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La bonanza de café trajo las ollas del vicio

Las disputas del crimen organizado por las plazas de droga aumentaron los homicidios.

  • Los caficultores del Suroeste esperan la visita de, por lo menos, 32.000 recolectores. FOTOS Julio César Herrera

    Los caficultores del Suroeste esperan la visita de, por lo menos, 32.000 recolectores.

    FOTOS Julio César Herrera

  • Estos grafitis fueron pintados por desconocidos en la vereda San Bartolo, de Andes. FOTO JULIO CÉSAR HERRERA
    Estos grafitis fueron pintados por desconocidos en la vereda San Bartolo, de Andes. FOTO JULIO CÉSAR HERRERA
19 de septiembre de 2021
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La cosecha cafetera de este año en el Suroeste antioqueño llegó con la bendición de los precios favorables del grano en el mercado internacional. Y con la maldición de una rampante disputa entre criminales por dominar la venta de vicio en las fincas.

Esa tensión, entre la oportunidad de potenciar la rentabilidad, y la zozobra de que en algún momento suceda una matanza, tiene a los habitantes de la subregión bebiendo sorbos de un amargo café.

“De eso no le podemos hablar, señor”, dijo un tendero de la vereda San Bartolo, en el municipio de Andes, y descargó su pocillo en la mesa con nerviosismo. Su semblante cambió en un segundo, de un jovial anfitrión a un parco desconocido, apenas le preguntamos por el grafiti en la fachada de su local.

En la madrugada del pasado 13 de septiembre, varios muros y puertas de esa vereda y del barrio San Luis amanecieron rayados con la frase “Frente de Choque Alcones del Suroeste” (sic).

Fueron marcados antes de las 3:00 a.m., y aunque en la tarde llegó la Policía a cubrir el rastro con pintura, no alcanzó a borrar ni la totalidad de grafitis ni el miedo de la gente. “Dizque Los Halcones, de esos nunca había oído hablar, deben ser nuevos. ¡Lo único que faltaba!”, se lamentó un residente de San Bartolo.

En los 23 municipios de la subregión hay cuatro tipos de estructuras de crimen organizado: el cartel narcotraficante Clan del Golfo, de alcance transnacional; la llamada “Oficina del Suroeste” o “de Andes”, patrocinada por la banda “la Terraza” de Medellín; 15 grupos locales, que en sus respectivos pueblos administran las plazas de droga para el Clan y otras facciones del Valle de Aburrá; y una beligerante franquicia del Clan liderada por alias “Carne Rancia”.

Los investigadores apenas están indagando quiénes serían los nuevos actores, o si los tales Halcones son los mismos de siempre con otra máscara. El caso es que la pelea entre todos ellos es una pesadilla más terrible que el parásito de la roya.

Entre 2020 y 2021 han protagonizado 10 masacres (la mitad fueron triples homicidios) en fincas cafeteras, en las que la mayoría de víctimas han sido recolectores.

El año pasado, pese a que la pandemia de la covid-19 redujo las interacciones sociales, hubo un aumento del 38.67% en los homicidios, al registrar 312 casos contra 225 de 2019. Según la Gobernación, en lo corrido de 2021 (con corte a agosto 31) van 215 asesinatos, mientras que en el mismo lapso de 2020 iban 201, lo que implica otro incremento del 7%.

Un equipo de EL COLOMBIANO recorrió esta semana fincas de Andes, Betania, Jardín y Ciudad Bolívar, constatando que el peso de esa violencia tiene expectante a la población. A unos, como el tendero de San Bartolo, los hace callar; a otros, entre susurros junto a los cafetales, les lleva a decir que “hay una guerra por el microtráfico”.

Dos bonanzas

Álvaro Jaramillo, director ejecutivo del Comité de Cafeteros de Antioquia, comentó que una carga de café (dos bultos que suman 125 kilos) está cotizada entre $1’500.000 y $1’700.000, una cifra histórica, teniendo en cuenta que en años anteriores se comercializaba en $800.000, o incluso menos.

Antioquia es el segundo productor del país (después de Huila), generando el 15.8% de la producción nacional, con un promedio de 2,2 millones de sacos del grano al año, gracias al sudor de sus 78.000 caficultores. El Suroeste, puntualmente, pone el 65% de la producción del departamento.

La principal cosecha se da de agosto a noviembre, lo que atrae a esta tierra unos 32.000 andariegos y recolectores procedentes de otras regiones.

En medio de semejante ebullición económica y social, el crimen organizado y la delincuencia común actúan como garrapatas, que se aferran al corcel de la bonanza para succionarle la vitalidad mediante robos, extorsiones y narcotráfico.

“No hay felicidad completa. Los altos precios del café hacen pensar que los caficultores están recibiendo mucha plata, entonces se han presentado atracos y extorsiones en las fincas y desde las cárceles, con llamadas telefónicas”, expresó el dirigente gremial.

Aún así, estos son agravios menores comparados con los daños colaterales de las disputas entre traficantes, que también están en su bonanza. “En época normal, una libra de marihuana cripa se vende en $4.500.000 en las fincas, y de ahí extraen 250 dosis; pero en cosecha, su valor se eleva a $10 millones”, detalló un investigador de la Fiscalía* que le sigue la pista al fenómeno.

En el combate de las autoridades contra el tráfico de estupefacientes han sido capturados varios jíbaros, los cuales, en su afán de reducir penas, están brindando información sobre su truculento negocio.

El anhelo de las bandas es instalar una plaza de vicio, o un “flete”, como ellos le llaman, en cada finca cafetera, sobre todo en las más grandes, que llegan a albergar hasta mil andariegos en sus campamentos. Les venden dosis de bazuco a $5.000, cripa a $12.000 y cocaína a $25.000, precios que duplican a los de la ciudad.

La marihuana, que es la que más se expende, es traída desde del departamento del Cauca hasta el corregimiento Peñalisa, de Salgar, y allí se acopia para su distribución a varios municipios; la cocaína y el bazuco llegan del Norte y Bajo Cauca antioqueños, a parajes de Urrao y Betulia dominados por los ilegales.

En el marco de las confrontaciones, uno y otro bando infiltra a su gente en las haciendas para detectar los movimientos del enemigo. “Hacemos inteligencia, buscando al ‘monstruo’, o sea al que maneja la plaza. Él siempre trabaja con otros cuatro: el segundo, que vende el vicio; dos que le prestan la seguridad y otro que le transporta la droga. Por eso tenemos que matar de a cinco, para poder quedarnos con el ‘flete’”, dijo el jíbaro conocido como “la Rata” en uno de los interrogatorios.

Los investigadores coinciden en que el traficante más activo del Suroeste es Andrés Morales Marín, alias “Carne Rancia”. Nació en Cisneros, estudió hasta cuarto de primaria y los últimos 19 de sus 35 años los ha dedicado a la delincuencia, según su propia confesión.

Fue jefe financiero del Clan del Golfo en el Suroeste, capturado en 2017 y condenado por concierto para delinquir. Continúa manejando sus rentas por celular, pese a que ya lo han trasladado tres veces de cárcel (La Picota, Jamundí y Picaleña).

“Carne Rancia” administra una franquicia del Clan. Según él, el tráfico local de estupefaciente le deja $70 millones de ganancia semanal, de los cuales debe pagar $40 millones de “impuesto” al cartel. “Tengo distribuidos en el Suroeste 93 manes armados y listos, 20 son sicarios y el resto están dedicados al microtráfico, los puntos que me dan información y los coordinadores de pueblo. ¡Yo tengo con qué pelearle al que sea!”, advirtió en un interrogatorio reciente.

La peor plaga

Subiendo una cumbre en el municipio de Betania, para darle “vueltecita” a los trabajadores, el mayordomo Benigno* nos contó lo que muchos saben, pero callan por miedo. “Tristemente, yo diría que el 80% de los andariegos jóvenes consumen droga. Se las venden personas que no son de aquí”, aseveró, agitando la mano para espantar a los mosquitos que pululan sobre el cultivo.

Detalló que “los engañan con el mito de que esa droga los desestresa y les da más energía, para que recojan más café y los patrones les paguen mejor. Los más novatos experimentan con eso y ahí se quedan enviciados”.

A 50 minutos de distancia, sorbiendo un tinto caliente en un mirador de Jardín, el caficultor don Ricardo* opinó que esa situación ya está tan extendida, que “algunos recolectores llegan poniéndole la condición a los administradores, que si no hay vicio en esa finca, se van para otra. El problema es que esos muchachos no se quieren a sí mismos”.

El dirigente Jaramillo señaló que “los caficultores detectan ese comportamiento cuando los recolectores no recogen mucho grano al día (el promedio diario son 100 kilos), pero se mantienen contentos, así que su negocio en la finca es otro. Les toca espantarlos diciéndoles que la Policía va ir a pasar revista”.

En palabras de los jíbaros, la distribución de las dosis se hace en bolsitas plásticas marcadas. Las del Clan del Golfo llevan stickers de carita feliz o labios rojos; las de “la Oficina” son de color azul, o con calcomanías de calaveras u hojas de cannabis. “Al que le encontremos bolsitas sin marcar, es un contrabandista y queda fichado”, indicó “la Rata”.

Sobre esta situación consultamos a varios recolectores, mas todos afirmaron que no sabían nada del tema.

Para contrarrestar la problemática, las autoridades diseñaron el Plan Suroeste Más Seguro. Jorge Castaño, secretario de Seguridad de Antioquia, señaló que tiene cuatro pilares: salubridad, productividad, movilidad y seguridad. Este último aspecto implica un esfuerzo mayor en inteligencia, operaciones contra el crimen e intervención de los sitios de expendio (ver el recuadro).

Para ampliar su red, los traficantes tratan de reclutar a los mayordomos. Benigno, divisando desde lo alto el cañón del río Tapartó, explicó cómo los mantiene a raya. “Ellos le dicen a uno: ‘usted que lleva tanto tiempo allá, puede ser el gancho de nosotros, para que mejore su vida’. Les respondo que yo soy un campesino pobre, pero vivo bueno y no me voy a complicar. La peor plaga del campo es la droga”.

*Identidades protegidas.

38.6%
subieron los homicidios en el Suroeste del 2019 al 2020; y 7% del 2020 al 2021.

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