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Una sociedad inspirada en la violencia

En Suiza, cuando se van de vacaciones, dejan al cuidandero viviendo en su casa con sus mascotas, sin temor a que le vacíen el apartamento. Todos estos son ejemplos de una sociedad donde la violencia y la mala fe no predominan.

27 de diciembre de 2024
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  • Una sociedad inspirada en la violencia

Por Luis Fernando Álvarez Jaramillo - lfalvarezj@gmail.com

Es curioso cómo en épocas navideñas reflexionamos sobre la sociedad que somos, lo que hemos sido, y lo que seremos. Pareciera que la mala fe y la violencia son signos predominantes en nuestra sociedad.

Empecemos por el deporte, siempre aparece un factor de franca violencia, bien por parte de quien triunfa o bien por parte del derrotado. Quien triunfa hizo trampa y a quien perdió le robaron, nunca reconocemos méritos ni presumimos la buena fe de los demás. Siempre hay un desacuerdo, incluso hablamos de que el árbitro no sabe, el árbitro robó, o el árbitro fue comprado por la contraparte. Esta presunción de mala fe hace que siempre haya un justificativo para la violencia, porque se utiliza la violencia para remediar la mala fe, en otras palabras, para alcanzar la “justicia”.

Pensemos ahora en la persona que triunfa en sus negocios. Siempre va a haber alguien dispuesto a desacreditarlo, a desconocerle sus virtudes. Quien triunfa no triunfó por su trabajo duro, sino por favoritismo, suerte, trampa, o negocios turbios. Es incluso normal que salgan rumores, intenten sancionar al empresario, o realizar cualquier acto para desvirtuar sus negocios. Pero, qué podemos esperar si es que así educamos a nuestras futuras generaciones.

Veamos por un segundo el panorama de los colegios, donde el buen estudiante consiguió las buenas calificaciones porque hizo trampa o porque es un “raro”. Para minimizar sus triunfos, acudimos a la violencia, porque en nuestro imaginario colectivo no es posible que a alguien le vaya mejor por sus propios méritos. Por eso es que los colegios presentan altos índices de bullying, físico y emocional, que además son una prueba de una enfermedad que se pasa de generación en generación: la violencia y la mala fe. Nos duele pensar que alguien hizo algo que nosotros no pudimos hacer.

Pareciera que la violencia y la presunción de mala fe está tan ligada a nuestro ADN que se ha vuelto normal y nos parece imposible pensar en un mundo donde esto no sea así. Vemos en las redes sociales como las personas cuentan el chiste “qué tal vivir en Suiza y perderse esto” seguido de algún video absurdo en nuestro país. Así que hablemos de Suiza. En Suiza no hay porteros ni guardas de seguridad en las unidades, porque la violencia no es el primer recurso. En Suiza, los niños de cualquier estrato socioeconómico van al colegio en transporte público sin temor a que algo les suceda. En Suiza, cuando se van de vacaciones, dejan al cuidandero viviendo en su casa con sus mascotas, sin temor a que le vacíen el apartamento. Todos estos son ejemplos de una sociedad donde la violencia y la mala fe no predominan. Mientras que nosotros nos hemos vuelto un país de vigilantes que utilizan la violencia como justificación para remediar los actos de mala fe que nos imaginamos, “las injusticias y las trampas”, porque en nuestro imaginario colectivo, la buena fe es realismo mágico.

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