Pico y Placa Medellín
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Por Diego Londoño @elfanfatal
La historia sonora de Medellín es impresionante. Su generosidad con algunas décadas musicales es un deleite para cualquier fanático o historiador musical. El go gó y ye yé en función sonora del nadaísmo, el movimiento nueva ola disfrazado de un incipiente rocanrol, la salsa, el sonido tropical, la música campesina, la cumbia de salón, el punk, metal, rap, el rock alternativo, la música electrónica, el reguetón y sus hits planetarios, el trap, la canción de autor y la mutación constante y vertiginosa que vive este valle.
Han sido innumerables los hitos históricos que aquí se han gestado, hitos germinados por creadores de canciones de una autoría rebelde, eterna, que ha generado himnos que recorren Colombia y el mundo. Somos tierra de creadores, sin lugar a dudas.
Sin embargo, en los últimos años, en las carteleras de centros culturales y teatros, es más que evidente que el fenómeno de los tributos se ha apoderado de las programaciones artísticas.
Entendidos los tributos como la emulación de artistas originales, con sus canciones interpretadas pulcramente, con el mismo sonido, las mismas texturas, la interpretación aprendida al pie de la letra, los mismos accesorios técnicos y un largo etcétera. Una ficción emocionante que nos acerca al ADN de sonidos que están metidos en nuestra piel. Las bandas tributo existen hace décadas y desarrollan cualidades artísticas como las voces, la interpretación de los instrumentos y la presencia escénica que hace recordar al público las actuaciones del grupo al que se rinde homenaje.
Y quiero aclarar, no es que yo esté en contra de este tipo de espectáculos, de hecho, los disfruto, muchos de los grandes tributos que he vivido me han hecho soñar con agrupaciones que nunca veré. The Beatles, The Doors, Nirvana, The Rolling Stones, Pink Floyd, The Clash e incluso Soda Stereo. Pero al punto al que quiero llegar, es que la sobresaturación, la oferta desmedida de tributos de cada semana ya es un ruido molesto.
Lo curioso es que los tributos son un gran apalancamiento para teatros, bares y centros culturales, siempre hay público, y no poco. Ahora bien, los pocos conciertos que se auto promocionan, que trabajan por el desarrollo de creadores inéditos, de sus canciones, sus discos y sus puestas en escena, ahora escasean y son tragados, sin masticar, por una nueva tierra de replicadores, una tierra de intérpretes.
La reflexión nos lleva a un solo punto. E q u i l i b r i o. Justo con esa conciencia del consumo, de la creación y por supuesto también de la programación artística que desde diferentes centros culturales se le ofrece a la ciudad, podemos todos, llegar a esa balanza que nos cobija de nuevo con el manto de una ciudad de creadores y no de saturaciones de tributos.