Durante la ola de gobiernos de izquierda que arropó a Suramérica en la primera década y media de este siglo, se dijo que Colombia era una excepción. Nuestros gobiernos se enlistaron sin amagues en la línea discursiva de la derecha, al punto que Chávez, con su retórica populista, nos etiquetó como “el Israel latinoamericano”. Sin embargo, ante el reciente inconformismo ciudadano con el Gobierno Nacional, cabe renovar la pregunta ¿es realmente Colombia un país de derecha?
En la política nacional, sin duda. De derecha es Santos y Uribe y Pastrana. Samper, que quizá pretendía un manejo de corte más social, se empantanó por la ilegitimidad de su presidencia y su mal gobierno no se puede etiquetar porque a duras penas existió. Gaviria fue de derecha al igual que Barco y al igual que el conservador Belisario. Y nos podríamos ir más atrás para llegar siempre a la misma conclusión.
La derecha gobierna desde hace décadas en la Casa de Nariño porque el peso del sufragio ha recaído en las propuestas para atacar a los narcos o a las Farc. En otras palabras, la cocaína y la guerrilla definen la política nacional desde finales de los setenta, desplazando en el imaginario asuntos como la economía, la salud, el empleo o la educación. La izquierda, asociada por muchos en nuestro país a la lucha armada de los insurgentes, no ha tenido chance presidencial.
Pero más allá de la seguridad, hoy vienen en aumento reivindicaciones desde lo social, en un país profundamente desigual, corrupto e injusto. Resulta paradójico que en una democracia que se precia de su fortaleza, los gobiernos se distancien tan rápidamente de sus gobernados.
Colombia no es mayoritariamente de derecha pero sus presidentes sí. La incompatibilidad reside en la pobreza del debate político, que permite un discurso electoral monotemático, y en unos gobernados que ven lo público con tremendo desdén.
El presidente se comporta como el capataz de una finca familiar y la ciudadanía como el público de un partido de fútbol que, cuando se indigna, explota en una pataleta tan volcánica como efímera.
Le pueden subir los impuestos, bajar los sueldos, enredar las jubilaciones y apretar la salud; no importa. Hay tres insultos y al día siguiente la misma cabeza gacha. Si queremos un botón, ahí está Isagén .