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Tras más de dos años de aplicación del Código de Policía, la conclusión en el Parque del Poblado (PP) es que todo cambió. La prohibición de consumir bebidas alcohólicas en espacio público modificó por completo las dinámicas de este popular y reconocido lugar. Si los cambios han sido positivos o negativos todavía está en discusión.
No fueron pocos los “peros” de un sector de la sociedad civil en el debate y aprobación del código de Policía; tampoco han sido pocas las críticas sobre los posibles excesos en su aplicación. La última situación que causó gran revuelo mediático estuvo relacionada con las empanadas y su venta irregular en espacio público, lo que constituye un mal comportamiento sancionado por el numeral 4 del artículo 140 de esta norma.
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En ese mismo artículo, pero en su numeral 7, se prohibe el consumo de bebidas alcohólicas y sustancias psicoactivas en el espacio público. Por la aplicación específica de este numeral la Policía Metropolitana ha expedido 34.689 multas en todo el Valle de Aburrá. Solo en Medellín, en cuya jurisdicción se encuentra el Parque del Poblado, las autoridades han expedido 26.391 comparendos, más del 70 % del total.
¿Mataron al PP?
El actual código de policía entró en vigencia el 1 de febrero de 2017. No había terminado ese mes cuando las protestas simbólicas en el Parque del Poblado de un sector de sus visitantes más asiduos, sobre todo jóvenes, auguraban el fin de ese espacio como un epicentro de encuentro.
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Tras casi dos años de aplicación, para Daniel Suárez, un joven activista que participó de las entonces manifestaciones, la predicción se cumplió. “Hoy es una zona poco habitada, un espacio casi muerto. Lo han abandonado completamente”.
Para el joven la discusión del tema partió de un error en la concepción de lo que es el Parque del Poblado. “Al principio el llamado de los que impulsaron la aplicación de esa medida se centró en que querían que el sitio fuera un espacio para la familia, La realidad es que el Parque del Poblado nunca ha tenido esa dinámica, siempre ha sido un punto de encuentro para los jóvenes”, anota Suárez.
Y si bien con eso está parcialmente de acuerdo Claudia Ramírez, de la Junta Administradora Local de El Poblado, para ella la aplicación del código sí ha posibilitado que el parque lo habite otro tipo de población.
“Claro que uno de los cambios ha sido que tenemos visitantes distintos. En cantidad, es posible que sean menos, pero hemos visto que se han iniciado procesos nuevos, estamos viendo cultura de noche, música, baile, familias, adultos mayores. El parque no murió, recobró una vida diferente, más artística, más cultural. Lo que se le murió al parque fue la rumba, las drogas, el desorden. Y eso que no del todo, todo eso se trasladó”.
Una reorganización
Tanto Suárez como Ramírez concuerdan en que la normativa vigente produjo una reorganización de la dinámica del Parque del Poblado. Si bien la opinión de cada uno es distinta cuando se trata de evaluar estos cambios, ambos reconocen que la población juvenil que antes habitaba el espacio se trasladó hacia el perímetro del parque, especialmente hacia el lado de la iglesia.
“La llegada de bares permite que se congreguen muchas personas alrededor de la iglesia. La gente buscó rodear el parque de alguna forma, aprovechando las zonas grises para hacer lo que hacían antes: sentarse a conversar y a tomarse algo”, señala Suárez.
Eso también ha provocado cambios en los flujos económicos de la zona. EL COLOMBIANO consultó con tres establecimientos comerciales tipo licorera aledañas al parque y dos bares de la zona y comprobó la realidad distinta que viven.
Para los primeros la aplicación del código representó una baja de entre el 50 % y el 80 % de las ventas. Uno de los administradores de las licoreras consultadas por este diario (que pidió no ser citado) anotó que debido a la reducción de ventas se vio obligado a prescindir de tres empleados que apoyaban el negocio los fines de semana.
Para algunos bares la aplicación del código, por el contrario, ha redundado en un mayor flujo de personas. Si bien los controles de la Policía han sido estrictos e incluso a varios establecimientos se les ha reducido el permiso en cuanto a horarios para operar, las ventas han crecido sustancialmente.
Más allá de los balances económicos, el tema de fondo no es otro que la concepción, a veces contraria, que distintos sectores de la sociedad tienen sobre lo que es el espacio público y para qué debe ser usado. Y sobre eso la discusión sigue abierta.