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Samuel Castro
El pobre John Madden, el director de El arma del engaño, película inglesa a más no poder (con todo lo bueno y lo malo que eso tiene) estrenada esta semana en Netflix, carga desde hace décadas con el estigma de haber sido beneficiado por la injusticia. Era él quien dirigía Shakespeare in love, la romántica y ligerísima cinta que le arrebató el Óscar a Saving Private Ryan en 1999, beneficiada por el poderoso lobby ejecutado por Harvey Weinstein para quedarse con los votos de la Academia. El despropósito sólo es comparable con la reciente victoria de Coda sobre títulos como Belfast o El poder del perro, un triunfo de la corrección política y la bondad mal entendida.
Y digo que Madden carga con el estigma, porque siempre que se habla de él se menciona aquella película, como si no hubiera hecho ocho largometrajes más después, entre los que se cuentan los interesantísimos The debt o Miss Sloane y las dos simpáticas entregas de El exótico Hotel Marigold. ¿Por qué hacemos esto en la crítica y la prensa especializada? Porque juzgamos con excesiva severidad a directores como Madden, que no tienen ninguna pretensión autoral y que se contentan con hacer el mejor trabajo que pueden con el material que les dan los estudios. Se me ocurre que tal vez la arquitectura sea la otra disciplina donde diseñar el mejor hospital posible no tiene mucha prensa, pero hacer una biblioteca de perfil grotesco, donde no entra la luz por las ventanas, da más reconocimiento ante el público. Esas son las consecuencias del desmedido amor por el cine de autor del que sufre cierta parte del periodismo cultural: que artesanos como Madden siempre tienen que luchar contra la corriente.
Escribo todo esto porque El arma del engaño es una muy buena película que, sin embargo, ha encontrado muy poco eco en la vitrina mediática, concentrada como está en saber cuál es la serie del momento o quién protagonizará el próximo título de Marvel. Y debería estar más en la conversación una película que cuenta con gracia, muy buen ritmo y actuaciones más que correctas, una operación de engaño que fue crucial para la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial: el descubrimiento por parte de los nazis, en costas españolas, de un supuesto militar ahogado, poseedor de unos papeles que demostraban que el desembarco de tropas se haría por Grecia y no por Sicilia, donde apuntaba la lógica del conflicto.
Madden es capaz de contar esto, que ya era complicado, brindándoles arcos dramáticos a casi todos sus personajes, con una puesta en escena completamente creíble y combinando además pequeños elementos de comedia y romance, como sólo los británicos parecen capaces de hacerlo hoy en día. Puede que esta no sea la película que alguien escogería para abrir un festival de cine, pero probablemente sea la indicada para pasar una tarde deliciosa frente al televisor. No es un mal resultado, sobre todo si añadimos a la cuenta que la deuda de su director con la Segunda Guerra Mundial, contraída hace más de 20 años, por fin queda saldada.