Entre luto y celebración, entre admiración y condena, el globo asimiló el deceso de Fidel Castro.
Una inusitada calma se vio en las calles de La Habana tras el amanecer, y los cubanos seguían ayer con su vida como si el mundo no tuviera los ojos puestos en el Malecón, o en la Plaza de la Revolución.
Mientras que los mandatarios de los más lejanos países y diversas personalidades internacionales expresaban sus condolencias, mientras que medios de todo el mundo abrían sus ediciones con la barba y la mirada tosca de quien concentró todo el poder de Cuba durante más de 50 años, los habaneros no cambiaban su cotidianidad tras la muerte de Fidel Castro Ruz.
Paralelamente, a 160 kilómetros de allí, en la Florida, las congas, los bailes y los cantos celebraban la muerte del dictador como si se tratara de una catarsis, de la redención más pura y cercana...
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