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Según datos del Banco Mundial, en 1960, a valores constantes, el PIB per cápita de Corea del Sur era aproximadamente la mitad del de Colombia.
Por David González Escobar - davidgonzalezescobar@gmail.com
Esta semana, Corea del Sur vivió, durante seis horas, un episodio más propio de una República Bananera que de una de las 20 economías más grandes del mundo.
La escena incluyó a militares irrumpiendo en la Asamblea Nacional, luego de que el presidente Yoon declarara “ley marcial”. Acorralado por la oposición a su gobierno, profundamente impopular, Yoon recurrió a una medida extrema que le habría permitido clausurar el legislativo, censurar a la prensa y, en general, atropellar las instituciones democráticas. Por fortuna, estas instituciones coreanas demostraron ser robustas, resistiendo el embate.
El improvisado intento de golpe de Estado de Yoon duró apenas unas horas, un lapso comparable al risible intento de disolución del Congreso protagonizado por Pedro Castillo, el expresidente peruano, hace ya dos años. Sin embargo, ajustado por poder adquisitivo, el fallido golpe de Yoon será recordado como el intento más absurdo en lo que va del siglo.
Porque no estamos hablando de la empobrecida y comunista Corea en el norte, sino de la próspera Corea al sur: probablemente el milagro económico más destacado de un país grande y democrático en el siglo XX.
Según datos del Banco Mundial, en 1960, a valores constantes, el PIB per cápita de Corea del Sur era aproximadamente la mitad del de Colombia: los coreanos eran entonces un país pobre, devastado por la ocupación japonesa y una sangrienta guerra que terminó dividiendo la península en dos naciones.
Sin embargo, para mediados de los años 70, Corea del Sur ya había alcanzado a Colombia en términos de ingreso, en una brecha de crecimiento económico que nunca volveríamos a cerrar: hoy en día nos triplican, codeándose con países como Francia, Canadá o Australia en cuanto a ingreso per cápita, mientras muchas de sus compañías —como Samsung, Kia, LG o Hyundai— han conquistado el mercado global con sus productos de alto valor agregado.
Y, aun así, la historia de un golpe de Estado protagonizada por un presidente rodeado de escándalos de corrupción, que probablemente terminará tras las rejas, no es un hecho insólito en la historia de Corea del Sur, sino más bien una reversión a la media: de los últimos 13 mandatarios coreanos, 10 han sido o bien dictadores derrocados y/o asesinados, o presidentes condenados por corrupción.
Además de una historia marcada por dictaduras militares, y a pesar de haberse consolidado como una democracia robusta en las últimas décadas, los mandatarios coreanos no se han salvado de una política viciada. Roh Moo-hyun, presidente hasta 2008, se suicidó mientras era investigado por corrupción. Su sucesor, Lee Myung-bak, fue condenado a 15 años de cárcel. Más recientemente, Park Geun-hye, la primera mujer presidenta de Corea del Sur, fue destituida y sentenciada a prisión por corrupción.
Una política circense no fue obstáculo para que Corea lograra enriquecerse.
Una curiosidad para escapar del lugar común y de la idea perezosa de que todos nuestros problemas se deben exclusivamente a la corrupción: la corrupción en la política colombiana, aunque lamentable y condenable, no necesariamente es el factor que explica la prosperidad, o su ausencia.
Que si son “50 billones al año”, que si es el “X%” del PIB o cualquier otra cifra que se inventen, u otro estudio que lo sobrediagnostique, no importa: el caso de Corea, y el de muchos otros, es un recordatorio de que, aunque es tentador pensar lo contrario, la falta de prosperidad en Colombia no es culpa exclusiva de “los corruptos”. La corrupción, aunque indignante, probablemente no figure entre los principales problemas estructurales del país. Las respuestas habrá que buscarlas en otros lugares, aunque no sean tan efectivas para encantar votantes...