Pico y Placa Medellín
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Por Rubén Darío Barrientos G. - opinion@elcolombiano.com.co
En este terráqueo planeta, cualquier negocio se puede acabar. Es que lo que era parte de la tradición al igual que lo que parecía ser inmortal, son hoy –en muchos casos–, cenizas al viento que cedieron ante el ímpetu de las nuevas tendencias, la modernidad, el esnobismo, el facilismo, lo generacional, la IA y la misma economía de bolsillo que vivimos. Lo que yo nunca pensé en la vida fue que muchas librerías se fueran a extinguir, incluyendo a La Anticuaria (recuerdo a su dueño, el español Amadeo Pérez, sentado en una silla vieja en la plazuela de San Ignacio), que era la opción de precio bajo para los estudiantes, la de los usados, la de los libros rayados, pero no por eso menos emocionante. Imposible que se esfumara, pensaba.
Juan Luis Mejía, acaba de lanzar otro libro, intitulado “Las siete vidas del libro”, y vi una presentación suya (abreboca) con Ricardo Spitaletta en la Biblioteca Pública Piloto, harto mirífica. Allí el cultísimo Juan Luis dijo muchas cosas, que son apotegmas: (i) que el libro es un sobreviviente, (ii) que las enciclopedias han desaparecido, (iii) que las librerías tienen permanencia de hogares de paso, (iv) que en 500 metros hubo en Medellín (zona del centro), doce grandes librerías, (v) que primero fue Carabobo el epicentro y luego se trasteó a Junín, (vi) que hubo libreros y hubo librerías y (vii) que la crisis del centro de Medellín, apagó las librerías.
Un columnista dijo alguna vez, que “pareciera que la gente no quiere leer sino escribir”. En Bogotá, por ejemplo, cerró sus puertas hace varios años la icónica Librería Mundial, una clásica de casi nueve décadas. En Medellín, la Librería Aguirre frunció, cuando aún la crisis no estaba tan azarosa (Alberto Aguirre —el iconoclasta y contracorriente— y Aurita López, una llave de oro, eran los personajes), la Continental (Rafael Vega Bustamante, su motor), Don Quijote (Fernando Navarro), La Científica (Hernando Donado), La Pluma de Oro (Guillermo Johnson), La Católica (Familia Betancur) y La Dante (Antonio Cuartas). Todas en el centro de Medellín, quedaron reducidas a recuerdos y a evocaciones literarias.
Cuando uno pasa por la Librería Nacional y por Panamericana, siente como una ilusión, pero cuando sabe que en Bogotá bajaron la cortina librerías tan reputadas como Verbalia, Expotamia y Caja de Herramientas, vuelve a sentir palpitaciones. Dicen los entendidos que la internet, la piratería, los precios de los libros, la poca predilección por leer, el simplismo y el hecho de que las nuevas generaciones prefieran bajar los libros en su tablet, conspiraron de una manera brutal.
Mientras haya países que leen hasta diecisiete libros al año, Colombia no araña ni 1,5 libros promedio anual per cápita. La situación inmisericorde (y ruin) de las librerías que parece que no les da para sobreaguar en el corto plazo, exhibe un panorama fúnebre. Doloroso, porque nosotros profundizábamos en la biblioteca del colegio y en la Piloto de Gloria Palomino, nos untábamos de indagación, acariciábamos el libro, lo olíamos y vivíamos una comunión con la sabiduría que encarnaban. Fuimos de la era de juniniar, en donde uno de los retenes obligados lo constituía ir a una librería del centro a comprar o a sentir los libros en las manos e irnos con ese olor que nos transportaba. Nostalgia. Un hueco en el tiempo...