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“Fui un tiburón bursátil que lo perdió todo”: Jaime Jaramillo

Relato de un comisionista de bolsa que llegó a facturar millones cada mes y terminó solo con $2.000. Su caída y recuperación.

  • Jaime Jaramillo se dedica ahora a dar asesorías e impartir educación financiera. FOTO Jaime Pérez
    Jaime Jaramillo se dedica ahora a dar asesorías e impartir educación financiera. FOTO Jaime Pérez
24 de enero de 2022
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En 1992, un joven paisa de 27 años llegó a velar por los rendimientos de Protección, que para entonces era un emergente fondo de pensiones lanzado por el Grupo Empresarial Antioqueño (GEA).

Así comenzó el ascenso vertiginoso de una carrera enmarcada por billetes, fiestas, bienes suntuosos y derroche; un estilo de vida basado en la necesidad de exhibirse que, finalmente, lo llevó a la bancarrota luego de haber contado con cifras astronómicas en sus cuentas.

La amarga experiencia lo convirtió en un “derrochador rehabilitado” que ahora busca ayudar a otros que corren el riesgo de quedarse sin una sola moneda. Este es el testimonio de Jaime Jaramillo.

Un debut soñado

Cuando recién había terminado sus prácticas profesionales, una mañana recibió una sorpresiva oferta de trabajo. Una conocida lo llamó para ofrecerle la posibilidad de laborar para Protección.

Inició con un sueldo de $150.000 por medio tiempo, ni siquiera se había graduado. Pero el cartón no le hacía falta a la hora de mostrar sus aptitudes. En poco tiempo, lo contrataron para la jornada completa y, seis meses más tarde, se convirtió en el jefe de inversiones. “Era muy fácil hacer dinero para mí, donde ponía el ojo, ponía la bala”, narró Jaramillo.

Era tal su destreza para multiplicar las rentabilidades que, según lo recuerda, llegó a ganarse la confianza de hombres fuertes en el GEA como David Bojanini, otrora gerente del Grupa Sura, y de Jorge Londoño Saldarriaga, presidente del extinto Banco Industrial de Colombia (BIC).

Para el mismo calendario de 1992 —según recordó— su salario totalizaba $300.000: “Eso era un infierno de plata. El sueldo básico de los trabajadores en esa época era de $65.000. Entonces yo ya no caminaba, yo levitaba”.

Rumbo a la cúspide

La misma dinámica de su cargo le abrió las puertas del universo bursátil y empezó a relacionarse con los comisionistas de bolsa más “duros” del país.

“Empiezo a ver como estos tipos se ganaban unas millonadas y, en 1996, decido que quiero ser corredor de bolsa. Lo siguiente fue mudarme a Bogotá y el trasfondo de esa decisión era el dinero”.

Una vez más, la buena fortuna le sonreía y empezó a ganarse $5 millones mensuales. Pero luego, los ingresos por comisiones subieron a $30 millones. El dinero llovía y los gustos excesivos no se hicieron esperar.

“En ese mundo de la bolsa hay un estilo de vida absolutamente aparente: los vestidos se hacían a la medida con paños ingleses. Las camisas también las compraba hechas a la medida. Las vendía un tipo de la India que viajaba hasta Colombia para tomar los pedidos de los comisionistas”.

“Ese hombre —añadió— solo venía dos veces al año y después nos enviaba por correo las camisas hechas con algodón egipcio. Cada camisa valía un infierno de plata”.

La vida de los corredores de bolsa, según lo detalla, es tal como la pintan en el Lobo de Wall Street, película protagonizada por Leonardo Di Caprio, quien personifica a Jordan Belfort, un comisionista que se hizo archimillonario manipulando acciones en el distrito financiero de Nueva York. En ese filme se pueden observar las excentricidades de Belfort, que incluyen fiestas desenfrenadas, bacanales y drogas.

“Obviamente yo nunca fui un tipo de drogas, pero si me iba de fiesta y en una sola fiesta me podía gastar hasta tres millones de pesos”, comenta Jaramillo sobre sus excesos.

La cifra que gastaba en la recreación nocturna no parece tan alta mirada desde el presente. Sin embargo, hay que señalar que en 1996 el salario mínimo era de $142.000.

La caída

Desde 2007 había regresado a Medellín y se había convertido en gerente de una firma de comisionistas. Todo marchaba bien, pero al año siguiente se desató la llamada crisis hipotecaria en Estados Unidos.

Cuando se estalló esa burbuja, el temor y la desconfianza se contagiaron el resto del mundo y los comisionistas como Jaime absorbieron todo ese impacto. “Ahí mis ingresos caen un 50 %, pero en vez de bajar mi costo de vida, comencé a endeudarme en los bancos. Ahí lo más sabio hubiera sido vender el carro costoso y deshacerme de la finca y los lotes que necesitaban mayordomo”.

Lo cierto es que tras varios movimientos fallidos, se quedó sin empleo y haber tomado créditos a espaldas de su pareja fue el detonante para el divorcio. Lo había perdido todo y tuvo que regresar a la casa de sus padres.

El resurgir

Después de haber pasado meses deprimido, desempleado y sin ganas de salir al mundo, se encontró con una vieja compañera que le ofreció laborar para una aseguradora.

Estando allí, comenzó a dictar charlas en distintas empresas, pues había descubierto que los problemas financieros elevaban los índices de accidentalidad en los puestos de trabajo.

Comenzó a compartir su historia y a entregar recomendaciones básicas para manejar ingresos de manera asertiva. En poco tiempo, se corrió la voz de su buena pedagogía y las empresas querían contratarlo a él, no a la aseguradora.

Tiempo después comprendió que ahora su misión sería ayudar a quienes no encuentran paz debido a sus líos monetarios: “Los problemas de dinero no se resuelven con más dinero, se resuelven con decisiones. Nos estamos involucrando en una carrera sin sentido donde el tener ha desplazado el disfrute de lo simple”

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