Solo un hombre, de Tom Ford

Cuando la vida se acaba con el fin del amor

Por: Oswaldo Osorio



Esta es la historia de un duelo. Pero no se trata del duelo que tantas veces se ha visto en la pantalla, en el que todo es lágrimas, depresión y lamentaciones. Algo de eso hay aquí, sin embargo, la forma como un profesor asume la muerte del hombre con quien había convivido durante dieciséis años es bien diferente. Y es tal vez su condición de académico y homosexual, que vive en la todavía puritana sociedad de principios de los años sesenta, lo que explica esa actitud ante la muerte, una actitud que marca la sutileza y el preciosismo de este relato y sus imágenes.
La premisa de esta cinta parece decir que la existencia pierde sentido cuando la vida perfecta y el único amor se acaban. Esto tampoco es una novedad en relación con lo que se ha visto antes. La verdadera novedad radica es en la forma, tan delicada como profunda, como el director hace que el espectador vaya descubriendo ese sentimiento de vacío y dolor que este hombre tiene por su pérdida.
Escuchar lo que piensa es solo una forma de entenderlo, pero sobre todo, la manera como se mueve en un mundo ya extraño para él, así como la forma en que lo observa, revelan esa suerte de anestesiamiento en que se encuentra. Y si a esto se le suma una serie de flashbacks que dan cuanta de los distintos momentos que compartió con el amor de su vida, ese dolor se potencia y se puede entender en su total dimensión, porque esa cotidianidad y cercanía con que se ilustra el amor de estos dos hombres, permite entender la diferencia entre la plena felicidad del pasado y el vacío del presente.
Aunque la vida parece tratar de seducirlo a que permanezca en este mundo, nada alcanza a ser suficiente. La fuerte e incondicional amistad con una mujer, la posibilidad de una aventura casual que puede representar muchas otras, e incluso la estimulante presencia de un joven con quien fácilmente podría reconstruir su vida. Ninguna de esas opciones podría llenar el vacío. Todo se ve distante y sin sentido. Además, el manejo de la banda sonora acentúa esa distancia entre este hombre y su entorno.
A pesar de que, hasta este punto, la cinta parece expresar todo esto a partir de la construcción del drama de un personaje (y la acertada interpretación de Colin Firth), lo cierto es que el verdadero énfasis expresivo está en las imágenes. Y es que se trata de una delicada y detallista concepción visual que, a partir de recursos como planos detalle, cámaras lentas y diferentes tonos de color, consigue crear unas sensaciones que permiten entender esa mirada, entre lúcida y absorta, que tiene este hombre para con ese mundo que ya no significa nada para él.
El marcado esteticismo de la película, la introspección del personaje y la pausada narración acompasada por su estado de ánimo adverso, hace de esta cinta una pieza sutil y reflexiva, una propuesta diferente para hablar del dolor humano y de la forma como la visión del mundo se transforma cuando con el fin del amor se acaba la vida.

Fuego, de Guillermo Arriaga

El insoportable peso del pasado

Por: Oswaldo Osorio

El debut como director del más celebrado guionista latinoamericano de la década, el mexicano Guillermo Arriaga, deja un buen sabor, esto a pesar de no tratarse de una historia demasiado truculenta o tan impactante como casi todas aquellas que le dieron esa celebridad. Este filme trata de ser más modesto en sus recursos narrativos, aunque inevitablemente sus conocidos golpes de efecto asoman en algún momento de la trama, pero sin llegar a echar por tierra una emotiva y contenida historia que habla de adversos sentimientos de personas muy tristes que buscan su redención.

En sus colaboraciones con su compatriota Alejandro González Iñárritu (Amores Perros, 21 gramos y Babel), más el debut como director del actor Tommy Lee Jones (Las tres muertes de Melquíades Estrada), Arriaga se muestra como un guionista autor, esto es, como un escritor (porque también escribe novelas) que tiene su universo y estilo propios, lo cual es algo escaso en el mundo del cine, pues los guionistas casi siempre están al servicio de los directores y la industria. Sus características esenciales son el interés por explorar las emociones humanas y las relaciones entre personas, a quienes somete a experiencias extremas; así mismo, se le reconoce por su predilección por el juego con las estructuras narrativas paralelas o discontinuas.

En esta cinta se pueden ver también algunos de sus tópicos recurrentes, como la infidelidad, la culpa, los amores trágicos y las muertes sorpresivas. En ella se cuenta una historia narrada a dos tiempos, que viaja entre el pasado y el presente para dar cuenta de una problemática relación entre una pareja. Pero a despecho de esta descripción, y de la tristeza de los personajes mencionada antes, no se trata de un deprimente relato donde nadie levanta la mirada y el espectador sale a rastras del teatro, sino al contrario, la trama y sus personajes a cada momento parecen estar frente a un deseo, e incluso a una oportunidad, de mejorar su vida.

Así, mientras el relato del pasado plantea asuntos como la infidelidad y sus consecuencias, los amores imposibles y los prejuicios sociales; el presente es el eco tormentoso de esas circunstancias del pasado, donde la culpa, la insatisfacción y el miedo a herir a los demás son los efectos consecuentes. Y justo aquí es donde da resultado el esquema de la narración paralela, que si bien en otros de sus guiones se antoja efectista, rebuscada y hasta contraproducente (como en la caótica 21 gramos), aquí el contrapunto entre la visión de los protagonistas jóvenes y luego adultos enriquece y complementa el cuadro emocional que quiere dibujar.

Es cierto que la trama guarda para el final un gran e impactante secreto, el cual puede trasformar mucho lo visto, pero para ese momento ya Arriaga ha enganchado al espectador con un relato pausado, sólido e intrigante, así como con unos personajes en quienes se pueden ver actitudes y estados de ánimos verdaderos, que logran con éxito uno de los principales objetivos del buen cine: que el espectador entienda unos sentimientos y emociones que tal vez nunca en su vida ha experimentado ni experimentará.

FICHA TÉCNICA

Título original: The burning plain

Dirección y guión: Guillermo Arriaga

Producción: Walter Parkes y Laurie MacDonald.

Música: Hans Zimmer y Omar Rodriguez-Lopez.

Fotografía: Robert Elswit y John Toll.

Reparto: Charlize Theron, Kim Basinger, Jennifer Lawrence, Joaquim de Almeida, Tessa la, José María Yazpik.

USA- 2008 – 111 min.

Micmacs, de Jean-Pierre Jeunet

La ternura de una bala en la cabeza

Por: Oswaldo Osorio

El cine actual tiene pocos directores tan originales, imaginativos y encantadores como el francés Jean-Pierre Jeunet. Con esta película confirma esas cualidades y le da continuidad a una obra fascinante y bien definida en los elementos que la componen: todas sus historias son sobre personajes inocentes que se enfrentan a un mundo hostil o corrupto, emprenden una utópica empresa por una buena causa y son ayudados por un simpático grupo de aliados dotados de singulares habilidades.
La anterior es la descripción general de lo que sucede en esta nueva cinta, pero también lo es de sus otras cuatro películas: Delicatessen (1991), La ciudad de los niños perdidos (1995), Amelie (2001), Amor eterno (2004). Es cierto que los cineastas que son autores, es decir, que son dueños de un universo y un estilo definidos, siempre están haciendo variaciones sobre el mismo tema, sin embargo, en el caso de Jeunet, es más bien sobre el mismo esquema, lo cual puede resultar menos atractivo, pues para quienes conocen su obra, tal vez se antoje predecible o reiterativo.
Porque otra cosa es cuando un director, por ejemplo, a partir de una historia, personaje o esquema diferentes, habla del mismo tema pero dice algo distinto cada vez: Won Kar-Wai con el amor, Scorsese con la relación violencia-redención, Almodóvar con el universo y los sentimientos femeninos, etc.

Chéri, de Stephen Frears

Los últimos placeres de la bella época

Por: Oswaldo Osorio


Amor, desamor, relaciones por interés, ciega pasión y algunas sutilezas, son variantes de las relaciones afectivas que esta historia presenta en un mismo paquete, además, enmarcada en una exquisita puesta en escena que tiene como cómplice uno de los periodos más estimulantes de la arquitectura, el diseño y el ornato, el art noveau, así como un momento de optimismo y bienestar como pocos ha habido en la historia, la llamada Bella Época.
Su director, el inglés Stephen Frears, tiene una muy respetable carrera de cuarenta años en el oficio y es dueño de algunos títulos que dan prueba de su agudeza para construir personajes y su elocuencia para retratar ambientes y periodos: Mi hermosa lavandería (1985), Relaciones peligrosas (1988), The Grifters (1990), The van (1996), La señora Henderson presenta (2005), La reina (2006), entre otras muchas cintas, menos conocidas pero con cualidades similares.
El punto de partida de esta película es el amor y la diferencia de edad en un contexto donde el hedonismo y la solvencia financiera son determinantes. Pero además, lo que le pone el condimento es, de un lado, que la diferencia de edad se da en  la variante mujer mayor con hombre joven, y de otro lado, que la mujer solía ser una cortesana y el joven el hijo de otra. De manera que el concepto de amor por conveniencia es manejado sin rubor alguno ni consideraciones moralistas. El aparente cinismo de uno estar usando al otro hace parecer la relación incluso más honesta, porque cada quien sabe qué esperar.

Wall Street: el dinero nunca duerme, de Oliver Stone

La ética criminal de los de cuello blanco

Por: Oswaldo Osorio

Si la caída de los regímenes socialistas en Europa del este y la apertura económica de la China comunista supuso el triunfo del capitalismo, esta película de Oliver Stone es la visión de un posible Apocalipsis. Incluso este término es mencionado un par de veces en esta cinta en la que, por segunda vez, el cineasta denuncia y advierte sobre los criminales manejos de la economía estadounidense y, consecuentemente, mundial. Se trata de una película que asume una posición con argumentos y por ello resulta significativa, pero deja un saldo rojo en casi todos los aspectos cinematográficos.
Es difícil encontrar un director más crítico y comprometido con los diversos problemas de los Estados Unidos desde hace un cuarto de siglo. Esto se evidencia desde su célebre trilogía sobre Vietnam (Pelotón, Entre el cielo y la tierra, Nacido el 4 de julio), pasando por sus arremetidas contra los medios (Talk Radio, Asesinos por naturaleza), la historia oficial (JFK) y el deporte (Un domingo cualquiera), hasta sus elaboradas reflexiones y cuestionamientos sobre la política y algunas de sus figuras (NIxon, Comandante, W). Es por eso que, en el mayor fortín del capitalismo, el santo dinero y su manejo tenían también que ser objetivo del ojo fiscalizador de este director. Ya lo había hecho en 1987 con Wall Street, respondiendo a la crisis económica del momento, y ahora la nueva crisis le permite hacer una segunda parte.

La sociedad del semáforo, de Rubén Mendoza

Un circo renegado en la esquina

Por: Oswaldo Osorio
En el universo de la gente de la calle no todo es miseria, en esta película se les ve con una cierta dignidad, con un halo de trágica poesía y nos devuelven una mirada desafiante y una -más o menos consistente- actitud de renegados sociales. Aunque está protagonizada por recicladores, bazuqueros, prostitutas y todo tipo de trabajadores callejeros, no hay ni un atisbo de pornomiseria, es decir, de explotación de la marginalidad y su tratamiento sensacionalista, que es un fantasma que ha estado siempre presente en el cine, el periodismo y la televisión del país.
Mendoza es conciente de este término inventado por Luis Ospina y Carlos Mayolo, eso se evidencia al inicio del filme cuando, sobre los créditos, pasa un segmento de la banda sonora de la insigne Agarrando pueblo (1978), la película con la que los dos cineastas caleños definieron y criticaron la pornomiseria. También se evidencia al final, cuando el filme es dedicado a Ospina y a su pueblo. Por eso el novel director era consciente del cuidado que debía tener al abordar estos temas y eso se refleja en su película.
De ahí que la marginalidad presente en esta historia no solamente es consecuencia de unas condiciones sociales, sino que también es una suerte de elección, una decisión tomada por muchos de los personajes para vivir al extremo, esto es, optando por la droga, con todos sus infiernos y euforias, renegando de la “vida normal” y concibiendo su permanencia en la calle como una forma de libertad, así como lo es el desprendimiento de todo tipo de lazos, como la familia, el pasado, los bienes materiales y hasta la lealtad a los amigos.

Sin tetas no hay paraíso, de Gustavo Bolívar

La mala televisión se toma el cine

Por: Oswaldo Osorio
Podría pensarse que un gran sector del público colombiano es hipócrita cuando reniega de los temas sobre la violencia y la realidad del país en el cine, pero luego los premia con la más alta audiencia al ser realizados para televisión.
Así mismo, otro gran sector del público alega en general sobre la presencia de estos temas en la ficción nacional, echando en el mismo costal lo que hacen ambos medios, sin darse cuenta de que no se puede equiparar el tratamiento que hace uno y otro. De ahí el gran problema de esta película, que acaba de un tajo con la diferencia que existía.
Poco es lo que se puede decir de esta cinta, por eso es mejor aprovecharla como excusa para hablar del tema de fondo referido en el párrafo anterior. Lo primero que hay que dejar en claro, entonces, es que por su sistema de producción y el formato que los define, un producto televisivo es muy distinto a uno cinematográfico.

El cuerno de la abundancia, de Juan Carlos Tabío

El país que necesita una herencia

Por: Oswaldo Osorio

Esta película puede producir reacciones encontradas, incluso en un mismo espectador. Puede ser vista como una burda comedia populista o, por el contrario, como un picaresco retrato de la sociedad cubana actual y su prolongada crisis. Aunque, en realidad, no necesariamente tienen por qué reñir estas dos opciones, en esa medida, es una comedia ligera llena de concesiones al espectador, pero también se puede ver, si se lee atentamente entre líneas, una reflexión sobre la Cuba de hoy.

El tema y el tono de esta película prácticamente son la marca de fábrica del director Juan Carlos Tabío, presente desde su debut con Se permuta (1988), pasando por la celebrada Fresa y chocolate (codirigida con Tomás Gutiérrez Alea en 1993), hasta la reconfortante Lista de espera (2000). Es un cine comprometido con el humor y la revolución. Sin embargo, entre ese debut y esta última película se pueden hacer preocupantes lecturas sobre su cine y su país.

Lo preocupante es que el país de Fresa y chocolate y Lista de espera están totalmente desdibujados. El compromiso con la revolución por parte de los ciudadanos y el optimismo y armonía con que asumen su vida diaria y las relaciones con los demás, presentes en estas dos películas (también en la ensoñadora El elefante y la bicicleta, 1994), ya no están en este último filme, el cual está marcado por la desconfianza generalizada, la falta de solidaridad y el individualismo que busca sobrevivir en medio de la precariedad económica.

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La ciudad de las tormentas, de Paul Greengrass

Una guerra se hace con mentiras

Por: Oswaldo Osorio

Los fanáticos del cine de acción tal vez salgan decepcionados de esta película. Y es que está siendo anunciada como una cinta de acción y, para ajustar, es protagonizada y dirigida por los mismos que hicieron la exitosa saga de Jason Bourne. Sin embargo, de acción tiene muy poco, prácticamente solo la secuencia del clímax. En lugar de eso, el espectador se encontrará con un intenso y contundente thriller de espionaje ambientado en la guerra de invasión a Irak y con un marcado tono de denuncia política.

El director inglés Paul Greengrass ya tenía un reconocimiento en el cine político con filmes de gran fuerza como Domingo sangriento (2002), Omagh (2004) y Vuelo 93 (2006). Las dos últimas entregas de la saga de Jason Bourne fueron una sorpresa para quienes lo conocían, porque no se le veía como un director de cine de acción, y aún así, supo hacer la diferencia y crear dos películas que tomaron distancia de las convenciones del género, sobre todo por la estética realista con la que fueron concebidas.

Esta nueva película, que es una adaptación del libro de un analista político y corresponsal del Washington Post en Bagdad, es la perfecta combinación de esas dos facetas del cine de Greengrass: la envolvente acción realista que se le vio con Jason Bourne combinada con la solidez y complejidad de su contenido político. Pero sobre todo, el tono de denuncia es el que se impone en la propuesta de esta cinta.

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El escritor oculto, de Roman Polanski

Los secretos insulsos

Por: Oswaldo Osorio

Cuando el jurado del Festival de Berlin le otorga el premio a Polanski por esta película, estaba pensado más en política que en cine. Y es que el Oso de Plata como mejor director evidentemente fue una declaración contra el arresto del cineasta en Suiza, a causa de un viejo proceso judicial en Estados Unidos. El problema aquí es que, para hablar de una película, se empiece con consideraciones extra cinematográficas, lo cual despierta suspicacias sobre los verdaderos valores del filme y su director.

Los valores del cineasta nadie los ponía en duda hace tres décadas (¡Tres décadas!), cuando se había labrado un prestigio con sugestivas y trasgresoras obras como Cuchillo en el agua, El bebé de Rosemary, Repulsión, Chinatown, El inquilino, entre otras. Pero luego viene una seguidilla de obras menores (Lunas de hiel, Oliver Twist), comunes películas de género (Piratas, La novena puerta), filmes que parecen haber sido hechos por encargo (Frantic) y hasta películas a las que se les nota el esfuerzo por querer competir en la carrera de los premios Oscar (El pianista), con la cual el otrora sugestivo y trasgresor –adjetivos que no son muy apreciados por la Academia- director obtuvo siete nominaciones y tres estatuillas.

Así que la vida de película de este cineasta, con sus escándalos y problemas legales, así como con su viejo prestigio de maestro del cine, tal vez sea lo que ha recargado la balanza para la avalancha de reseñas positivas para su última cinta, a pesar de tratarse de un thriller político de lo más convencional, colmado de lugares comunes y con muy pocos elementos que lo diferencien de otras de las tantas cintas que hay del género.

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