A 27 días de cumplir dos años tras su evacuación, el edificio residencial Kampala, en Robledo, sigue vacío, sin sus inquilinos. Las 72 familias que allí vivían no han logrado regresar, pues aunque en su momento fallas estructurales amenazaron con el colapso, todavía no se hace la repotenciación que podría mantener con vida el lugar.
Ese proceso, según los propietarios del edificio, ha sido dilatado por parte de la unión temporal Ingecon UT, integrada por Conproyectos y Asfalto y Hormigón, las cuales asumieron, respectivamente, el diseño y construcción del proyecto de 14 pisos, 72 apartamentos y tres sótanos.
Conproyectos guarda silencio sobre la situación que hoy aqueja a las familias de Kampala. Asfalto y Hormigón, por su parte, alega que ha asumido las medidas necesarias desde que se recibieron los reclamos por agrietamientos. Eso, a ojos de los afectados, no luce tan claro.
Drama tras la partida
El 28 de octubre de 2019, Dora Tamayo salió temprano rumbo a Villa Hermosa. Ese día había elecciones para alcaldía y gobernación y la mujer, entonces de 64 años, se fue acompañada de sus mascotas, Dulce y Koby. Lo que esta no imaginaba era que, al regresar, se encontraría con algo inesperado.
En la tarde, cuando llegó al edificio, el celador le dijo que no podía ingresar a su apartamento, el 504. “Doña Dora, aquí nadie puede amanecer hoy. Entre, saque su medicación, y busque un lugar nuevo para vivir”. Esa bienvenida, cuenta Dora, la devastó. “Yo quería que la tierra me tragara; que se abriera en dos”.
Como Dora, ese lunes comenzó el drama para Nancy Higuita, propietaria del 1301. Esta relata que venía de un pueblo del Oriente y no sabía lo que pasaba. “Cuando llegamos, todos los vecinos corrían con colchones y muebles de un lado para otro”. El celador también los notificó sobre la evacuación.
Esa situación los llevó a pagar arriendo, cuestión que ha quebrantado la economía del hogar. El esposo de Nancy transporta material en una volqueta y de sus ingresos depende todo el núcleo familiar. El golpe, dice ella, no es menor, mas cuando en Kampala materializaron el sueño de tener casa propia.
El mismo sueño se le escapa de las manos a Dora, quien llegó al edificio el 9 de diciembre de 2008, convirtiéndose en la segunda en habitarlo. La mujer recuerda que pagó de contado el apartamento, porque le gustaba mucho el sector. Cuando lo estaban construyendo, ella decía: “¡Qué rico sería poder vivir aquí!”.
En Kampala quedó invertido lo que le dejó su difunto esposo, tras 32 años de unión. Y no fue poco, afirma Dora, porque pese a que les prometieron que el apartamento se entregaría con acabados y terminaciones, “nos tocó pulir los baños y hacer otras reformas por cuenta propia”.