambiental.
Perú: proteger el Manu
Orgullo es la palabra que repite Beto Bladimir Bravo cuando habla de su labor como guardaparque del Parque Nacional del Manu.
Lleva nueve años en esa área protegida y es un experto en enfrentar incendios forestales, una de las principales amenazas que enfrenta el Manu. Este año –dice– se han presentado algunos fuegos en la zona de amortiguamiento, debido a que muchas personas, empujadas por la pandemia , han regresado de las ciudades y se han instalado en los centros poblados situados en esta zona, donde se realizan actividades agrícolas.
Las quemas –práctica usada por los campesinos para limpiar el área de cultivo– ponen en riesgo la biodiversidad del Parque Nacional del Manu cada año. Bravo, quien tiene certificación de Estados Unidos y España como bombero forestal, tiene que enfrentar los fuegos que ocurren cada año. El más grande que recuerda ocurrió, en el 2018, en el Santuario Nacional Megantoni. “Caminamos durante horas para llegar a la zona del incendio. Llegamos agotados. A veces en esas condiciones es muy difícil enfrentar el fuego, pero cuando te acuerdas porqué estás ahí, renacen las fuerzas y el orgullo”, dice Bravo.
Por el confinamiento, la vida en la zona de amortiguamiento está muy restringida y la gente permanece en sus casas. Por eso pueden ver con mayor frecuencia venados y osos de anteojos andando por esos territorios situados en la zona limítrofe del parque.
Ese Parque Nacional tiene más de un millón de hectáreas que se extienden desde lo 200 metros de altura en la Amazonía hasta los 4.200 metros de altitud en las zonas andinas.
Recorriendo el Madidi
Radamir Sevillanos Gonzáles ha pasado más de 20 años recorriendo el Parque Nacional Madidi. Cuando ingresó con el primer grupo de guardaparques que se instaló en esta zona el parque estaba invadido por taladores ilegales. “Les dimos plazo para que abandonen el bosque. Así los fuimos expulsando. Solo fueron reconocidas las comunidades que se encontraban dentro del área reservada antes del decreto de creación”, dice.
Ahora muchas comunidades producen café, cacao, crían abejas o se dedican al turismo. “Los taladores no han regresado a las áreas de manejo integrado. En esos lugares se han implementado el turismo”, comenta y menciona que parte de la labor de los guardaparques es apoyar a las comunidades para mejorar sus actividades productivas.
“¿Qué habría sucedido si se terminaba toda la madera?”, cuestiona Sevillanos.
“He sido perseguido por hacer cumplir la ley”, recuerda sobre el tiempo que tuvo que dejar el Madidi para refugiarse en otro país con el fin de sortear las amenazas de las que era víctima. Fueron cuatro años a inicios del milenio. En esa época realizó intervenciones a camiones que extraían madera ilegal, pero terminó descubriendo una red de tráfico de drogas que escondía sus productos en los vehículos cargados de madera.
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