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A propósito del “tarimazo” que protagonizó en Medellín el presidente Petro, aprovecho esta columna para discrepar, respetuosamente, respecto a dos interpretaciones que han circulado: i) que Petro, durante su presidencia, le ha dado la espalda y manifestado desdén por Antioquia; y ii) que todo lo ocurrido en La Alpujarra el pasado 21 de junio constituye un ataque directo contra el alcalde de Medellín, el gobernador de Antioquia y, en general, las instituciones y el establecimiento paisa.
En cuanto al primer punto, no puedo estar de acuerdo con el mito del “olvido” de Petro hacia Antioquia, porque me parece más que evidente que el presidente ha estado muy presente en este departamento, incluso desde la campaña, con varios de sus principales aliados oriundos de la región: Olmedo López, Julián Bedoya, Carlos Andrés Trujillo y, sobre todo, Daniel Quintero y su séquito de cómplices en el desfalco de la Alcaldía de Medellín.
Este último —pese a ser el alcalde más impopular en la historia reciente de la ciudad y haber sido imputado por la Fiscalía por corrupción, pero además con muchas otras deudas pendientes con la justicia, al punto de incomodar a gran parte de la base petrista— se ha convertido en uno de los grandes beneficiarios del primer mandatario: goza de amplia representación en el gobierno y del respaldo irrestricto del presidente frente a sus procesos judiciales. Petro no ha dudado en ir en contra de la separación de poderes con tal de defender al que se va perfilando como su probable candidato presidencial.
Lejos, entonces, de existir tal olvido: Petro sí mira a Medellín —donde, según Invamer, cuenta con apenas 15% de aprobación—, solo que lo hace para escoger, entre todos, a sus peores aliados.
En ese sentido, cuadra perfectamente que el presidente haya elegido, como siguiente paso, compartir tarima con los cabecillas de los combos de Medellín.
Y aquí entra mi discrepancia respecto al segundo punto, porque lo del sábado no fue solo una burda afrenta contra las instituciones de Medellín y Antioquia: fue un ataque a toda Colombia y, para variar, al Estado Social de Derecho, ya asediado por múltiples y lastimeros frentes.
Porque en un país que todavía no tiene certezas sobre quién estuvo detrás de un atentado contra el senador más votado y precandidato presidencial de oposición, con un presidente que aún no ha dejado de ondear la bandera de “Guerra a Muerte”, el hecho de que Petro haya sacado de la cárcel a líderes de organizaciones criminales responsables de decenas de miles de homicidios, cientos de miles de extorsiones y una incidencia en la gobernanza criminal que asfixia a millones de antioqueños, para —desde La Alpujarra, sede del poder institucional de Medellín y Antioquia, y rodeado de un corrupto precandidato presidencial— atacar al alcalde y al gobernador, dándole legitimidad a los cabecillas en el sitio donde se toman las decisiones públicas de la región, desdibuja los límites entre el Estado y el crimen, algo que se agrava todavía más en el contexto del resurgimiento de la violencia política y de los ataques sistemáticos contra la legitimidad de las instituciones democráticas de Colombia
Así que desmitifiquemos lo del sábado: no fue una afrenta contra Medellín y Antioquia, sino una advertencia para todo el país.
Adenda: Felicitaciones a Hernán Moreno, a quien no conozco, pero leí que, a sus 77 años, se convirtió en colega ingeniero matemático de EAFIT.
