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La combinación de estas tecnologías se convierte en un cóctel letal para los trabajadores que realizan tareas repetitivas y predecibles.
Por Humberto Montero - hmontero@larazon.es
En plenas guerras napoleónicas, Inglaterra tuvo que movilizar un número de soldados incluso superior a los que mantenía en el frente para sofocar las revueltas luditas. La revolución de los artesanos textiles ingleses del siglo XIX contra las máquinas por el temor a perder sus empleos se considera la primera “negociación colectiva por disturbio” y derivó en la exigencia a recibir una compensación por el despido a causa de la introducción de estas máquinas. Tan fuerte fue la protesta que las autoridades temieron que terminara en una revolución a la francesa y motivó una represión interna nunca vista en la isla, en la que se llegó a aprobar la Frame-Breaking Act (1812), que convertía en delito capital castigado con la muerte la destrucción de maquinaria.
Dos siglos después, ese temor retumba de nuevo. Por más que la robotización y la inteligencia artificial (IA) prometan eficiencia, ahorro y crecimiento económico, sus efectos en el empleo ya se dejan notar. En los últimos meses, varias de las mayores corporaciones del mundo han anunciado recortes masivos de personal, muchos de ellos directamente vinculados con procesos de digitalización y automatización. Aunque se prometen recolocaciones y se vaticinan nuevas oportunidades, la realidad es cruel: miles de personas están perdiendo sus empleos en nombre del progreso tecnológico.
Uno de los casos más significativos es el de Nestlé, la mayor empresa de alimentos del mundo, que ha comunicado la eliminación de 16.000 puestos de trabajo a escala global. Esta reestructuración, que se llevará a cabo en un plazo de dos años. La compañía estima que este plan le permitirá ahorrar hasta 1.000 millones de francos suizos anuales para 2027. Lo más llamativo es que tres cuartas partes de los despidos afectarán a empleados de oficina, lo que refleja un cambio de paradigma: ya no es solo la manufactura la que se automatiza, sino también áreas administrativas, de planificación y gestión que hasta ahora parecían más blindadas a la irrupción de la IA.
La alemana Siemens, referente mundial en automatización industrial, anunció recientemente el recorte de 5.600 empleos en su división Digital Industries, equivalente al 8% de su plantilla en esa unidad.
Aunque detrás de todo confluyen factores económicos —inflación, desaceleración, incertidumbre y cambios en la demanda global—, la realidad es que ya existe una infraestructura digital madura que permite reducir personal sin afectar la operatividad. Sistemas de IA generativa, automatización robótica de procesos (RPA), plataformas de trabajo colaborativo y análisis de datos masivos son ya parte del arsenal habitual de las multinacionales. La combinación de estas tecnologías se convierte en un cóctel letal para los trabajadores que realizan tareas repetitivas y predecibles.
La velocidad de los cambios es tal que nadie se atreve a predecir si quedará algún sector a salvo cuando los androides comiencen a extenderse y logren, por ejemplo, cuidar mejor de nuestros mayores, sin desmayo ni reproches. ¿Hay margen para que 8.000 millones de personas se adapten intelectualmente a esta meteórica revolución? Aunque la mitad del planeta aún pelea a diario por obtener comida, los cambios nos afectarán a todos tarde o temprano. Si las máquinas lo hacen todo, en qué trabajará la mano de obra barata de los países con menos recursos. ¿Cómo avanzarán esos países? ¿Quién parará la nueva revuelta ludita? Quizá los drones y robots se encarguen también.