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Juan David Villa
Editor y periodista
Sí, todos los días de esta vida, y hasta en la otra vida las seguiremos usando. Es más, acaban de leer una: adivinen cuál (abajo les cuento). A los árabes les debemos mucho pero mucho, y no solamente estas palabras que escribiré en cursiva, que ya son un grandísimo aporte. Sabemos usar el cero gracias a ellos, y aunque la palabra cero nos entró por el italiano, es de origen árabe (ṣifr, “vacío”). Ponemos la cabeza en una almohada y no en un cabezal, como decían las gentes antes de la llegada de los árabes (llegaron a la península en 711 y los sacaron en 1492). Vemos el tiempo en almanaques, aunque también en calendarios, palabra esta de origen latino. La palabra árabe es munāẖ, que significa “alto de caravana”, porque varios pueblos antiguos comparaban las posiciones de los astros con camellos en ruta.
Comemos naranjas y tomamos zumo de limones, le echamos zanahoria al arroz, compramos algodón en las farmacias para limpiar heridas, usamos ropa de algodón y abusamos del azúcar. Vivimos en barrios (barrī es salvaje), y si el barrio está fuera de la ciudad y es más pobre que el resto, será un arrabal. Los albañiles levantan casas con adobes y les hacemos construir zaguanes para cruzar y llegar a las alcobas, aunque prefiramos llamarlas piezas o habitaciones. Tapamos los pisos con alfombras, hacemos el fresco (o el jugo) en jarras para meterlo en la nevera y café con leche en tazas que acomodamos en la alacena, que también escribimos alhacena porque viene del árabe hispánico alẖazána y este, a su vez, nació del árabe clásico ẖizānah (الخزانة). Café entró al español desde el italiano, pero su “origen origen” es el árabe. Además, fritamos en aceite bien caliente.
El hombre que nos gobierna se llama alcalde y, como si fuera poco, manda desde La Alpujarra, como la región andaluza donde los moriscos (ciertos musulmanes) pelearon contra el rey de España (tropel de árabes contra cristianos, para decirlo en paisa). En las procesiones de Semana Santa un acólito va adelante con la matraca, y como esta suena tan duro, decimos que “se dio un matracazo” cuando vemos caer a alguien y golpearse fuerte o cuando un futbolista patea duro el balón.
Si nos da tos, nos libre Dios en épocas de pandemia física y mental (o sea, yo toso una vez y ya pienso “me dio covid”), tomamos un jarabe. Tenemos tabique, que puede ser una pared o la parte de la nariz, y al pobre albañil le duele la nuca porque estuvo todo el día tumbando un muro con la almadana (llamada en otras regiones almádana o almádena). Nuca, antes de que se me olvide, vino del latín científico nucha, pero más atrás es árabe también.
La cifra que le debemos a esta sabia y vieja cultura es impagable porque, junto con las palabras, dejaron ciencia, conocimiento del universo, técnicas de riego que no conocían en la península, matemática, arquitectura...
Y la primera palabra de origen árabe que usé aquí fue hasta.