Los colores en las paredes, el sonido de la bachata a todo volumen en el coliseo –a 200 metros– y la presencia de dos jaibaná (chamanes) que agitaban sus bastones de mando y escupían líquidos mientras hacían rezos en voz alta hacían que la casona pareciera de todo, menos un centro de salud.
Aunque había más pacientes, entre ellos un anciano, todos estaban a la expectativa de lo que sucedería con Elena Bailarín Sinigüí, la mujer que yacía desnuda e inmóvil debajo de varias cobijas y mantos tejidos por la comunidad embera de Murrí - La Blanquita, en Frontino, Antioquia.
A sus 44 años Elena era una indígena fuerte, había dado a luz a 11 hijos, trabajaba en el campo con su esposo Guillermo y nunca se había quedado quieta, hasta el pasado 1 de octubre. Ese día en la mañana, la matrona tomó una cesta, se la amarró al cuello y con su familia salió a cosechar el maíz que los alimentaría en las próximas semanas. Pero de la nada el tronco de un árbol que ya no tenía hojas se desplomó sobre la cesta de Elena y la tiró al piso, dejándola inmóvil e inconsciente.
El día era soleado, o al menos así lo recuerda Oliva Bailarín Domicó –prima de Elena– quien corrió durante una hora por las montañas para ayudar a llevar a Elena a donde el jaibaná. “Estaba desmayada cuando llegué, y estuvo así hasta el otro día”, recordó.
La familia embera vive a tres días de camino del centro de salud, donde la noticia del accidente llegó el miércoles. El jueves, después de varios rituales y de que Elena no evolucionara bien, los emberas sacaron del monte una veintena de palos: los dos más largos los tendieron en vertical y sobre ellos dispusieron los demás de forma horizontal, simulando una escalera. Sobre esa camilla improvisada acostaron a Elena, la amarraron con varios tejidos, y empezaron la peregrinación que terminó el viernes a las 5:15 p.m. cuando, de acuerdo con los reportes oficiales, hicieron el ingreso al centro de salud.
La travesía fue larga y se hizo en menos tiempo de lo habitual, con pocas paradas para comer, pero en el camino dos cosas le devolvieron la fe a Oliva: Elena despertó y bebió algo de agua, y un helicóptero estuvo sobrevolando sobre ellos el jueves en la mañana. Los emberas saben que en casos urgentes como este, esa es la diferencia entre la vida y la muerte.
En efecto, la aeronave había sido enviado por la EPS AIC (Asociación de Indígenas del Cauca) para buscar a la paciente, pero como la zona es aislada y no hay señal de celular, nadie pudo avisar que el tambo (casa) estaba vacío.
Dejar la montaña
En el hospital Elena fue recibida por el médico Jesús Antonio Sepúlveda Cano, un samario que desde hace cuatro años cambió las comodidades de la ciudad por una vida de servicio a los indígenas.
El profesional conocía a Elena y su familia, pues visitó su tambo cuando hacía una campaña contra la desnutrición infantil, y por eso preparó todo para recibirlos. Incluso tenía lista la camioneta, el único vehículo capaz de pasar el barrial que hace las veces de carretera entre La Blanquita y Frontino.
“Doc, yo creo que ella no aguanta el bamboleo. Esa carretera está muy mala”, le dijo el conductor a Sepúlveda, para convencerlo de que no tenía sentido recorrer las seis horas que los separan del casco urbano, con una paciente en esas condiciones. Derrotado, el médico solo pudo dedicar la noche a hidratar a la indígena y acompañar a la familia, mientras hacían llamadas desde un teléfono Compartel, buscando que otra aeronave llegara por ella.
Esperanzas y sombras
Como si fuera un ave sagrada, los indígenas fijaron sus ojos en dos helicópteros que aterrizaron en su cancha de fútbol el 6 de octubre de 2019. El médico, con su traje impecable y unas botas llenas de pantano, se acercó corriendo al piloto para darle instrucciones de cómo evacuar a la paciente.
El recién llegado no entendía nada de lo que le decían, pues su misión del día era transportar a un grupo de empresarios y periodistas que iban a conocer un proyecto de minería artesanal.
Después de varios minutos de acalorada discusión el hombre se enteró de la historia de Elena y sin pensarlo dos veces aceptó volar de nuevo. “Esto es un asunto humanitario, movámonos todos”, dijo.
En su caminata hasta el centro de salud, el piloto se cruzó con Alejandro López, un médico traumatólogo que hacía parte de una brigada de salud del grupo Mapre, de la Universidad de Antioquia, que atiende a comunidades como la de La Blanquita, donde casi todos son barequeros.
López llegó con un morral al hombro, le inyectó a la mujer varios medicamentos para el dolor y habló con su colega del caso. “Tiene un aplastamiento de vértebra con salida de articulación sinovial”, dijo López y pidió un traductor para hablar con Elena, quien además de estar inmóvil, no habla español.
Oliva fue la elegida y poco a poco empezó a repetir en embera las palabras suaves del médico: Dígale que me preste su cuerpo que le voy a hacer un ajuste, que le va a doler, pero que le va a ayudar a estar mejor.
Durante el procedimiento Elena gritó y Oliva cerró los ojos. Luego de varios minutos la paciente logró mover el cuello a la izquierda. Todos celebraron y decidieron que ya se podría hacer el traslado.
Pero antes, dejaron entrar a los jaibanás para hacer sus rituales. “Esta es una limpieza espiritual para que le vaya bien. No queremos que se la lleven sin hacerla porque en la comunidad hay sombras: este año se han muerto cuatro mujeres, y a dos hombres los mataron con balas. No sabemos qué está pasando”, confesó Olivia.
Salir y no volver
Solandy Giraldo, enfermera del hospital de Frontino se encargó del traslado que se hizo en una camilla rígida. La auxiliar está acostumbrada a estas emergencias y dificultades (ver recuadro), pues lleva 10 años de servicio.
Una comitiva de indígenas se alzó con Elena en hombros y la llevó hasta la cancha. Solandy la recibió, se acomodó con el esposo de Elena en el helicóptero y despegaron. De ahí en adelante, contó ella después, los problemas aparecieron: “En el aire ella empezó a sentir mucho dolor y pidió que la bajaran. El esposo me ayuda a traducir y le explicó que no se podía”.
La aeronave llegó al final de la mañana al helipuerto del Hospital San Vicente, de Rionegro, donde se suponía que los esperaba una ambulancia que solo llegó 40 minutos después. “No traía camilla, entonces nos tocó dejarla en la que venía y acostarla en el suelo del carro para llevarla a la Clínica Somer”, contó.
Cumplida su misión, Solandy tuvo que tomar un taxi y dos buses, y recorrer más de ocho horas en carretera con la camilla entre sus brazos, para poder regresar al pueblo.
Una semana más tarde, cuando volvió a La Blanquita, fue a buscar a Elena, pero se encontró con las sombras de las que había hablado Oliva: Tres días después, y justo antes de que la sometieran a una cirugía, Elena murió en la habitación de la clínica.
4.500
indígenas viven en
Frontino, según el último censo del Dane.