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Samuel Castro
CRÍTICO
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Miembro de la Online Film Critics Society
Desde hace un par de décadas el cine francés produce cada año un par de títulos que encajan en lo que el mundo anglosajón ha llamado feel good movies, un subgénero que estamos en mora de nombrar en español (“películas reconfortantes” podría funcionar) y que tienen una misión cada vez más valiosa en este mundo caótico y cruel: que salgamos de la sala de cine creyendo que acabamos de hallar una clave para mejorar nuestra vida. Tal vez la diferencia con sus equivalentes gringos es que en Francia tienen claro que estas películas no se hacen con enormes pretensiones de premios y la prensa especializada no las trata como si fueran trascendentales. Ojalá esté muy lejano el día que en los Premios Cesar cometan el oso inmenso de darle su máximo galardón a uno de estos títulos, como ya lo hizo la Academia de Cine estadounidense el año pasado cuando premió con el Óscar a “Coda” que, paradójicamente, era el remake de una feel good movie francesa: “La familia Bélier”.
Hay en “Un gran amigo”, de Éric Besnard, estrenada la semana pasada en Colombia, un punto de inflexión en el guion que el título en español revela. ¿A quién debemos culpar por no dejar el original “Las cosas simples” y conservar el misterio? En todo caso, después de una maravillosa secuencia de presentación editada con imágenes “de librería” que recalca que los seres humanos somos lo que somos porque armamos sociedades, y esa es nuestra bendición y nuestra desgracia, la película nos presenta a un exitoso y ocupadísimo empresario, Vincent, al que se le vara su Aston Martin de lujo en un paraje perdido de los Alpes franceses. Pierre, que pasa por ahí en su moto, acudirá en su ayuda y esa será la oportunidad para Vincent de recordar que hay otra manera de vivir, más simple y tranquila, menos atada a la velocidad de internet y a las prisas de las bolsas de valores. Compartir con Pierre nos manda un mensaje también a nosotros: necesitamos dormir, disfrutar de la comida, mirar el paisaje y gozar del silencio. Por eso el millonario entrará en pánico cuando le pregunten en una entrevista si es feliz. Hasta ahí el de “Un gran amigo” sería un guion calcado de otros cientos parecidos, como el de “Un buen año” de Ridley Scott.
Pero Besnard es consciente de que el discurso por un aire más puro y una vida con menos revoluciones ya está muy dicho. Y por eso tomará una vía alterna, profundizando en los personajes principales para mostrarnos que hay razones más profundas en lo que hacemos y que hasta el paisaje más hermoso se disfruta mejor en compañía. Ese es el verdadero “mensaje” de la película: todo debería valer menos que preocuparnos por un amigo. Porque finalmente son los verdaderos amigos y no el gimnasio ni las cuentas bancarias o los asesores pagos los que estarán ahí para ayudarnos en los momentos que importan, cuando necesitamos bailar o un empujón para vencer la timidez. Y una película que nos impulse a llamar a ese amigo con el que hace rato no hablamos, sólo por eso vale más que una de robots que se transforman en carros.