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samuel castro
Editor Ochoymedio.info
Twitter: @samuelescritor
“¿A veces no quisieras ser hombre?”, le pregunta Skylar a su prima Autumn, en el vestidor del supermercado en el que trabajan. “Todo el tiempo”, contesta ella, sin drama ni humor en su tono. Como un hecho simple. Es un hecho, no una opinión ni una impresión, un hecho, que ser mujer es más difícil en este mundo. No sólo por los cólicos menstruales, que ya serían suficiente razón, sino porque son las mujeres las que se embarazan, que no es un verbo que se parezca a tropezarse, aunque algunos quieran plantearlo así: “se embarazó”, como si fuera un asunto que se resolviera en segundos y luego todo siguiera igual. Y no. Es una acción que implica cambios tan fuertes en el cuerpo, la mente y la vida de las mujeres, que embarazarse tendría que ser siempre una decisión personal, que cada mujer debería poder tomar en pleno uso de conciencia.
Por fortuna contamos con cineastas como Eliza Hittman, capaz de tocar el tema a través de historias como la de Autumn, a quien nos presenta en la primera escena de “Nunca, rara vez, a veces, siempre” (que pueden ver desde el sábado pasado en HBO GO), en un espectáculo escolar, cantando una pieza que suena extrañamente moderna y personal, justo después de varios números musicales nostálgicos. Podría ser el primer comentario que va dejando la guionista y directora por el camino (calificamos lo que debería ser una decisión individual con opiniones colectivas anticuadas, puesto en palabras), pero aún si no lo fuera, es una escena que nos permite conocer en pocos minutos el carácter de la protagonista, que se sobrepone a un insulto que vociferan desde el público, sigue cantando luego de alguna vacilación, y luego terminará desquitándose del imbécil que le gritó.
Hittman hace que esta película sutil y luminosa siga diciéndonos cosas y comentando el mundo después de verla, justo porque renuncia a las heroínas carismáticas construye más bien una historia universal, un relato en el que cualquiera podría verse identificada. Cualquier mujer que haya lidiado con la incomprensión hostil de un jefe hombre antes sus padecimientos íntimos; cualquier joven que haya tenido que soportar insinuaciones sexuales de desconocidos o burlas de sus familiares; cualquier muchacha que debe aguantar consejos “por su bien”, que se refieren a su cuerpo, a su vida, a su futuro. Por todo esto deberá pasar Autumn para poder abortar, aunque no lo hará sola, pues ese es el otro gran tema: la hermandad sin palabras entre dos mujeres que solo se tienen la una a la otra para cuidarse. La verdad en las miradas de las dos primas es la razón para estar de acuerdo con los premios que les den a Sidney Flanigan y Talia Ryder. En sus ojos está todo el drama que necesitamos presenciar.
En lugar de mostrarnos planos abiertos donde Autumn y Skylar se vean minúsculas para simbolizar desamparo, Hittman filma cerca sus rostros todo el tiempo. Tal vez para probarnos que en esa odisea diaria que significa ser mujer en este mundo, la soledad es parte de la ecuación. Una ecuación que solo alteran, cuando hay suerte, los dedos meñiques de la sororidad, para sostenerse entre sí en medio del desamparo.