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La fragilidad de la Fundación Ferrocarril, guardián del patrimonio

El cambio de líder en la Fundación Ferrocarril de Antioquia generó debate. ¿Cómo está la institución?

  • La Fundación Ferrocarril de Antioquia paga alquiler del edificio en el que funciona hace 35 años. FOTO Edwin bustamante
    La Fundación Ferrocarril de Antioquia paga alquiler del edificio en el que funciona hace 35 años. FOTO Edwin bustamante
31 de agosto de 2020
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Una voz anciana avisó entonces que los cimientos no eran lo que parecían. La Estación Medellín del Ferrocarril de Antioquia “la construimos sobre palos”, insistía uno de los obreros originarios a la Fundación Ferrocarril de Antioquia, la entidad que rescataría de la ruina al edificio. Tras 35 años de esa primera estocada al olvido, la fundación cambió a su último líder en un movimiento sorpresivo, envuelto en dudas.

“Yo no sé qué hay detrás de esa decisión”, resume Juan Luis Isaza, el director saliente. Su partida fue dada a conocer a la ciudad el pasado lunes a través de un comunicado firmado por él, y luego confirmada por el Consejo de Administración de la Fundación.

La determinación, según concuerdan Isaza y dicho consejo, fue transmitida en una reunión por la secretaria privada de la Alcaldía de Medellín, María Camila Villamizar.

Siendo una entidad de carácter mixto, la fundación fue creada en 1986 por tres instituciones: la Fundación para la Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Colombiano, adscrita al Banco de la República; Empresas Departamentales de Antioquia, EDA; y el Instituto para el Desarrollo de Antioquia, Idea. Solo hasta un año después se vinculó el municipio de Medellín en calidad de fundador adherente.

Esto quiere decir que aunque la Fundación está bajo el paraguas de lo que es el conglomerado público de la ciudad, su funcionamiento es descentralizado y su presidente no es nombrado, en teoría, por el alcalde de Medellín.

“A mi se me reconoce, se me exalta, se valora la buena gestión y se me agradece. Y acto seguido, la secretaria privada me dice presente por favor su carta de renuncia. Si es tan buena la labor que ellos reconocen, ¿cuál es la razón para sacarlo a uno?”, sigue preguntándose Isaza. En su comunicación el consejo señaló que tomó la decisión por unanimidad con el “propósito de afrontar grandes desafíos”.

Esta versión fue reiterada a EL COLOMBIANO por Shirley Milena Zuluaga, integrante del Consejo. “Es un cambio que queremos permitirle a la institución con el propósito de que siga siendo una entidad sólida en la protección de todo lo que tiene que ver con el patrimonio. La determinación no tiene otros criterios que no sean técnicos, administrativos y jurídicos”, intenta explicar, saliendo al paso a las voces que insinuaron motivaciones políticas. La secretaria Villamizar, señaló, solo estuvo como facilitadora.

La funcionaria le dijo a este diario el 24 de agosto que el consejo directivo la buscó y le expresó “su decisión unánime” de realizar un cambio en la dirección. “Oí sus razones y me pidieron convocar una reunión, en dicha reunión cada uno de los miembros del consejo directivo, uno a uno le expresó al director las razones que los llevaron a tomar la decisión unánime de realizar un cambio en la dirección de la fundación”, añadió.

En palabras de Zuluaga, desean ser una entidad sostenible. Como los edificios que interviene: perdurable en el tiempo; que persiga para ella lo que logra para otros: la posibilidad de seguir existiendo.

La fragilidad del guardián

Los artesanos de la isla Molokai en Hawai producen una extraña sal de color negro. De la mezcla de corriente sal marina con roca volcánica obtienen un tipo del mineral que existe solo y pese a su exclusividad: pocos lo entienden y casi nadie parece necesitarlo mucho. Eso, según Isaza, es a lo que se dedica la Fundación Ferrocarril de Antioquia: a producir y vender sal negra. “Salimos a un mercado muy pequeño a buscar financiación de una labor que es extremadamente laboriosa y detallista”, dice en un orgullo receloso de sí mismo. “Eso no lo hace fácil. La fundación es tremendamente frágil. Querida, emblemática, pero con unas fragilidades inmensas”.

Durante los 35 años de su existencia, la entidad se ha preservado a sí misma tocando puertas; escarbando en la motivación de administraciones que llegan y se van; firmando contratos que en cada acta de inicio suponen la extensión de una esperanza. “El dinero entra a partir de contratos de prestación de servicios”, clarifica el director saliente. “De resto, no hay plata. No hay un presupuesto definido. Nosotros no tenemos ni un peso para funcionar”.

Las dosis de futuro llegan medidas. De la finalización de un contrato al inicio de otro pueden pasar meses. Tiempo hecho incertidumbre para los 22 empleados con los que cuenta la fundación. Hacedores, preservadores, guardianes de una memoria cuya lucha es ser memoria: es ser recordada. De la “sal negra” de la entidad hay pocos clientes que no sean el Estado. Además de los municipios, agrega Isaza, la iglesia es uno asiduo, siendo por historia poseedora de bienes culturales.

“Ejecuta unos presupuestos muy pequeños que permiten hacer un mantenimiento de las esculturas y los monumentos del espacio público de Medellín. Así se ha hecho desde hace 22 años. También se ha hecho con inmuebles. A partir de un contrato que se suscribe con la Secretaría de Cultura se desprenden una serie de actividades, nosotros las ejecutamos y ganamos unos recursos”, explica Isaza la relación entre la Fundación y la Alcaldía de Medellín.

“No hay más. No hay una política pública de patrimonio en la ciudad”, criticó.

Si bien las comparaciones son inexactas, advierte Evelyn Patiño, arquitecta restauradora, hacerlas permite mirar en cierta perspectiva. “Bogotá, por ejemplo, tiene una entidad dedicada solo al tema del patrimonio. Nos falta mucho. A nosotros nunca nos enseñaron a querer nuestra historia, siempre nos dicen que atrás ni para coger impulso. Es una cultura que dificulta labores como las de la Fundación”.

Hace poco el director saliente dijo haber recibido una comunicación de la Secretaría de Cultura en la que se le informa que se ha decidido detener las contrataciones directas con la Fundación Ferrocarril de Antioquia durante el período del actual alcalde. En un correo posterior se le informa que con base al artículo 92 de la Ley 1474 de 2011 la entidad deberá presentarse, como cualquier otra, a licitación pública y competir por el contrato que desea ejecutar.

“Aunque lo que nosotros recibimos en recursos porcentualmente de la Alcaldía de Medellín es muy poco comparado con otros contratos que ejecutamos, la decisión es, por decirlo de alguna manera, una puñalada baja”, atina a decir Isaza. EL COLOMBIANO quiso conocer los detalles de esta decisión y en general la posición de la Secretaría de Cultura de Medellín respecto a la existencia y desarrollo de una política pública de patrimonio y su relación con la Fundación, pero no fue posible encontrar una respuesta.

Quien sí se refirió a la interacción entre la Alcaldía y la Fundación Ferrocarril fue Zuluaga. La entidad, dijo, “ha trabajado por décadas de manera cercana con la Alcaldía de Medellín y con otros municipios de Antioquia. Claro que queremos seguir consolidando esa relación”. A pesar de que en un comienzo se informó que el liderazgo de la Fundación quedaría a cargo de Pablo Gómez, hasta ahora director de proyectos, posteriormente se aclaró que la interlocución quedaría en manos del Consejo, encargado además de escoger al próximo director.

De sabor ligeramente ahumado, la sal negra es un capricho gourmet. Es ahí donde falla el símil: la conservación del patrimonio no lo es. Hace 35 años una advertencia obligó a la Fundación Ferrocarril a revisar los cimientos de la antigua Estación Medellín. Tras una excavación, dio con los deteriorados “palos” y emprendió la recimentación. Esa es la última petición de Isaza: fortalecer la delicada base que sostiene a la Fundación y al patrimonio que intenta desesperadamente conservar.

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