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Samuel Castro. Miembro de la Online Film Critics Society. Twitter: @samuelescritor
La risa es un superpoder. Cuando nos reímos de una desgracia o de un abuso, mágicamente ese suceso pierde buena parte de su capacidad de hacernos daño. Por eso a los gobiernos autoritarios les encanta prohibir las caricaturas y la sátira. Por eso los déspotas carecen de sentido del humor. Era lógico que la némesis de un héroe que jamás se ríe, como Batman, fuera un payaso como el Guasón (y negándome a decirle Joker revelo a qué generación pertenece este crítico) La risa del Guasón, sin embargo, probaba que toda característica positiva llevada al extremo se convierte en defecto. En el mundo de Ciudad Gótica su risa no implica ironía, sino anarquía. Como decía Michael Caine cuando fue Alfred en The dark knight, hay personas que solo quieren ver el mundo arder. Nerones tocando la lira ante una Roma en llamas.
La risa es un arma. Y en el caso de la que se ha inventado Joaquin Phoenix en su encarnación del Guasón, un pulsar lacerante que lastima los oídos como una golpiza. Consciente de que es un arquetipo más que un personaje, Phoenix no teme ir hasta el límite en su construcción corporal, y decide correr como lo haría un payaso perseguido por otro en un acto circense (codos arriba, manos moviéndose sin descanso, zancadas de zapatos gigantes); forzar la piel de su cara en varios rictus —cuál de ellos más temible—, bailar desaforadamente (sus pasos de danza inquietante mientras suena That’s life de Frank Sinatra, son algunos de los mejores momentos de la película) cuando se le antoja.
Sin embargo, su Guasón no es mejor que el de Heath Ledger en la versión de Christopher Nolan, porque el guion de Todd Phillips y Scott Silver le quita una de sus mayores fortalezas históricas: la ambigüedad, la indefinición. Es más temible el villano que no tiene ningún motivo para causar daño, que un malvado que puede ponernos de su parte con antecedentes de sufrimiento y penuria o con una psique maltrecha. Pero eso no es culpa del actor, que firma una interpretación extraordinaria. Son sus hombros enjutos los que sostienen la película, que bebe —tal vez demasiado— de la desazón permanente de títulos como Taxi driver de Martin Scorsese, y que gracias a Phoenix disfrutamos hasta el final.
La risa es un descanso porque alivia cualquier tensión. En Guasón no hay descanso posible, porque Phillips ha decidido mostrarnos el descenso a los infiernos de una persona y de una sociedad, paso a paso, captando ese espíritu de los tiempos que corren, ese zeitgeist rabioso e irascible, con muchas causas justas por defender, que copa nuestras vidas hoy en día. No importa que no sean explícitos los motivos de las revueltas, porque en el fondo, los entendemos. Lástima que a Phillips le haya faltado valor para acabar el Guasón dos minutos antes, pues habríamos encontrado al fin un espejo triunfante aquellos que en algún momento quisiéramos salir a las calles y vengarnos de los golpes recibidos, de la desigualdad y el desequilibrio económico, de los ricos y su falta de humanidad. Porque la risa contagia por si sola, sin necesidad de que entendamos el chiste o sus causas. Como el fuego.