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Pese a ser declarado como Área de Desarrollo Naranja (ADN)—por su valía histórica y vocación cultural—, el barrio patrimonial de Medellín todavía se debate entre lo mundano y lo divino. Cuando el día florece, en Prado Centro el sol tuesta a todos por igual. Del mismo paisaje hacen parte los ventanales amplios y portones gruesos de las casas, como la indigencia, las basuras y la inseguridad.
Ese es el parte que comparten algunos habitantes de este barrio de La Candelaria (comuna 10), el cual, mediante el Decreto 0690 de 2021, fue declarado por la Alcaldía de Medellín y el Ministerio de Cultura como una de las tres zonas de la ciudad —además del Perpetuo Socorro y San Ignacio— que gozará de incentivos especiales para impulsar la industria creativa y cultural.
En total, fueron 61,4 hectáreas las priorizadas por el decreto en este punto del nororiente de Medellín. En estas, constituidas por 74 manzanas, se cuentan 265 bienes de interés cultural, según la información consolidada por la administración. La Universidad de Antioquia y Ruta N sobresalen como referentes educativos y culturales en el sector.
En esta línea, Rodrigo Foronda Morales, director de la Agencia para la Gestión del Paisaje, el Patrimonio y las Alianzas Público Privadas (Agencia APP), afirma que en Prado Centro se promoverá el asentamiento de proyectos enmarcados en los frentes visuales y escénicos, audiovisuales, digitales, editoriales, turísticos, patrimoniales, educativos y de diseño. Ello, en palabras del funcionario, resultará en diversos beneficios.
Entre estos se contarán exenciones tributarias, generación de procesos de innovación, intercambio de conocimiento y fortalecimiento de empleos y cadenas de valor. Esa pretensión, aunque es bien recibida, implicará varios retos, según habitantes y actores culturales del lugar. Revivir a Prado Centro, y sacudirlo de todos sus males, parece ser el primero de varios pasos.
¿Un barrio cementerio?
Néstor Acevedo ha sido vecino de Prado Centro desde que nació, hace 60 años. En esas calles anchas y empinadas creció con su familia. En su casa, que es grande como la mayoría en esa zona, hoy tiene una marquetería. Desde allí, sentado en medio de cuadros y fotos por enmarcar, cuenta cómo era su barrio hace algunos años.
En el 75, por ejemplo, aquel era un sector todavía vivo: se podía salir a cualquier hora, bajar a los cines del Centro y regresar en la noche, sin preocupaciones. Luego vino la violencia por el narcotráfico, que no distinguió entre zonas. Hasta en las calles patrimoniales, donde se levantaron casas a la inglesa y española, se sintió esa borrasca aturdidora.
Para entonces, en Prado Centro vivían escultores, pintores y músicos de las grandes orquestas de la época, expone Néstor, quien también hace parte de Recuperando a Prado, un colectivo que desde hace tres años trata de devolverle la vida al barrio. Pero la gente, cual peregrinación, comenzó a irse, empezando por las familias numerosas que allí vivían.
Esa fue una especie de condena para el barrio, según Néstor y Gustavo Rodríguez, fundador del colectivo. Las casonas grandes, al quedar vacías, fueron rentadas a hospitales y geriátricos. Luego vinieron los inquilinatos para habitantes de calle, que hoy llegan a los 200, según las cuentas de Gustavo. Así, de alquiler en alquiler, Prado Centro se llenó de instituciones y se quedó sin gente.
Pero está la cultura
Entrados los 2000, variados fueron los proyectos y teatros que se asentaron en la zona. Estos, en voz de Néstor, convivieron luego con una escalada de desorden, desaseo e inseguridad. Casa Tres Patios fue una de las fundaciones artísticas que se instaló allí hace 15 años.
Sonia Sequeda, de esa organización, cuenta que, aunque la declaración como ADN será provechosa, la inversión en el barrio tendrá que ser mayor, si se busca que la iniciativa tenga éxito. “A la gente le da miedo venir a Prado Centro, porque se piensa que es inseguro y pasan muchas cosas”, afirma y agrega que el problema también es de imaginarios.
La postura de Julio Londoño, escultor fundador de la academia Sócrates y quien lleva 25 años en el barrio, es más tajante. Con recelo, afirma que la declaratoria puede quedarse como un canto a la bandera, pues, en su opinión, los apoyos para los artistas que hay en Prado Centro han sido menores y no han respondido a una política de ciudad a largo plazo.
“Nosotros, en cambio, resistimos en el barrio, mientras sufrimos con las goteras, los impuestos, la inseguridad y la indigencia”, asevera Julio. Estos frentes, precisamente, deberán atenderse con celeridad, según Alberto Araque, director de la fundación Visión Planeta Azul, administradora del Palacio Egipcio.
Recorriendo esa construcción que narra el mundo de los faraones, este expone que al plato —declaración como zona de ADN— todavía le faltan los ingredientes. “Que seamos distrito no significa nada, todavía. Está el marco jurídico, que es una ganancia, pero nos tenemos que poner a usar lo que la figura nos permite” (ver Para saber más).
Además de estos, en Prado Centro han visto la luz las corporaciones culturales como Centro Plazarte, Distrito Candelaria y Casa del Teatro de Medellín; también las fundaciones Museo Cementerio San Pedro, Mujeres que Crean y Zen Montaña del Silencio.
Estas, pese a las problemáticas descritas, han sobrevivido. Algo similar anhela el barrio. Que impulsen iniciativas culturales, pero que, al tiempo, la tranquilidad regrese. Que Prado Centro no sea más un barrio cementerio, sin gente, que deba debatirse entre lo mundano y lo divino