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Un salto a la infancia con los juegos de barrio de antaño

En medio del encierro, así recuerdan los lectores la vida de antes en sus vecindarios.

  • Etapa reina de la Vuelta a Colombia en un barrio.
    Etapa reina de la Vuelta a Colombia en un barrio.
  • Jugando en grupo, el puente está quebrado.
    Jugando en grupo, el puente está quebrado.
  • La alegría de jugar catapis.
    La alegría de jugar catapis.
  • Carro sin control remoto. FOTOS Jaimar y Jesús Abad Colorado
    Carro sin control remoto. FOTOS Jaimar y Jesús Abad Colorado
  • FOTO ARCHIVO CIP
    FOTO ARCHIVO CIP
  • FOTO ARCHIVO CIP
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15 de mayo de 2020
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Si la cuarentena tiene de moda los juegos de mesa como el parqués, el dominó y el Rummi-Q, la nostalgia del aislamiento trae a la memoria de las familias antioqueñas los juegos de antaño que reinaban en las cuadras de Medellín y sus alrededores.

Jaime García, por ejemplo, pasó su infancia en el barrio Manuel Uribe Ángel de Envigado y recuerda cómo jugaban en los años 70 por las cercanías de la quebrada La Ayurá que aún no estaba canalizada.

“Quizás uno de los más recordados es la Vuelta a Colombia con tapas de gaseosa. En esa época las tapas venían con un corcho y uno se lo quitaba y rellenaba la tapa con barro o con parafina para darle peso y hacíamos el trayecto en el piso con curvas y todo. Eran recorridos largos, antes de llegar a la meta, y hasta número le poníamos a las tapas”, recuerda de aquellas épocas que ciclistas como Martín Emilio Cochise Rodríguez y José Patrocinio Jiménez eran ídolos gracias a las transmisiones radiales que reproducían sus hazañas.

El hombre, que ahora vive en el mismo barrio que lo vio crecer, recuerda otros juegos populares que se fueron extinguiendo como darle vueltas al barrio con un rin de bicicleta arrastrado por un gancho de alambre y los campeonatos con bolas (o canicas) de cristal que eran una prueba imperdible de precisión y puntería.

“Todavía tengo amigos de esa época y siempre nos acordamos que éramos muy creativos a la hora de jugar. Una cosa particular y es que había un vecino que alquilaba bicicletas porque pocos teníamos, apenas uno conseguía cualquier monedita era feliz por ir a prestar una bicicleta por una hora y nos montábamos hasta cuatro o cinco”, recordó.

Estrellita Román nació y creció a finales de los 70 en el barrio Prado Bello, al otro costado del Valle de Aburrá, pero coincide con Jaime García en que esos momentos de la infancia y de jugar con los amigos de la cuadra le forjaron el carácter y la convirtieron en una persona sociable.

“Mi infancia quedó marcada por esa etapa y recordarla me da alegría y hasta nostalgia. Jugar boy, stop, golosa (la rayuela que inmortalizó Cortázar), escondidijo, y hasta carrera con carros de rodillos. Sin ningún problema podíamos jugar todo el día en la calle hasta que a las 8 o 9 de la noche le pegaban el grito desde la casa para que se entrara. Esa época con los amigos de la cuadra no la cambio por nada”.

Imaginarios colectivos

El barrio como construcción colectiva y como un laboratorio social. Así define el antropólogo, investigador y escritor antioqueño Gregorio Henríquez a las generaciones anteriores a los videojuegos y al modelo extendido de vivienda en unidad residencial.

“El barrio y la calle permitía construir unas redes de relación y te permitía ir construyendo unos imaginarios en conjunto. De repente el barrio era una selva porque hacíamos una exploración o se convertía en un fuerte donde unos indígenas atacaban y unos vaqueros se defendían, pero también era el lugar de las competencias en triciclo y estaba mediada por lo creativo porque no había un guión establecido, a diferencia de lo que pasa ahora con los videojuegos”.

Henríquez ahonda además en el detalle de que las situaciones planteadas en los juegos de antaño entregaban elementos para relacionarse en comunidad. “En esa época se improvisaba, poníamos las reglas de juego, había perdedores y ganadores, pero todos terminábamos juntos y eran juegos que exigían la resolución de conflictos de forma inmediata. La calle, el andén, el barrio era donde se aprendía de la vida misma”, dice el escritor que creció en Prado Centro en los años 80.

De trompos y otros juguetes

A principios de los 90, pese a que la violencia por esa época era un tema complejo, las calles de Medellín seguían siendo escenario para que los niños de la época socializaran y dieran rienda suelta a la competitividad con juegos que llegaron como el yeimy, el cero contra pulsero y la modernización de artefactos como los yoyos y los trompos. Para ese entonces Adrián Bentham era niño y recuerda su infancia en el barrio Manrique Central #2, de la que aún le queda cierta habilidad para poner a rodar los trompos.

“No había videojuegos así de manera masiva y uno jugaba afuera hasta entrada la noche. Nuestra infancia fue recorres las calles en bicicleta por las lomas y otros juegos como escondidijo, chucha cogida y los trompos, con los que me familiaricé mucho y que aún todavía conservo cuatro con cierta nostalgia y de vez en cuando juego aunque con menos destreza”.

Épocas donde las grandes preocupaciones pasaban por no ser ponchado o por evitar quemar la olla ante la risa burlona de los amigos de la cuadra .

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