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Por estos días, cuando ha vuelto a llover en Salgar, La Liboriana es un torrente frío que refresca la tierra y el dolor a su paso por Las Margaritas. Es un caserío que exhibe sus ruinas, a los pies de una hacienda y una finca que comparten nombre, conocidas como La Margarita grande y la chiquita. Así la conocen los lugareños, campesinos acostumbrados a jornalear y que no anhelan cosas muy complejas en la vida.
Raúl Antonio Garzón espera de Dios y del Gobierno, que le ayuden “con remedios para olvidar”. Los recuerdos que quiere borrar empiezan la madrugada del 18 de mayo, cuando acabaron las parrandas del Día de la Madre.
“Un hermano mío y yo no podíamos dormir, no teníamos nada de sueño. De pronto, él me dijo que sentía un ruido muy raro, como...
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