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Samuel castro
Editor Ochoymedio.info
Miembro de la Online Film Critics Society
Twitter: @samuelescritor
Hay un instante del enamoramiento, ojalá lo hayan vivido, en que uno es capaz de recordar, al cerrar los ojos, cada rincón del cuerpo de la persona que ama. Céline Sciamma ha conseguido en “Retrato de una mujer en llamas” que todos los que hemos amado volvamos a vivir ese instante a través de sus dos personajes principales: Marianne, la pintora hija de pintor que ha llegado a esta isla en la que transcurre casi todo, para cumplir con un contrato, y Héloïse, la joven que debe ser retratada de la forma más fiel posible, para que un hombre al que jamás veremos, acepte convertirla en su esposa.
Y lo logra valiéndose de todas las herramientas que le permite el cine. Un guion preciso, capaz de definir a un personaje en un par de escenas (sabremos del ímpetu de Marianne y de su independencia cuando, casi al comienzo, escoja arrojarse a las aguas para cumplir un compromiso, y luego la veamos fumar desnuda frente al hogar); un casting perfecto (después de ver la película uno no puede imaginarse en esos papeles a unas actrices que no sean Noémie Merlant y Adèle Haenel), que logra con sus actuaciones impregnar con la carga erótica y sentimental que se merece, frases que dichas de otra manera no tendrían ese poder, como “¿Has soñado conmigo?”; una fotografía que aturde de lo bella, que convierte cada fotograma en un cuadro al óleo y que le valió a su creadora, la talentosísima Claire Mathon, ser honrada como la mejor de su categoría en los premios César del año pasado.
Como toda obra mayor, “Retrato de una mujer en llamas” trasciende la anécdota inmediata, la que contaría una sinopsis, para ser capaz de hablar de la vida en mayúsculas, de independencia femenina y de qué carajos es la sororidad, del amor y el deseo, de la libertad y de la soledad. Cada vez que la veamos (porque quién quiere perderse el placer de repetir cuando el plato es perfecto y delicioso) encontraremos otra línea de diálogo brillante, otro gesto de las actrices que parece irrepetible. Y disfrutaremos de nuevo, pero con más intensidad, de la música de Vivaldi, que suena en el momento justo, y de esa especie de canon de reclamo que cantan un grupo de mujeres al calor de una hoguera, dándole otro significado a la palabra aquelarre. Todo esto lo haremos mientras volvemos a vivir, al lado de Marianne y Héloïse una historia de amor que se va extendiendo de a poco, sin prisas, como quien desnuda al objeto de su deseo, con una sensación de verdad de la que pocas películas se pueden ufanar. Ahí están la curiosidad y la risa estrepitosa, las miradas intensas y los dedos, tenues, inventando caminos. La sensualidad casi involuntaria.
Hay un instante del amor en que todo es perfecto. No porque lo sea, sino porque estamos ciegos a cualquier defecto. Ese instante es breve e intenso, pero justo para vivir ese momento y guardarlo en la memoria, es que vale la pena enamorarse. Como las mujeres de esta película inmensa de Céline Sciamma, para que haya una página de nuestra historia en la que nos quedemos a vivir para siempre