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Una de las primeras personas en descubrir que Bill Clinton mentía durante una rueda de prensa en la que declaró: “no tuve relaciones con esa mujer, la señorita Lewinksy” fue el psicólogo Paul Ekman, y no porque conociese al entonces presidente de los Estados Unidos, sino porque es un pionero en el estudio de las emociones y su expresión facial.
El énfasis en las palabras “no” y “nunca” denotó una necesidad de aislarse que sugería que no estaba siendo sincero. Así mismo, el hecho de decir “esa mujer”, no era necesario, según explica Ekman en su portal web: “El hablante conocía el nombre de la persona y lo dijo, pero solo después de poner una pequeña distancia lingüística”.
No basta una señal para acusar a alguien de mentiroso. Son varias pistas las que deben seguir los cazadores de engaños, como observar las decisiones diarias de otras personas para entender cómo se comportan mientras están en condiciones normales o cómo lo hacen bajo estrés. Cuestión de técnicas y también de estudiar.
La bogotana de ascendencia lituana, Rita Karanauskas, se especializó con Ekman en las expresiones faciales y la detección de mentiras en las palabras con un ex FBI del Marshalls Academy. Hoy se desempeña como profesora de la Universidad El Rosario y es asesora de empresas y empresarios que no quieren ser engañados. Pocos se atreven a hacerlo con ella, quien sabe que los desconocidos mienten tres veces cada diez minutos.
Vino a la ciudad a compartir sus conocimientos en el Bar de historias del Parque Explora. EL COLOMBIANO la entrevistó.
“En su mayoría los niños mienten por miedo al castigo. Miedo y mentira van de la mano”.
“Sí, los que dicen que no también mienten. Ahora, dicen que los autistas, en particular, no”.
“Depende. Qué tanto mentimos tiene que ver con muchas cosas, por ejemplo la habilidad de nacimiento de entender las necesidades de los demás; hay niños que ven que les es útil para obtener lo que quieren. Luego es importante la educación en casa: si cada vez que el niño hace algo el papá lo regaña, se desatan mentiras. Pero hay mentiras de mentiras. A los cuatro años ayuda a desatar la creatividad, pero las piadosas, por ejemplo, son evolutivas y han servido para poder vivir en sociedad. Esas las decimos todos, son sanas y los niños aprenden a decirlas más o menos hacia los 12 años”.
“Todos transgredimos normas, es fácil para algunos hacerlo si los demás también lo hacen, pero no todos los que las sobrepasamos nos convertimos en homicidas. ¿En qué radica la diferencia? Tal vez a los homicidas se les permitió quebrar normas con facilidad hasta llegar a una gran transgresión. Si un padre castiga al hijo con la televisión por cinco días, pero al tercero llega cansado y se le olvida, el niño se dará cuenta de que puede correr la cerca poco a poco. Las transgresiones grandes siempre van precedidas de algunas pequeñas y luego, si la persona le saca gusto a esto, nace lo que Ekman llama el placer del desafío. En el lenguaje corporal se ve con una sonrisa fuera de contexto, pero no se ve en todos los mentirosos”.
“Son muy pocas las personas malas. Algunos nacen con una dificultad neurológica y tal vez se podría decir que nacen malos, pero yo creo que los que se hacen, se construyen en el camino. Por eso aunque mentir es una sensación desagradable, luego de que una persona corrió mucho la cerca, poco a poco experimenta un placer al desafiar la autoridad”.
“Ellos saben leer a terceros y conocen sus necesidades a partir de la observación, entonces sí tienen una gran inteligencia emocional, que es una de las más importantes”.
“Un mito muy generalizado es que los mentirosos no miran a los ojos, pero yo conozco algunos que miran y sostienen su mirada al mentir sin problemas. Otro es que se mueven nerviosamente, pero la realidad es que muchos aprendieron a moverse así de sus papás, y no necesariamente son mentirosos”.
“Ellos mienten más, las mujeres mienten mejor. Los primeros quieren adular de su poder, entonces se incrementan el sueldo o el número de novias. Ellas entienden muy bien las necesidades de los demás y lo hacen, en su mayoría, para proteger a terceros”.
“Es importante analizar el comportamiento de la persona y tomarse el tiempo de observar para establecer cuál es el lenguaje corporal natural de la persona o su línea base. Si piensa que su pareja le es infiel, lo peor que puede hacer es preguntarle directamente, porque las preguntas con respuestas de sí o no son indescifrables y, además, esa en particular es una interpelación que pone nervioso a cualquiera. Lo mejor es contarle una historia de infidelidad de un tercero y revisar las reacciones de la pareja. Si la persona cambia su lenguaje corporal, hay una señal de alerta”.
“Ambas. Yo también miento, igual que los demás, pero son piadosas y seguro se perciben menos”.
Periodista, científica frustrada, errante y enamorada de los perros. Eterna aprendiz.