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Un millón y medio de bolsas dejaron de llegar a la Ciénaga Grande de Santa Marta gracias a una iniciativa comunitaria

Se trata de Defensores de la Ciénaga Grande y del Mar, una iniciativa comunitaria nacida en Puebloviejo y Tasajera que, con el acompañamiento técnico de la Fundación Eduardoño, articula a pescadores, cubeteros y jóvenes alrededor de un modelo de reciclaje, educación ambiental y buenas prácticas pesqueras para recuperar la Ciénaga Grande desde la vida cotidiana.

  • Nelis Esther Castro Hernández, cubetera de Tasajera, sale de su casa con las bolsas plásticas que entrega a los Gestores del Cambio para evitar que terminen en la Ciénaga Grande. FOTO: EL COLOMBIANO
    Nelis Esther Castro Hernández, cubetera de Tasajera, sale de su casa con las bolsas plásticas que entrega a los Gestores del Cambio para evitar que terminen en la Ciénaga Grande. FOTO: EL COLOMBIANO
17 de diciembre de 2025
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A las cuatro de la mañana, cuando Tasajera todavía está a oscuras y el viento del Caribe empuja el olor salobre hacia las casas, Nelis Esther Castro Hernández ya está despierta. Su día empieza antes que la faena de los pescadores, antes incluso que el primer hielo. Durante años, su rutina como cubetera fue simple: vender cubetas y seguir adelante. Hasta que alguien le explicó que esas bolsas —las mismas que pasaban por sus manos todos los días— estaban asfixiando la Ciénaga Grande de Santa Marta.

—Nos dijeron que eso estaba afectando el ambiente, la Ciénaga, y que si queríamos ser parte de la recuperación —recuerda—. Y nosotros accedimos, tomamos la iniciativa voluntariamente.

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Nelis no es ambientalista ni activista. Es madre cabeza de hogar, tiene tres hijos y lleva cerca de ocho años dedicada al hielo como sustento. Vende desde temprano, a veces 150 cubetas al día, y guarda las bolsas que antes terminaban en el agua. Hoy las separa, las limpia y las entrega para su recolección. No recibe dinero por hacerlo. Lo hace porque, como dice, “de ahí —la Ciénaga— dependemos todos”.

Y es que, durante décadas, la bolsa plástica fue un residuo invisible en la Ciénaga Grande. Pescadores y cubeteros la usaban para conservar el pescado en frío y luego la desechaban sin mayor pregunta. Manuel Guillermo Robles, pescador de 64 años, aprendió el oficio de su padre y de su abuelo, cuando el mar todavía respondía.

—No estábamos acostumbrados ni educados —admite—. Tirábamos las bolsas sin tener conocimiento del daño que nos podía hacer en un largo plazo.

Con el tiempo, el daño dejó de ser abstracto: las especies comenzaron a retirarse, el agua se calentó y las faenas se hicieron más largas. Manuel tuvo que cambiar sus zonas de pesca y desplazarse kilómetros más lejos, usando bicicleta o moto para llegar al mar.

—Hay peces que son de agua fría y se van buscando otro lado —explica—. Eso nos obligó a movernos.

La acumulación de plástico no era el único problema de la Ciénaga, pero sí uno de los más persistentes. Según cálculos de las organizaciones locales, cada año llegaban al complejo lagunar cerca de cinco millones de bolsas plásticas. Frente a esa normalización, un grupo de jóvenes decidió intervenir desde la base. Así nació Gestores del Cambio.

—Las personas estaban acostumbradas a vivir de una forma incorrecta —dice Brey Meléndez Acosta, cofundador de la organización—. Creían que el plástico no hacía nada.

El punto de quiebre no comenzó con sanciones ni con dinero, comenzó con visitas casa a casa, talleres y recorridos por la faena. Ver peces con restos de plástico en el cuerpo fue suficiente para que muchos pescadores entendieran que el daño era real.

La iniciativa tomó forma en julio de 2024 bajo el nombre Defensores de la Ciénaga Grande y del Mar. El modelo es sencillo y, precisamente por eso, potente: el pescador devuelve la bolsa al cubetero; el cubetero la almacena y la limpia; los jóvenes la recolectan, la procesan y la entregan a empresas recicladoras. Parte de ese plástico regresa convertido en madera plástica para uso comunitario.

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—De cien bolsas, hoy se están devolviendo entre ochenta y noventa y cinco —detalla Meléndez—. No es perfecto, pero antes no se devolvía ninguna.

En menos de un año, el modelo permitió recuperar cerca de un millón quinientas mil bolsas plásticas y elevar la recolección de residuos del 15 al 85 por ciento, pues más de trescientas personas —pescadores, cubeteros y jóvenes— se vincularon al proceso. Entre ellos, 32 líderes locales fueron formados para replicar el conocimiento en escuelas y barrios.

La Fundación Eduardoño se sumó aportando el componente técnico. Ivonne Selena Costa Carbonó, vocera de esa organización, explica que el trabajo no se limitó al reciclaje.

—Apoyamos con capacitaciones en manejo ambiental, separación en la fuente y cadena de frío, desde la captura hasta la comercialización del pescado.

También enseñaron reparación de motores fuera de borda y buenas prácticas productivas. Aunque el mayor desafío no fue técnico.

—El reto fue unir a la comunidad —reconoce—. Lograr que cubeteros, pescadores, jóvenes y organizaciones trabajaran juntos.

En Tasajera, esa articulación tiene rostro propio. Blas Manuel Carbonó, conocido como Aquaman, lidera a los cubeteros. Creció entre el hielo y cuando uno habla con él, recuerda sin parar cuando la Ciénaga era “virgen”, en un discurso que mezcla memoria, urgencia y pedagogía.

—Si no empezamos ahora, la Ciénaga se nos va a acabar —advierte—. Cuatro generaciones más y no contaríamos con ella.

Para Aquaman, la clave está en los niños, por eso se disfraza, da charlas y convierte el reciclaje en relato cotidiano, porque “la transformación no llegará solo con obras, llegará con hábitos que se repitan en casa”.

Pero incluso esa pedagogía tiene un límite cuando se enfrenta a problemas que superan a la comunidad: el apoyo estatal sigue siendo limitado, por no decir nulo, y la contaminación que llega por ríos, ganadería y minería excede cualquier esfuerzo local.

Por esa razón, cuando cae la tarde, Nelis guarda las bolsas limpias y espera a que pasen a recogerlas. Mañana volverá a levantarse temprano, aunque hoy sus máquinas estén dañadas y venda jugos para sostenerse. No habla de cifras ni de políticas públicas. Habla de futuro.

—Esto es para los niños que vienen creciendo —dice—. Para que la Ciénaga siga ahí.

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