Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
El Quijote es sabio en asuntos de la vida, en política y comportamientos, y delirante cuando pierde el diálogo, que es la base del encuentro.
Por José Guillermo Ángel R. - memoanjel5@gmail.com
Estación La Mancha, a la que llegan turistas que creen que Don Quijote es un molino, geógrafos que discrepan del uso de distancias y lugares que plantea Cervantes; fanáticos que dicen que leer libros enloquece y el ejemplo es Alonso Quijano; filósofos que enseñan que la primera noción de razón completa es juntar a un caballero loco con un campesino que todo lo resuelve con refranes; mujeres enamoradas que quisieran ser amadas como Dulcinea (de lejos), estudiosos del metaverso que ven en la cueva de Montesinos un primer intento de cómo ser un avatar, especialistas en testaferros, siendo don Miguel el del Cidi Hamete Benengeli (presunto autor del libro); en fin, esto del quijotismo (o quijotesco) ha tenido seguidores que van desde don Juan de Montalvo (que le añadió al libro los capítulos que le faltaban), Avellaneda que escribió una segunda parte, León Felipe (que le hizo un poema hermoso), hasta escritores que tratan de descifrar que hay de cervantino en el libro (Azorín), de filosófico (Miguel de Unamuno) y de locura desbordada y luego controlada con el diálogo, lo que anima mucho a los psicoanalistas.
Don Quijote de la Mancha, libro conocido que leen pocos (hay que tener anexos de inteligencia disponible, dice un amigo), fue lectura anual de William Faulkner, trabajo de 14 años de Andrés Trapiello (que lo “tradujo” al español moderno sin quitarle una palabra), envidia de Vladimir Nabokov (que lo denigró diciendo que era una sarta de cuentos italianos mal copiados) y contó con una traducción al inglés de tal calidad que Borges dijo que era mejor leerlo en esta lengua que en la original. El mismo Baruj Spinoza supo de él (en su biblioteca se encontraron las Novelas ejemplares) y desde entonces se tiene claro que para llegar a la razón hay que partir de la sinrazón, pues lo primero que se nos ocurre son fantasías y delirios, pero si se tiene con quién hablar y que nos confronte, lo fantástico desaparece y se asume la realidad.
El Quijote es sabio en asuntos de la vida, en política y comportamientos, y delirante cuando pierde el diálogo, que es la base del encuentro. Pero por lo que vemos en estos días de gigantes que son molinos, de bálsamos de fierabrás que lo curarían todo y hasta de gente que quema libros, estamos desquijotados (valga la palabra), presos en los primeros capítulos del libro, viendo monstruos, armados con memorias viejas que incitan a la batalla y montando Rocinantes con más hierro encima que carnes. Y así se está gobernando mientras la oposición delira haciendo de Sancho como señor de la ínsula Barataria.
Acotación: como un Alonso Quijano, de suyo mal nutrido y con el seso seco, luchamos contra la razón y nos rodeamos de fantasmas, pues vemos el mundo desde una paranoia continuada. Y ahí vamos, nerviosos y de psiquiatra.