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El problema con los retratos por encargo, presentes desde siempre en la historia del arte, es que todos sabemos que hay un pacto tácito entre el pintor y quien paga el retrato. Con contadas excepciones, el cliente espera que el artista no haga énfasis en sus defectos y embellezca un poco su apariencia, aun cuando esto signifique que el pintor no ponga lo mejor de su talento en el encargo.
“La dama de oro”, que justamente cuenta la historia de un famoso retrato, el que hizo Gustav Klimt de Adele Bloch-Bauer y que era exhibido en Austria como una de las glorias artísticas del país hasta que Maria Altmann demandó al estado austriaco, porque podía comprobar que éste se había apropiado de esa y otras pinturas que pertenecían a su familia, adolece...
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