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“Móvil 8”, protagonista del horror en La Escombrera

20 de septiembre de 2015
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“¿Cómo se formó el cementerio clandestino de la Escombrera?”, le pregunto a “Móvil 8”. El paramilitar se reacomoda en la silla de plástico, vigilado a la distancia por el guardián de la cárcel. Se frota la barbilla, frunce el ceño e inicia su relato de sangre, crimen y traición.

- “Hombre, es duro comentarlo. En esa Escombrera sí se empezaron a hacer fosas, pero no porque nosotros hayamos escogido el terreno, sino porque era una fortaleza de la guerrilla. Cuando entramos, en el fuego cruzado empezaron a caer los primeros muertos. A unos los ocultábamos, otros tocaba dejarlos ahí porque la Fuerza Pública estaba encima. Casi todo lo que hicimos fue en pelea, hombre a hombre, fusil a fusil. Y sí, también sacamos gente de las casas, o los bajamos de buses, otros que había que matar los traíamos de otro lado y se los entregábamos a seis muchachos que permanecían en la Escombrera, y ellos se encargaban de hacer lo pertinente”.

“Móvil 8” se llama Juan Carlos Villa Saldarriaga y es el principal testigo de las autoridades en el caso de la Escombrera, la fosa urbana más grande de Colombia, según la Fiscalía.

El fiscal 91 de Exhumaciones de la Dirección de Justicia Transicional, Gustavo Duque, dirige la búsqueda de víctimas en la zona y afirma que “las declaraciones de este detenido han sido clave” para configurar el expediente que hoy devuelve la esperanza a decenas de familias, que ansían recuperar al menos los despojos de sus desaparecidos.

Villa está recluido en la cárcel La Picota de Bogotá, dispuesto a hablar porque no quiere enterrar verdades que más adelante le signifiquen otro proceso penal. Entonces hace memoria y revive el origen de su guerra, que en el fondo es la génesis de los horrores de la Escombrera.

“Sed de venganza”

“Me crié con cinco hermanos en los barrios Las Peñitas, San Pedro y Antonio Nariño, entre la comuna 13 de Medellín y el corregimiento San Cristóbal. Una zona muy humilde, donde jugábamos microfútbol, tirábamos piedra, corríamos detrás de llantas, pero estábamos rodeados de grupos de izquierda, el M-19, Estrella Roja, Eln, Comandos Armados del Pueblo (Cap), Farc.

Cobraban la ‘vacuna’, nos requisaban en la puerta de la escuela, entraban y hacían marchas, cantaban himnos. Sabíamos quiénes eran, desde el más viejo hasta el más joven. Y nosotros ahí, neutros, hasta el día de la muerte de mi padre.

Las milicias entraban a los barrios y cobraban un impuesto y en mi casa veían los cuadros, diplomas y medallas que yo me ganaba en el batallón, y así empezaron a identificar a mi familia, porque yo era soldado regular de la Cuarta Brigada, combatía en el Oriente antioqueño al frente Carlos Alirio Buitrago del Eln y al noveno y 47 de las Farc.

Mi papá Rodolfo Villa era un rebuscador, trabajaba en lo que resultara para darnos sustento. A las 9:30 de la noche llegaron a la casa los milicianos de los Cap y le dijeron a mi madre que lo necesitaban para un trabajo. El viejo los recibió en el corredor, sin camisa, envuelto en una toalla, y le pegaron 18 tiros frente a mi mamá y hermanos.

En ese momento yo era muy alejado de la familia, y mis hermanos comenzaron a pelear contra ellos para que dejaran el barrio. Me pedían una caja de munición y se las regalaba, conseguía un revólver y se los daba para que se defendieran.

Después las milicias secuestraron a mi madre Margarita, cuando estaba en un paseo de olla, en unas lagunas que quedaban por la Escombrera. Los guerrilleros querían que mis hermanos se entregaran, y ellos lo iban a hacer, pero por la presión de la Fuerza Pública la devolvieron en un carro a los dos días. Llegó llorando y comentando que la tuvieron encerrada con una gaseosa, un pan y salchichón. Entonces los hermanos míos declaran una guerra abierta contra la guerrilla.

En el 2000 terminé el servicio militar y regresé al barrio, con la idea de seguir en el Ejército como soldado profesional. A los cuatro días casi me matan las Milicias Bolivarianas, cerquita de la casa. Tomaba cerveza con otras personas, cuando llegaron 15 muchachos con fusiles, dijeron ‘¡tírense al suelo!’ y a 12 metros de distancia empezaron a disparar. Recibí un tiro en la mano izquierda que me fracturó los dedos y corrí. Más abajo un primo me auxilió y me dijo ‘¿venís herido?’. Ahí me di cuenta que también me habían dado en la espalda, tenía orificios de entrada y de salida. Ese día hirieron a una niña de 5 años, con un balazo en la tráquea.

Al recuperarme, un señor me entregó una carta en la que decía que había gente interesada en hablar, porque yo podía ser un apoyo para el barrio. Subí a la cita en la vereda El Llano de San Cristóbal, y me encuentro con 15 muchachos con AK-47 y camuflados. Me presentan a un señor en un kioskito, ‘el Negro Elkin’, y él me invita a gaseosa.

Sacan una lista en la que estaban mis hermanos, primos y todos mis amigos de la infancia. Los tildaban de guerrilleros, por ser de la zona. Les digo que eso es mentira y les cuento la historia de mi papá, de mi mamá y del atentado. Entonces me dijeron: ‘¿Cómo es pa’ que trabaje con nosotros?’. Les dije: ‘estoy abierto’. En ese momento tenía rabia y sed de venganza”.

Guerra en la Escombrera

“Móvil 8” narra que en el 2000 operaban dos grupos paramilitares en la comuna 13: las Autodefensas Campesinas de Córdoba y Urabá (Accu), con presencia en San Cristóbal, la Vía al Mar, Robledo y corregimiento San Félix de Bello; y las Autodefensas Campesinas del Magdalena Medio, en El Corazón y Belencito.

Su comandante en las Accu era Elkin Loaiza Aguirre (“el Negro Elkin”), y este a su vez dependía de alias “Gonzalo” (quien impartía órdenes desde la cárcel Bellavista) y de Diego Murillo (“don Berna”).

La tarea inicial que le asignaron a Villa fue reclutar a los amenazados de la lista. “Los subí a la reunión en San Cristóbal, en esas se bajaron varios pelaos de unas camionetas, con fusiles y rodeándonos. Mi hermano Santiaguito dijo: ‘me trajiste a la muerte’”, recordó. Presos del miedo, todos aceptaron adherirse a las autodefensas.

Sin embargo, cuando regresaron al vecindario huyeron despavoridos, quedando apenas cuatro en la línea de fuego, contra unos 50 milicianos, según Villa. “Se desató la guerra más brava en esos barrios, una cacería durísima contra nosotros. Pasaban por las calles gritando: ‘¿se volvieron paracos? ¡Les vamos a cortar la cabeza!’”.

El temor se apoderó de la comunidad, que les insistía a los nuevos “paras” que se fueran. La situación se agudizó cuando llegó el patrocinio de las Accu, con armamento y radioteléfonos. A Villa le correspondió la clave “Móvil 8” en la frecuencia radial, y hasta hoy conserva el apodo.

Al principio solo hacían escaramuzas, disparando de lejos y corriendo por laberintos y matorrales. Luego se consolidó la estrategia para tomar la parte alta de la comuna. Según el testigo, el grupo del “Negro Elkin”, con sus mandos medios “King Kong”, “Aníbal”, “el Paisa” y “Estartá”, se instalaron en el sitio El Cebollal de San Cristóbal, y desde allá iniciaron hostigamientos y avanzadas contra los enclaves de las milicias. Estas, para no perder la posición, subían a enfrentarlos, y desprotegían la retaguardia, dejándole el campo libre a la célula de “Móvil 8”.

“Los que realmente conocíamos a las milicias éramos nosotros, los de Peñitas, porque crecimos jugando con ellos. Esa gente me cargó cuando era niño y me dieron la mano para cruzar la calle. Por eso entramos a hacer un papel muy importante en la guerra. Lo peor que le pasó a la guerrilla fue que nos hubiéramos entregado a las autodefensas”, recuerda.

Esa confrontación comenzó a teñir de rojo la tierra de la Escombrera. Entre 2000 y 2002 cayeron guerrilleros, paramilitares y civiles que morían por la mera sospecha de pertenecer supuestamente a uno u otro bando.

- “¿Cuántas personas mataron ustedes en ese lugar?”, le indago, sentado frente a él en un patio de visitas de la prisión.

- “Que haya presenciado, unas 10 personas. Y me atrevo a decir que en total serían unas 50, porque los muchachos me decían: ‘aquí se enterró a fulano, aquí a sutano, y a peranito lo bajamos del bus y ahí quedó’”.

Los familiares de las víctimas esperan encontrar los restos de al menos 94 personas, según una lista entregada a la Fiscalía, teniendo en cuenta que para ese cementerio ilegal no solo aportaron bajas los “paras”, también las milicias, los combos delincuenciales y, presuntamente, la Fuerza Pública con sus ejecuciones extrajudiciales.

Traidores en ambos bandos

En el marco de esa batalla se realizó la Operación Orión contra la subversión, en octubre de 2002, y “Móvil 8” entregó siete guías que condujeron al Ejército por las entradas seguras hasta los escondites de la insurgencia.

“La mayoría de esos guías eran excombatientes de la guerrilla que se nos habían entregado, con la misión de decirnos quién era guerrillero en la comuna 13. Entre ellos estaba ‘el Gomelo’, que fue jefe financiero de los Comandos Armados”.

Asegura que nunca se reunió con oficiales del Ejército o la Policía. Su función, como mando medio, fue entregarles esos guías a un hombre que llegó en una camioneta, sin uniforme ni escarapela, pero que él siempre creyó que pertenecía al Estado. Solo dijo que iba de parte del “Negro Elkin”.

“Móvil 8” dice no recordar los nombres de los muertos de la Escombrera. Para él solo eran enemigos o sospechosos que debía aniquilar. No obstante, los que más le duelen son los de su propio bando. “Éramos un grupo de 18 hombres enfusilados, y llegó un ajuste de cuentas en la misma organización. Solo quedamos cinco”, cuenta Villa, y por primera vez aparece una sombra de pesar en su cara.

En particular cuando recuerda al “Gurre”, su amigo y cabecilla urbano de Marinilla. Llegó la orden de ejecutarlo en una finca de ese municipio, y él no fue capaz de cumplirla. Delegó en sus escoltas, quienes lo tirotearon. Luego le recomendaron que había que descuartizarlo, pero Villa no aceptó, prefirió que lo enterraran entero. “Él sigue allá, lo he hablado con la Fiscalía y no han querido ir a sacarlo”.

Incluso, circuló la orden de matar a “Móvil 8”, mas fue interrumpida tres veces, “porque aún les era útil”.

A finales de 2002 llegó una notificación de los altos mandos para reorganizar las fuerzas en Medellín y las Accu cambiaron de nombre a bloque Cacique Nutibara, con influencia en la comuna 13. “Esa era la ambición del ‘Negro Elkin’, bajar de San Cristóbal y tomar toda la comuna”, narra Villa. Los del Magdalena Medio se quedaron en Belén.

Para 2003 se había exterminado hasta el último reducto de los subversivos, incluyendo a los civiles acusados de brindarles apoyo. Sus grafitis fueron borrados, sus hogares arrasados y sus cadáveres sepultados bajo una montaña de basura y desperdicios de construcción que las volquetas tiraban en el sitio a diario, de forma ininterrumpida hasta julio de 2015.

Contar la historia

- “¿Qué opina de la forma en que la Fiscalía está llevando el proceso de la Escombrera?”.

- “Hombre, qué tristeza que después de tanto tiempo hagan una remoción de escombros. ¿Por qué no lo hicieron desde la época en que ‘Berna’ estaba en la cárcel? Hay gente sacando provecho político, van los candidatos al Concejo y Alcaldía a tomarse fotos y cogen eso como un circo. ¿Por qué no les dieron la mano a las madres antes, prohibiendo que se tiraran más escombros? ¡Vengo confesando eso en la Fiscalía desde 2009!”.

La cooperación de “Móvil 8” comenzó cuando era un delincuente a la sombra, después de la reinserción del Cacique Nutibara (octubre de 2003).

Villa recibió órdenes de no desmovilizarse y mantener un bajo perfil, dentro de ese plan B que tenían las Auc, en caso de que el pacto de Santa Fe de Ralito con el Gobierno no saliera como ellos querían. La instrucción eran servir a los comandantes en la clandestinidad y esperar órdenes para formar una nueva facción paramilitar. Por eso acudía con frecuencia a reuniones en la cárcel de Itagüí, con el “Negro Elkin” y “Berna”.

En 2005 le asignaron la primera misión: marcar 20 fosas que Murillo iba a entregar a las autoridades, como muestra de buena voluntad en el proceso de reinserción. “Móvil 8” hizo las demarcaciones en el sitio El Cebollal de San Cristóbal, en un cerro donde había un Cristo caído. “Hice las marcas y se las enseñé a ‘Estartá’, yo no las podía entregar porque no era desmovilizado, sino un simple civil. Y ahí salió luego ‘don Berna’ entregando eso, y dijo que había unos 100 enterrados entre San Cristóbal y la comuna 13”.

La segunda misión, también en 2005, fue asesinar a una pareja de supuestos exmilicianos, cuyos nombres dice no recordar. Los cónyuges le fueron entregados para la ejecución, según él, porque “los desmovilizados no podían hacer esos trabajos, entonces lo hice yo”.

El verdugo cumplió la orden y volvió a su vida de fachada, como fiel esposo y padre de dos hijos, y por tres años se ganó la vida conduciendo un taxi, siempre a la espera del siguiente llamado de los patrones.

El 26/9/08 los sicarios de la organización acabaron con la vida del “Negro Elkin”, al igual que antes lo habían hecho con “Gonzalo”, “King Kong”, “Estartá” y otros de los paramilitares que lucharon en la Escombrera. “Se desató una guerra bravísima y nosotros mismos a cuidarnos. Había una reunión y uno iba comiéndose las uñas, porque no se sabía quién iba a morir ahí”.

Ese mismo año las autoridades allanaron su casa en San Cristóbal y lo capturaron frente a la familia. La sangre que había derramado tres años atrás, regresó para cobrar justicia: de la pareja de exguerrilleros que él había ejecutado, sobrevivió la mujer, haciéndose la muerta. Ella lo denunció y el proceso judicial terminó con una sentencia de 40 años por homicidio y tentativa de homicidio.

Como no participó en la desmovilización y tiene una condena en el sistema penal ordinario, Villa no puede acceder a los beneficios de la ley de Justicia y Paz. Hoy convive en el patio 14 de La Picota con 50 exmilitantes de las Farc y el Eln, los mismos grupos que antes combatió.

- “¿Por qué solo usted habla de los muertos de la Escombrera?”.

- “Los que estábamos en la Escombrera dimos sangre y fuego ahí, y casi todos están muertos. Solo quedamos cinco. Unos se desmovilizaron y están en Justicia y Paz, otros volvieron a delinquir y están en la cárcel. Me he reunido con ellos y les he dicho: ‘cuenten lo que yo les mandé a hacer o lo que ustedes hicieron, pero no dejen nada atrás porque de pronto yo cuento y salen perjudicados’. Ellos algún día tendrán que contar su historia”.

5.900
metros cúbicos de tierra van removidos en la Escombrera.
70
hectáreas comprende el territorio de la Escombrera.

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