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De corredor guerrillero a región turística

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31 de marzo de 2019
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Atanael Rojas. 60 años. Colono de Uribe (Meta). Tez trigueña por los estragos del sol. Llegó a la región en 1967 cuando sus padres decidieron conseguir mejor suerte en los llanos orientales, época de la que recuerda que las tierras eran muy prósperas y se respiraba paz en la zona.

Rojas es el tercero de cinco hermanos. Cuenta que todo era tranquilo hasta 1976 cuando escuchó de la presencia de las Farc en la zona. Inicialmente, dice, llegaron a la vereda Ucrania, pero no se les veía en Uribe a menudo, tan solo cruzaban por el lugar, pero nunca registraron una acción delictiva de su parte.

Sin embargo, esa tranquilidad se acabó cuando conocieron de la denominada ‘Casa Verde’, la tristemente célebre edificación rudimentaria de techo color verde, famosa porque en ella Manuel Marulanda recibió las distintas delegaciones de paz del Gobierno entre 1984 y 1989. No obstante, ‘Casa Verde’ era en realidad una serie de campamentos que se extendían sobre un escenario de decenas de kilómetros cuadrados, entre las veredas La Francia, El Diamante y La Primavera, en la margen izquierda del río Duda y las quebradas Agua blanca y La Honda del municipio de Uribe.

Atanael evoca que estuvieron tranquilos durante un buen tiempo, pero la historia fue otra el fatídico 4 de agosto de 1998, día en el que se registró la toma de Uribe. Fueron cuatro frentes los que se tomaron el municipio durante tres días, inmediatamente después de la toma a Mitú, que empezó el primero del mismo mes y culminó el 4, cuando empezó en Uribe.

Fueron días de mucha tensión, zozobra y miedo en la comunidad. Sin embargo, los guerrilleros, si bien afectaron a la Fuerza Pública, abandonaron la región, pues fracasaron en su intento de ocupar los espacios de la Policía y el Ejército.

La toma de Uribe hizo parte de una escalada nacional lanzada por las Farc como ‘Despedida al Gobierno Samper’, de cara a posicionarse frente a la nueva administración de Andrés Pastrana Arango, quien inició unos diálogos de paz, precisamente en el municipio y en su mandato denominó ese lugar como la zona de distensión.

Los lugareños recuerdan que durante las conversaciones entre el Gobierno y el grupo guerrillero, los fines de semana llegaban al municipio camiones con subversivos que no tenían más de 17 años, la mayoría reclutados a la fuerza.

Hoy la zozobra, el temor, la desolación y la incertidumbre hacen parte del pasado. El municipio no ha cambiado mucho geográficamente. La economía ha mejorado y la seguridad da alivio a la comunidad, como lo siente Ómar Jiménez, quien hizo parte de las filas del frente primero de las Farc en 1993.

Uribe, Meta, de zona guerrillera a región turística

De guerrillero a cultivador

Jiménez fue reemplazante de frente, tenía a su cargo entre 70 y 80 hombres armados, que delinquían en Cundinamarca, Huila, Tolima y Mesetas. Su labor era ser financiero del grupo subversivo, según le confesó a COLPRENSA. “Pasaba los días buscando dinero para solucionar todos los problemas. A veces se hacían retenciones, pero yo siempre llegaba por las buenas, nunca me gustó retener a la gente”.

Hoy hace parte del cambio que ha tenido el municipio una vez se firmó el acuerdo final de paz. Inicialmente, estuvo en Tumaco (Nariño), con Henry Castellanos, ‘Romaña’, pero decidieron retornar al lugar que fue su punto de concentración delictivo.

“Estábamos en Tumaco con ‘Romaña’, pero resulta que se complicó allá la situación porque comenzaron a crear una cantidad de grupos y no había seguridad física, entonces decidimos trasladarnos a esta parte, que era donde siempre habíamos estado, donde nos conocía la gente. Sabíamos dónde íbamos a estar y que no íbamos a tener las dificultades que se estaban dando en Tumaco”, expresó el exsubversivo.

A juicio de Ómar, ‘Romaña’ retornó porque tampoco tenía seguridad jurídica y dijo que regresaría una vez estuviera todo solucionado para él, pero eso no ha pasado. Contó que en la zona donde estaban era conocida por ser cocalera y muchas estructuras se disputaban el territorio

En Tumaco estuvieron ocho meses, una vez se firmó el acuerdo de paz. Allí sembraron más de 100.000 matas de piña, 45.000 de sábila, 80.000 de plátano. Tenían 1600 marranos y 3000 gallinas. Aseguró que todo ello quedó en la zona y en Uribe empezaron de nuevo.

En la finca donde está ubicado tiene ganado, vacas lecheras, gallinas y uno que otro cultivo. En esta zona, aseguró, tiene una nueva estrategia. Las 152 personas que decidieron unirse para sacar adelante el proyecto productivo, hoy hacen parte de una línea de turismo que es liderada por los habitantes de la región.

Por ejemplo, en una finca denominada ‘Piscinas’ tienen una cabaña, zona para acampar y por lo menos 45 mujeres cocinando para atender a los más de 600 turistas mensuales que atrae la zona por sus exuberantes paisajes. ‘Piscinas’ no es más que uno de los atractivos turísticos que tiene la región que hasta hace unos años no se podía recorrer. Tres cascadas naturales con agua cristalina hacen parte del atractivo.

La meta de Ómar es que el Gobierno los siga apoyando con los proyectos, pues aseguró que en algún momento se sintieron abandonados en Tumaco, cuando no tuvieron vías para comercializar los productos que cultivaban.

“En el momento que necesitábamos una ayuda del Estado, de la Gobernación, nunca la tuvimos. Se nos pudrió el maíz, golpeamos todas las puertas y no fue posible que ellos nos ayudaran a comercializar, no fue posible que de pronto por parte del Estado recibiéramos una ayuda”, dijo.

Por eso su llamado a los excombatientes es a conservar lo que han hecho posterior a la firma final de la paz. “Les he dicho que deben cuidar lo que tenemos y crear nuevas economías, tener cerdos, peces, cultivos, vacas de ordeño y un lugar donde estar ubicados”, expresó.

Uribe, Meta, de zona guerrillera a región turística

La paz es real

Si bien Ómar estuvo en las filas de las Farc y asegura que no se arrepiente de haber sido parte del grupo, su mayor temor es que la paz se caiga. “Que de aquí a mañana la gente retome otra vez, porque no va a tener un sustento, ni apoyo”. A su consideración, hoy en día se ve el cambio en la sociedad, pero aún hay gente inconforme, por lo que siguen en la lucha, en las armas.

Ómar es el líder de su “campamento”, ese que consta de más de 150 personas, 45 mujeres – tres de ellas en estado de embarazo – y 24 niños, que esperan ser aceptados en la sociedad.

Pese a conocer los vejámenes de los exsubversivos, los uribenses perdonan todo ello y, como si fuera un cuento de hadas, en el municipio se respira paz y armonía. De ello da cuenta Hellen Soler, gerente administrativa de Cristales Travel and Adventure, quien le apuesta al cambio y a la paz.

Es de Villavicencio, pero acogió a Uribe como si fuera suyo y está haciendo del municipio un lugar visible para el turista. En sus objetivos está generar confianza y abrir la brecha para que los llanos orientales, esos que fueron golpeados por la violencia, sean reconocidos como un corredor turístico.

“Con el turismo lo que buscamos es que haya mejor calidad de vida en la región. El turismo bien planificado genera construcción de paz y esa es la apuesta que tenemos en el municipio”, expresó a la vez que exalta la labor que ha tenido el Instituto de Turismo del Meta, pues les ha dado la oportunidad de capacitarse y generar visibilidad de la región.

Para Hellen, en la tierra de su pareja sentimental se respira paz y eso es lo que claman los uribenses: que lo que hoy están viviendo se mantenga. “Hay gente que le apuesta a la paz. Aquí se siente la paz, la paz es real, sí la tenemos, estamos construyéndola y eso es lo realmente importante”.

El miedo que antes sentían los lugareños se convirtió en una fuerza para sacar su municipio adelante y de la mano de quienes sembraron ese terror, algo que nunca imaginaron que pasaría.

“Nosotros tenemos como prioridad aprovechar la ruralidad de la región, pero lo que intentamos es articular actividades en donde en algún momento la población que fue víctima y los excombatientes se unan para generar transformación del lenguaje. Para dejar atrás la huella de odio que nos dejó el conflicto armado”.

Explicó que cinco años atrás nadie conocía el verde de los llanos y el agua cristalina por la que se movilizaban los guerrilleros con sus botas de caucho y el fusil al hombro. “No existía la posibilidad de venir, ahora con el proceso de paz y el posacuerdo estamos descubriendo escenarios increíbles y maravillosos”.

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