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Esta es una anécdota real, tan real como los 72 años que acaba de cumplir Charly García (este 23 de octubre). Lo recuerdo, le deseo un feliz cumpleaños y que ojalá sus canciones no dejen de sonar nunca.
Estaba muy emocionado. Ya llevaba un mes viviendo en Buenos Aires, cumpliendo el compromiso como periodista para escudriñar la vida de Andrés Calamaro y así lograr buenas entrevistas y el libro que quería escribir. La oportunidad estaba dada, las relaciones y amistades que había logrado en años, ahora estaban en la misma ciudad y eso me llevaría fácilmente a poder entrevistar y conocer a Charly García.
Hablé con Marcelo el Cuino Scornik, un creador de canciones peligrosas, un compositor de alta jerarquía. Él y sus contactos me ayudarían a llegar a Charly. Un número de celular y un nombre llegó a mi chat. Era el cantinero de Charly. Mi misión era acordar una cita en ese lugar que cerraban exclusivamente para él. Luego de la llamada, el cantinero me confirmó que Charly no estaba de mucho ánimo para arrimar por un bourbon, que de hecho, había estado encerrado en casa hacía varios días, su cuerpo no estaba del todo bien.
Otro número de celular llegó a mi pantalla. Era el contacto de Mechita Iñigo, la novia de Charly. Hablé con ella, iba muy bien recomendado, el encuentro se haría, según ella y según la voz de fondo que parecía ser la de Charly García.
Era lunes por la mañana, hacía un frío típico del otoño porteño. La llamada me emocionó, tengo qué aceptarlo, a lo lejos escuché como Mechita le explicaba a Charly que yo era un periodista colombiano, recomendado por varios de sus amigos, que quería entrevistarlo para hacer un libro, ella no dijo de quién, porque yo tampoco se lo dije. Me citaron para el jueves a la tarde en Coronel Díaz 1905, en esa esquina que recorrí tantas veces en mis viajes turísticos a Buenos Aires. Ahí, en esa dirección hace alrededor de 40 años que vive Charly, en el último piso de ese edificio, en el quinto vive Migue García su único hijo, fruto de la relación con María Rosa Yorio.
Esperé con ansias la fecha. El día anterior me fui a Palermo a comprar ropa. Quería que todo saliera perfecto, incluso mi apariencia física, por si Charly permitía que nos hiciéramos una foto. Pensé en todo, en la acomodación de mi sonrisa, de mis manos que harían un triángulo desigual con los índices y en el regalo que le llevaría, una bolsa de café colombiano de origen que estaba destinado para Andrés Calamaro, pero esta oportunidad era única, a Andrés lo seguiría viendo.
Los días pasaron lento pero ya era jueves. Me levanté temprano y salí hacia el lugar. Llegué a ese edificio de ocho pisos, miré hacia arriba, divisé ese hermoso cielo porteño siempre azul profundo, varios turistas pasaban por la acera contigua y señalaban hacia el departamento de Charly, yo, indiferente, ni miraba, ya en minutos iba a estar con él.
Toqué el timbre. Nadie respondía. De nuevo. Escuché la voz de Mechita.
- Hola, Mechita, soy Diego, el periodista colombiano ¿Me recuerdas? Sí, claro que sí, déjame te paso a Carlos, dijo.
Me sudaban las manos, mi corazón parecía el bombo de la batería de Yendo de la cama al living. Escuché voces detrás del citófono. Silencio. Luego era el mismo Charly García detrás de la bocina.
- ¿Quién es?
- Hola, Charly, soy Diego, el colombiano. Me temblaba la voz.
En ese punto de la historia, Charly empezó a hablar y yo no entendí nada de lo que dijo. Era como si estuviera borracho, se mezclaba su acento porteño en rapidez con el desgaste de su voz y la edad. No entendí nada.
Al final le dije, Charly, vengo acá para entrevistarte, recomendado por varios amigos, estoy haciendo el libro dedicado a Andrés Calamaro.
Hubo un silencio evidente en esa extraña conversación.
Algo no estaba bien, yo no tenía toda la información de contexto. A los días, me enteré de que Charly y Andrés no se hablaban hace años. Ambos pasaron de ser amigos a enemigos por el amor de Mónica García, quien era la esposa de Calamaro. Los dos utilizaron como excusa a Mónica para tener una fuerte pelea pública. Charly se habría metido en la relación que tenía Calamaro con su esposa y a partir de allí inició el rifirrafe y de hecho, Flaca, fue inspirada por esta historia.
Volviendo a la bocina, Charly, con una voz clara y enfurecida me dijo:
- ¿Y por qué no mejor haces un libro sobre mí? Boliviano de mierda. Y colgó.
Quedé frío y asustado. Conocí a Charly García.
Say no more, Charly García. No necesito conocerte ni mirarte a los ojos, con haber escuchado tu voz y poder contar esta historia, ya tengo para ser feliz.