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Diego londoño
Crítico de música
Volví a un concierto. Desde la noche anterior estuve ansioso por esa cita para escuchar música en vivo. Unas horas antes de ser jurado en el Festival Altavoz, en Medellín, estaba feliz, incluso nervioso. No sé si a ustedes les pasa que tienen ropa interior, camisetas, zapatos y hasta colonia para momentos especiales, a mi sí me pasa, y para ese momento, preparé esas prendas, ese aroma, esa energía. Llegué más temprano de lo normal, al ingresar al lugar, presencié la prueba de sonido.
Desde lejos pude sentir el bombo pegándome en el centro del pecho; el bajo, retumbaba en las plantas de mis pies; la guitarra entraba por un oído, salía por el otro, y aún ni podía ver la tarima. Y sí, sé que es muy romántica la escena, pero luego de no ver música en vivo por tanto tiempo eso fue lo que sentí.
Ya en el concierto, en el primer acorde de la primera banda, en la primera descarga de energía, no fue solo una conexión íntima y solitaria, sino colectiva con los que estaban medianamente cerca. Sentí que había felicidad en el ambiente así no hubiera público. Estaba en los conciertos de eliminatorias de Ciudad Altavoz como jurado. Pero había música, en el piso, en el aire, en las pupilas, en los poros, en el corazón. Me sentí raro de nuevo en un concierto, me sentí también privilegiado.
En el concierto todo fue felicidad, agradecimiento y esperanza de volver, de estar con los amigos, de escuchar buenas y malas bandas y aprovechar esos momentos que antes teníamos y quizá, dejábamos pasar fácilmente.
También llegaron otros pensamientos que me llevaron a reflexionar sobre la necesidad de no depender, de volver a lo simple, al acto de tocar, de hacer música porque el cuerpo lo pide, porque es nuestro hobby, nuestra felicidad absoluta, no solo nuestro trabajo y manera de subsistir, sino nuestra vida. Hacer canciones, hacer conciertos porque seguimos creyendo en la música, porque seguimos creyendo en que algo puede pasar, para nuestro futuro, para nuestro presente y por qué no, para el pasado que seremos.
Y es que luego de toda la crisis pandémica, el mundo deberá volver a eso, al hazlo tu mismo, a los conciertos en bares, a los compilados, a los parches entre bandas y quizá, a dejar de depender de las becas, del estado y sus aportes livianos.
Ese es mi llamado luego de sentir de nuevo la música en vivo, volver a que no nos importe quién quiere música, que nos importe un comino las plataformas, las cifras, las convocatorias, los mismos jurados y los festivales patrocinados. Hacer música con amigos, porque el corazón simplemente se emociona.
Bienvenidos a la reinvención, esa que no he entendido porque aún ni nos hemos inventado, pero que ahora nos tocará experimentar.