Pico y Placa Medellín
viernes
0 y 6
0 y 6
El Boom no fue tanto de escritores sino de lectores, sentenció Gabo. El mundo europeo se fue enterando de que en literatura, América no había sido una equivocación.
Por Alberto Velásquez Martínez - opinion@elcolombiano.com.co
Aprovechamos los finales de diciembre para desintoxicarnos del tema Petro y su travieso como venenoso combo. Abrimos las páginas del libro que contiene las fascinantes cartas cruzadas entre cuatro brillantes novelistas y ensayistas latinoamericanos: dos Premios Nobel de Literatura – Gabo y Vargas Llosa – y otros dos – para completar el póker de ases – que no lo recibieron, teniendo tantos títulos para merecerlo: Julio Cortázar y Carlos Fuentes.
Fueron esos cuatro maestros, unidos en la más sincera amistad, quienes protagonizaron el boom literario entre los años 60 y 70 del siglo XX. Un colegaje que excluía rivalidades y envidias. Se enviaban los manuscritos/borradores de sus obras para que sus camaradas les hicieran críticas, más cerebrales que emotivas. Se tomaban el pelo, especialmente el mamagallista mayor, García Márquez, para restarle con guasa dogmatismo a sus observaciones. Aquel Gabo “que tenía que escribir en tiempos de calor”, puesto que cuando llega el frío, “se me bloquea el cerebro y todo se va al diablo”.
Hay un hecho filtrado en sus 560 páginas, fuera del testimonio de hermandad que se rompiera entre Gabo y Vargas Llosa, por el puñetazo de este contra aquel, cuando el peruano, pocos años antes, había escrito el más lúcido análisis de Cien años de soledad. Y fue la carta a Fidel Castro, que Gabo no suscribió, en la cual un grupo de escritores – Fuentes, Vargas Llosa, Octavio Paz, Simone de Beauvoir, Juan Rulfo, Susan Sontag, entre otros – protestaba por la confesión a la que se forzó al poeta Heberto Padilla, de reconocer culpabilidad de hechos inexistentes, condición para darle la libertad. Aquellos intelectuales declaraban en esa carta “nuestra vergüenza y nuestra cólera”, anticipando que con ello Cuba se acercaba “a la xenofobia cultural, al sistema represivo estalinista de los países socialistas y al oscurantismo dogmático”.
Hay algo que se quedó pendiente y que, de haberlo realizado, habría sido una joya para el análisis a través del lente de la literatura, sobre algunas dictaduras latinoamericanas. El texto lo escribirían los cuatro padres del Boom junto con Alejo Carpentier, Jorge Edwards, Roa Bastos, entre otros. Abordarían la figura de aquellos que alguna vez gobernaron países americanos a través del fuete y la pistola. Gabo – quien primero consideró para el trabajo a Rojas Pinilla, a quien llamo el “clásico dictador de opereta”, y luego a José María Melo, “a quien los curas lo presentan como tirano” –, se decidió al final por Tomás Cipriano de Mosquera, seducido por la paradoja mosqueriana de oponerse a las tentativas dictatoriales de Bolívar para luego convertirse en dictador. Cortázar se encargaría de Evita Perón, Fuentes del autócrata Santa Anna, y Vargas Llosa de Sánchez Cerro, aquel que le declaró la guerra a Colombia en los comienzos del gobierno de Olaya Herrera. Se entusiasmaron con la idea pero no la cristalizaron. No obstante, Vargas Llosa sí que escribiría La fiesta del Chivo, Roa Bastos Yo el Supremo, Carpentier El Siglo de las luces y Gabo El otoño del patriarca.
El Boom no fue tanto de escritores sino de lectores, sentenció Gabo. El mundo europeo se fue enterando de que en literatura, América no había sido una equivocación. .