Crimen de autor, de Claude Lelouch

El juego de la ficción habla del amor

Por: Oswaldo Osorio


Cualquier lugar es mejor que el lugar en el que estamos, decía alguien en una ya lejana película alemana. Y en esta francesa hay una idea similar, cuando un policía afirma que son incontables las personas que quieren irse, de un día para otro, y dejarlo todo tirado. Esta idea le confiere un fondo de hastío existencial y desesperación a esta película, y aún así no es una historia triste, pues algo de humor y amor hay en ella; ni tampoco muy trascendental y tediosa, porque está sobre la estructura del thriller, que la hace muy entretenida.

Claude Lelouch realiza películas desde hace medio siglo, pero muchos lo han desdeñado luego del enorme éxito que tuvo con Un hombre y una mujer (1966), un melodrama romántico ganador de Cannes y el Oscar a la mejor cinta extranjera. Y es cierto que este director es proclive a los cuentos ligeros y a las historias de amor, así como al cine popular y de gran presupuesto, pero al tiempo puede hacer un cine más personal, modesto y profundo.

Esta película es un ejemplo de esa versatilidad, porque puede ser vista como un inquietante relato de misterio (a la manera francesa, por supuesto, es decir, con sutileza y sin los efectismos de Hollywood para este tipo de historias) y, al mismo tiempo, como un juego intelectual con el concepto de ficción, así como una reflexión sobre la búsqueda de la identidad y del amor.

Parecen muchas cosas y muy disímiles para estar juntas, pero esa es la principal virtud de esta cinta, que esos tres grandes aspectos no sólo se identifican con claridad sino que tienen unidad, esto es, que una misma escena puede representar el misterio, la reflexión y el juego con la ficción, porque aquí lo uno siempre tiene que ver con lo otro.

Así, por ejemplo, la famosa escritora, quien a su vez tiene un escritor fantasma (aquel que escribe por ella), quien a su vez parece estar protagonizando la trama de la novela que está escribiendo, representan una multiplicidad de posibilidades en la relación entre realidad y ficción, o lo que es lo mismo, en la ficción dentro de la ficción.

Parece confuso enunciándolo, pero en la película funciona perfectamente para crear la intriga y, sobre todo, para esa ambigua construcción de los personajes, que es el recurso más importante de la trama, pues casi todo el sentido de la historia está en el juicio que el espectador hace de un personaje por lo que la película le hizo creer que es.

Pero en el fondo de esta intriga y juego con la ficción, está siempre la reflexión sobre asuntos fundamentales, como el amor, la identidad y lo que cada quien puede hacer con su vida. Algunos de esos personajes no quieren estar en el lugar donde están, a causa de lo que son y lo que quisieran ser, o del hastío con su propia identidad, o simplemente por el deseo de buscar el amor, que siempre es tan esquivo.

Este filme puede ser, entonces, la expectativa por saber quién es el asesino, o también el divertimento de ver una historia dentro de otra, o mejor, la historia de un fantasma que conoció a una mujer y quiso volver a la vida.

Los Agentes del destino, de George Nolfi

El amor se rebela contra el Plan Maestro

Por: Oswaldo Osorio


Esta película es una rara mezcla entre historia de amor, cine fantástico y con elementos del thriller. Pero en la medida en que estos componentes están repartidos equilibradamente, el relato mantiene su unidad y coherencia, aunque al final, como debería ser siempre, es la historia de amor la que se impone.

Pero esa unidad y coherencia, más que del guionista y novel director George Nolfi, proviene de un cuento del célebre escritor estadounidense Philip K. Dick, un autor que supo crear unos magníficos relatos de ciencia ficción (Blade Runner, Minority report, Una mirada en la oscuridad), que además de ser imaginativos y envolventes, también están siempre provistos de un trasfondo de reflexión sobre la sociedad y la naturaleza humana.

La premisa de la que parte esta cinta dice que existe un Plan Maestro al que los hombres obedecen, quiéranlo o no. Entonces la cuestión fundamental de que haya un destino es que su existencia contradice el derecho del libre albedrío. ¿Porque si todo ya está escrito, entonces para qué decidimos?  Y, como se sabe, las decisiones que tomamos es lo que nos define por encima de cualquier cosa. En esta película, entonces, se enfrentan esas dos fuerzas, el Plan Maestro y el libre albedrío. El tamaño de lo que representan (y lo que está en juego) pone en evidencia la fuerza del conflicto en esta cinta.

David y Elise no están destinados a enamorarse, pero el azar, esa némesis del destino, los une un par de veces y el Plan se empieza a contrariar. De manera que la trama plantea la tensión entre el destino que los rige y las decisiones que quieren tomar. El problema es que las decisiones no siempre son fáciles, porque no todo está en blanco y negro, generalmente hay matices y variantes.

Pero si bien toda cuestión se podría solucionar haciendo un inventario de ventajas y perjuicios, y por lógica tiende a imponerse lo razonable y lo correcto,  también es cierto que esta lógica puede ser vencida por fuerza mayores, el amor, por ejemplo, aunque también el odio o el deseo, y tantas otras incontrolables pasiones propias de la condición humana.

Y aunque estas cuestiones siempre están de fondo y son lo que motivan la construcción de los personajes y sus acciones, también tiene un gran protagonismo la forma en que está presentado el relato. El componente fantástico, por un lado, el de esos seres que manipulan el destino de los humanos, impone un tono de misterio y expectación que hace de éste un relato atractivo e imprevisible. Y el componente de thriller, por su parte, permite que la narración esté construida de forma precisa y acompasada, jugando con el suspenso y los giros inesperados.

De manera que si bien es un filme que propone una reflexión sobre asuntos como el destino y el libre albedrio, con el amor en medio de esa confrontación, está empaquetado como un eficaz producto de Hollywood, entretenido, envolvente, con un par de bellas estrellas como protagonistas y complaciente con el público. En otras palabras, es un cine inteligente y al mismo tiempo muy comercial.


Un año más, de Mike Leigh

Una mirada extraordinaria a personas ordinarias

Por: Oswaldo Osorio

Esta es una película donde no pasa nada, solo la vida, que ya es bastante. Pero ese “no pasa nada” es desde la perspectiva de la narrativa clásica de Hollywood, la cual exige que un relato tenga imprevistos puntos de giro que hagan atractiva la historia, así como personajes a los que les sucede algo fuera de lo común o enfrentan a duros problemas. Pero esta cinta habla de personas corrientes que lidian con situaciones corrientes, y aún así, resulta una significativa historia con personajes muy interesantes.

Hacer una buena película sobre lo ordinario de la vida solo es posible cuando detrás de ello está el talento y lucidez de un director como Mike Leigh. Principalmente desde Naked (1994) y Secretos y mentiras (1995), este autor inglés nos ha mostrado su capacidad para hablarnos de la complejidad de la vida cotidiana y los personajes corrientes. Sus dos principales herramientas son lo que logra con sus magníficos actores y el realismo en la puesta en escena.

Esta película también está construida a partir de estos elementos. Se trata de la historia de una pareja que vive una existencia simple y armónica, pero también es la historia de las personas que los rodean, entre familiares y amigos, para quienes la vida cotidiana está ambientada con un sonido de fondo de tristeza e insatisfacción. No tienen grandes problemas (como los que siempre buscan los guionistas para introducir un conflicto fuerte), aunque si se sabe mirar, como lo hace Leigh, la soledad ya es bastante, o la edad, o simplemente que no pase nada extraordinario en sus vidas.

De manera que el relato presenta un doble registro, por un lado, la felicidad de la pareja protagónica, y por otro, la infelicidad de los demás. Y es que Mike Leigh no tiene una opinión muy optimista de la vida, la cual considera que está poblada por gente triste e insatisfecha, sobre todo las personas mayores. Así lo ha recalcado en las dos películas ya citadas o en otras como Chicas de carrera (1997), Todo o nada (2002) y Vera Drake (2004). Aunque también es cierto que su anterior filme, Happy-go-lucky (2008), es una de las películas más optimistas que jamás se hayan hecho en el cine.

Pero la variable en esta cinta es esa pareja feliz, que es la que en cierta forma ayuda a los demás a sobrellevar sus amargadas existencias. El contraste se hace tan evidente que todo parece conducir a una conclusión muy simple, algo que se ha repetido desde Jesucristo hasta The Beatles: la clave de la felicidad es el amor. Y eso se puede constatar cuando el hijo de la pareja pasa del bando de los insatisfechos al de los felices, justamente, en el momento en que consigue novia.

Pero en realidad, lo que menos importa de esta película es la moraleja, y menos una que es tan obvia como profunda, lo que importa es el detalle, el realismo y la sensibilidad con que el director nos revela ese universo cotidiano y sus pequeños y grandes dramas, así como los sentimientos llenos de matices que vemos en sus personajes. Todo esto logrado solo a partir del devenir de la vida, de las cosas simples y de una búsqueda del sentido de la felicidad. Un devenir que se repite año tras año, para bien o para mal.

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Los niños están bien, de Lisa Cholodenko

Un intruso en la familia

Por: Oswaldo Osorio

Solo en esta época de inclusión social y reivindicación de minorías, esta pequeña y modesta película podía hacerse visible. El matrimonio de lesbianas con dos hijos adolescentes que quieren conocer a su padre biológico, es un planteamiento bien atractivo y con enormes posibilidades dramáticas que pudo ser explotado de forma sensacionalista o sensiblera, pero que encuentra en Lisa Cholodenko una mano mesurada que, en general, asumió con honestidad y entereza el relato.

Desde el título, la película hace su declaración de principios, anteponiéndose a cualquier opinión que el sector conservador pueda hacer de este tipo de familias. Porque en ésta todo es amor y armonía, funcionando incluso mejor que una familia convencional, lo cual, también es cierto, no deja de ser sesgado y tendencioso. Tiene las naturales explosiones de  rebeldía y sus fricciones, pero nada grave, sobre todo con los hijos.

Planteado este universo, la propuesta dramática apela al esquema del “intruso”, del elemento extraño que ingresa a un ambiente y lo desestabiliza. Esta situación, continuando con la defensa de la premisa que hace la directora, es la prueba última que necesita esta familia en un momento coyuntural, esto es, cuando los hijos están a punto de pasar a la adultez y cuando este matrimonio entre dos mujeres acusa el desgaste de veinte años.

De esta forma, cuando el padre biológico entra en sus vidas, salen a flote los problemas latentes y cada quien se cuestiona a sí mismo y a los demás. La necesidad de liberación de los hijos, el deseo de una figura masculina, las relaciones de poder en la familia, los inconformismos silenciados, en fin, una serie de miedos, resquemores, pequeñas y grandes batallas, que propician que los personajes -y el público- se confronten y reflexionen sobre muchas de las variables que componen la vida familiar.

La construcción del relato opta por un tono coral, en el que todos los personajes tienen más o menos la misma importancia. Y si bien el conflicto del intruso es el principal, éste propicia otra serie de conflictos adicionales y distintos puntos de vista, según cada personaje. Estos dos aspectos hacen que el relato sea dinámico en su narración y completo en la forma como aborda la historia.

Por eso mismo, este sencillo relato, que insinúa unas implicaciones sociales, culturales y emocionales, se presenta como una entretenida historia, que habla de asuntos serios de manera reflexiva, pero sin estar exenta de humor y desenfado. Así mismo, lo hace con ese tono propio del cine independiente (que, valga decirlo, también se convirtió en una fórmula) en el que la narrativa clásica es llevada al extremo de la simpleza, dejándole todo el protagonismo a lo importante, es decir, la historia, los personajes y las ideas.

En síntesis, se trata de una bonita y emotiva película, construida con sencillez y elocuencia, que si bien deja en claro cuál es su posición sobre este –para muchos- delicado tema, también abre el debate a partir de la forma como asume a sus personajes y sus distintos puntos de vista.


Los colores de la montaña, de Carlos César Arbeláez

Los paisajes de la guerra

Por: Oswaldo Osorio


Lo más atroz que tiene el mundo es la guerra y lo más puro y honesto es la infancia. Cuando el cine reúne estos dos extremos, por lo general expresa con gran elocuencia la crueldad de la primera y la transparencia de la segunda. Y efectivamente, eso ocurre en esta entrañable película, la cual habla del conflicto colombiano con sutil contundencia, sin gritos ni sensacionalismo, así como de la naturaleza de los niños, sin empalagos ni sensiblerías.

Es la ópera prima de Carlos César Arbeláez, un juicioso e intuitivo director que tiene un valioso recorrido en el documental (con poderosas obras, entre muchas otras, como Negro profundo: historias de mineros y Cómo llegar al cielo) y en el cortometraje, con La edad del hielo (1999) y La serenata (2007), dos títulos que ya dejan entrever un estilo propio y un universo: el eficaz trabajo con actores naturales, un talento para retratar la cotidianidad y el color local, y una propensión a mirar con gracia y naturalidad las situaciones adversas.

En este país no se dejarán de hacer películas sobre el conflicto, es necesario e inevitable. Las mejores cintas colombianas generalmente son las que abordan este tema. Pero ante el riesgo de la reiteración y el lugar común, es la novedad del punto de vista y el tono en el tratamiento lo que puede hacer la diferencia, lo que dirá algo nuevo ante lo ya dicho muchas veces.

Esta película propone esa diferencia con su tono y punto de vista. La mirada desde los niños reconfigura y le da otro matiz a la visión que se tiene del conflicto armado en Colombia, a la forma y el proceso como es vivido por la gente del campo. Esto lo hace con la sólida construcción de una atmósfera de cotidianidad y desenfado que se va quebrando y donde, progresivamente, impone un ambiente desequilibrado.

Este proceso es presentado casi sin asomo alguno de violencia explícita o estruendosa, aunque sin quitarle la gravedad al asunto. Porque, en principio, no es un relato sobre la guerra en sí, ni sobre el desplazamiento forzado, sino sobre los momentos previos a todo ello, sobre la pérdida de la inocencia, en este caso representada en la pacífica vida campirana y enfatizada con la mirada y la amistad de unos niños.

Aunque la película da cuenta del momento coyuntural de la irrupción de la guerra, también se puede ver que hay cierta familiaridad con ella: un hermano en la guerrilla, la colección de balas, los grafitis, los tipos que van y vienen, en fin, una serie de elementos que hacen parte del paisaje, pero que solo son tomados en cuenta cuando empiezan a perturbar sus vidas, o cuando, muy elocuentemente, un salón de clase se empieza despoblar.

La lucidez y contundencia de esta historia es transmitida al espectador por medio de un relato sólido y sutil, pues sabe crear una progresión dramática que gana en intensidad y se muestra sugerente y contenido en las reflexiones que propone sobre el conflicto y su efecto en el campo y en los niños. Además, tiene la medida precisa para combinar esto con momentos de cotidianidad y jocosidad, por lo que resulta ser un filme duro y comprometido, pero también entretenido y encantador.

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El discurso del rey, de Tom Hooper

El tartamudo que ganó una guerra

Por: Oswaldo Osorio



Nunca el rey Jorge VI de Inglaterra había sido protagonista de la Segunda Guerra Mundial en una película. En esta lo es porque había que justificar la anécdota que es el centro del relato, había que darle peso al curioso cuento del rey tartamudo. Porque de eso se trata esta cinta, de una simple anécdota que le ocurre a un ilustre pero opaco protagonista de la historia moderna, una anécdota que es inflada para hacerla parecer muy importante y, además, es revestida como historia de superación.

Porque ese es el esquema que se impone en este filme, el de una historia de lucha individual y superación personal como otra de tantas que quieren conmover al espectador con una lección de vida. La diferencia aquí es que no se trata de un hombre común, pero al fin y al cabo sigue siendo la historia de superación personal con todas las dudosas estrategias para afectar al público fácilmente: el simpático e incondicional amigo, el apoyo de los seres queridos, la constante lucha contra las adversidades, los momentos de debilidad y el triunfo final.

Con el fin de servir a este esquema es que terminan diciendo, muy forzadamente, que la superación de la tartamudez le permitió a este monarca para darle la voz de aliento y el coraje al pueblo inglés que le permitiría, a la postre, salir victorioso. Entre tanto, Winston Churchill, quien realmente dio los históricos discursos durante la guerra, queda relegado a dos pequeñas apariciones, una de las cuales se pone torpemente al servicio de la anécdota en cuestión, cuando le dice al rey que él también superó la tartamudez. Un indicio de lo que significa para la cultura popular las alocuciones de Churchill durante la Segunda Guerra, es que el discurso “Lucharemos en las playas” se puede escuchar en dos canciones de bandas tan disímiles como Super Tramp y Iron Maiden.

Esta anécdota que hace de argumento y sus magnificadas repercusiones están muy correctamente presentadas narrativa y visualmente. Pero esta corrección es tal, que lejos de ser una virtud puede ser más bien una carga. La razón de esta tesis, que parece contradictoria, es que esta película en todos sus aspectos (los mismos que fueron nominados por la Academia), “hace la tarea” de plantearlos como manda el libro, sin ningún asomo de novedad, talento creativo o énfasis que logre estimular.

Que todo esté juiciosamente ejecutado en una película, es apenas el requisito básico que requiere cualquier producción. Pero que esto sea suficiente para que, de acuerdo con las doce nominaciones a los premios Oscar que recibió y los cuatro que ganó, sea considerada una gran película, es solo una prueba más de lo arbitrarios que pueden ser estos galardones y del convencionalismo que estimulan en la industria del cine.

Sin ser tampoco una deficiente cinta, de hecho, tiene muchos momentos de fuerza y emotividad, así como las interpretaciones les sacan provecho a los singulares personajes. Pero el punto es que, justamente, esa emotividad deviene del sensacionalismo de una anécdota que se esfuerza en querer dar una importante lección de vida, mientras que los personajes son igual de anecdóticos y sensacionalistas: el rey tartamudo, la leal esposa, el amigo excéntrico y el hermano de vida disoluta. Justo lo que le gusta a la Academia, justo lo que le gusta al gran público.


Temple de acero, de Ethan y Joel Coen

La joven con sed de venganza

Por: Oswaldo Osorio

Es una lástima que el western haya caído en desuso, porque es un género cinematográfico con gran potencial para explotar en lo visual, lo argumental y en las reflexiones sobre la condición humana, pues está creado a partir de unas situaciones, un tiempo y un espacio que son extremos. Solo de vez en cuando es resucitado por directores que le reconocen estas cualidades. Y si esos directores son figuras del talento del los hermanos Coen, el género sin duda brillará como en su época de oro.

Siempre uno de los temas capitales de este género ha sido la venganza. Aunque aquí está disfrazada de justicia, pues en principio se muestra un atípico lejano oeste que intenta ser civilizado y legalista, con juicios, abogados y comisarios caza recompensas. No obstante, en el fondo termina imponiéndose la lógica de ese universo hostil, es decir, la ley del revólver y el instinto de supervivencia.

Como su celebrada Sin lugar para los débiles (2007), que tiene elementos del western, esta película también es una prolongada persecución, lo cual le da al relato una dirección muy simple pero, por lo mismo, con una fuerza básica que monta al espectador en una permanente expectativa. Y por lo mismo, se trata de una road movie, en la que la construcción de los personajes y la relación entre ellos van evolucionando junto con el paisaje. Por tal motivo, la constante transformación en el aspecto visual y emocional es lo que marca el ritmo y los giros de esta historia.

De ahí que, aunque en apariencia es un elemental relato de persecución y venganza, lo cierto es que, de fondo, está el singular trío de perseguidores, compuesto por una joven de catorce años y dos caza recompensas. Son estos personajes quienes le dan ese trasfondo de cinismo, humanismo y reflexión moral que siempre está presente en el cine de los Coen, que en este caso tiene que ver con la relación entre el valor de la vida y el sentido de justicia (y la capacidad para imponerla) en un mundo en el que los parámetros morales y de civilidad apenas están difusamente dibujados.

De otro lado, además de la persecución, que es el elemento que sostiene la atención con las acciones y con la trasformación del paisaje, el espectador es constantemente estimulado por el contrapunto entre los dos protagonistas principales y sus características opuestas: el viejo Sheriff Rooster es alcohólico, pragmático y amargado, mientras la joven es inexperta, entusiasta  e idealista.

En especial este último personaje es el que resulta más vistoso en esta historia. Tal vez molesta un poco su sobresaliente precocidad, pero en el cine de los Coen sus personajes son siempre estilizados por razones que compensan el artificio. Estas razones podrían ser: el uso de referentes del cine de género, el ingenio en la elaboración de los diálogos y lo que representan estos personajes para su planteamiento, que en este caso es ese “temple de acero” que se necesitaba para sobrevivir en el lejano oeste.

Con ese puñado de obras maestras que los Coen tienen en su filmografía (De paseo a la muerte, Barton Fink, Fargo, ¿Dónde estás hermano?), tal vez esta no sea su mejor película, pero sin duda está hecha de esa materia prima que define su estilo y su talento, esto es, el juego con los géneros cinematográficos, la creación de personajes estilizados e inolvidables, la visualidad de un cine que no puede ser contado y la lucidez para retratar y comentar (con tanta crueldad, como humor y cinismo) las virtudes y miserias de la condición humana.


El ganador, de David O. Russell

Lo que más pesa en el ring es la familia

Por: Oswaldo Osorio

El boxeo es el deporte más recurrente en el cine. Esto se debe, seguramente, a que es el más intenso y dramático visualmente, por la cercanía de los contendientes, el mutuo e implacable castigo y el constante movimiento. Además, por su naturaleza violenta, quienes lo practican suelen dar lugar a personajes con sustanciales posibilidades argumentales y dramáticas: precariedad económica, personalidades fuertes y un medio hostil que los amenaza constantemente.
Esta película tiene todo eso y, en realidad, en lo esencial no se diferencia mucho de la mayoría de películas con este tema. Porque es una cinta que no se aparta demasiado de ese esquema general que siempre se impone en estos casos, esto es, que a medida que el protagonista, en medio de altibajos, avanza hacia el triunfo en el mundo del boxeo, se intensifica el drama emocional que puede significar la victoria o la derrota.
La diferencia siempre está, naturalmente, en las variaciones que se le introducen al esquema, y la variación que propone esta cinta es lo que en cierta forma la saca del montón. Esta historia, en cuanto a la carrera por el título, se ciñe al esquema, pero el drama emocional está potenciado por la relación del boxeador con su familia, en especial con su problemática madre, que hace de manejadora, y su hermano adicto, quien lo entrena.
Así que el gran conflicto de este filme no es tanto si gana el título, sino si lo puede obtener a pesar de su familia. Y aquí es donde se imponen las personalidades de la madre y el hermano, quienes están auspiciados por un grotesco pero fascinante coro de hermanas que redondea el caos de esta familia disfuncional, la verdadera antagonista contra la que tiene que luchar el protagonista.
Dándole forma a ese doble conflicto, el profesional como boxeador y el emocional frente a su familia, esta película consigue un relato sólido y bien medido, un drama realmente envolvente que si bien no presenta muchas novedades frente a lo que se conoce de este tipo de cine, los elementos recurrentes que la componen están planteados con precisión, por lo que resulta inevitable ser tocado por el drama de sus personajes.
Entre esos elementos conocidos está la gran “atracción” del filme, que es el personaje del hermano adicto (así como la interpretación de Christian Bale). Como siempre, los roles extremos resultan los más populares, porque son los que permiten un mayor lucimiento actoral y propician dramas más intensos, aunque muchas veces eso se preste para efectismos y manipulaciones emocionales. Ayuda un poco para no acusar al guionista de abusar de este recurso el hecho de saber que la historia est´a basada en un hecho real.
No obstante, no se debe reducir esta cinta solo a ello, que en últimas podría verse apenas como un fácil gancho emocional. Y es que, a pesar de todos sus convencionalismos, esta película consigue ser un producto muy completo, porque sus características pueden funcionar tanto para la vana fiesta de los premios Oscar, como para ver en ella un aporte a este tipo de temas en el cine y un relato que sabe construir un potente drama cinematográfico.

Las hierbas salvajes, de Alain Resnais

Un cine rebelde y estimulante

Por: Oswaldo Osorio

Esta es la peor época para la cartelera de cine, una cartelera que ya de por sí es siempre raquítica. Y es la peor por la cercanía de los premios Oscar, porque los exhibidores “amarran” las películas para luego estrenarlas aprovechando la publicidad que dan los galardones.
Además, por esta misma razón, el cine que puebla la cartelera es el nominado y premiado por la Academia. Y esto significa que, aunque pueden haber algunas buenas películas, en general es el cine más convencional que existe: temas populares o políticamente correctos, exhibicionismo actoral, tramas y tratamiento complacientes con el público, etc.
En este contexto, una película del director Alain Resnais realmente es una hierba salvaje que se deja ver por entre una grieta del concreto siempre pulido y uniforme de nuestra cartelera. A sus 88 años, este director francés aún mantiene el espíritu con el que contribuyó a forjar ese movimiento de ruptura en el cine que fuera la Nueva Ola Francesa. Fue uno de los más transgresores con las convenciones del séptimo arte y de la narrativa clásica, y a juzgar por esta película, aún lo sigue siendo.
Por eso este filme, que habla sobre el encuentro y muy particular relación entre una pareja mayor, se sale de todas las lógicas que rigen a las películas que recalan en cartelera habitual y del cine que gana premios Oscar. Su narrativa se antoja inusual y la construcción y proceder de sus personajes sorprende y hasta desconcierta.
El relato de esta cinta juega con diversos recursos y procedimientos: la voz propia de cada personaje y la de un narrador, la sobreposición de imágenes en el plano para referirse al pasado o a la imaginación, los saltos en el orden de la narración, la inclusión de acciones aparentemente innecesarias, etc. Esto hace que el espectador, en lugar de estar absorbido por una sucesión de acciones, como suele suceder con casi todas las películas, permanentemente se pregunte por qué ocurren las cosas y se dé cabida al asombro por los inusitados giros y recursos narrativos.
Igual sucede con los personajes. El realismo sicológico que normalmente los rige en el cine de todos los días, aquí desaparece casi por completo. Ya los personajes no siempre se mueven como consecuencia de unas motivaciones sólidas y lógicas, presentadas por la trama, sino que se da paso a un proceder en el que las emociones y sentimientos surgen casi por capricho, lo cual puede llegar a desconcertar, pero también resulta divertido o sorpresivo.
El caso es que esta historia entre la odontóloga-piloto y el jubilado de oscuro pasado, en su aparente inconsistencia emocional e inesperados giros afectivos, está construida para mantener al espectador siempre activo, casi a la defensiva, por la aparente falta de lógica (la lógica habitual) de lo que pasa y por la expectativa sobre la dirección que va a tomar todo aquello.
No es un cine fácil, por supuesto. Con tanto Hollywood que comemos estamos más enseñados a una dieta de fácil digestión, al cine con una narración envolvente y universos creados a partir de la lógica causa-efecto. No obstante, una película como esta puede ser más inquietante y estimulante, porque tiene mayor capacidad de confrontar y producir perplejidad, para bien o para mal, eso dependerá de cada espectador.

Más allá de la vida, de Clint Eastwood

Aproximaciones a la muerte

Por: Oswaldo Osorio

Hay para quienes lo sobrenatural es equiparable con la ciencia ficción. Tanto lo uno como lo otro estarían en el rango de las creaciones o concepciones fantásticas que tienen la humanidad, ya por necesidad en su búsqueda de respuestas, ya como artilugio ficcional o literario para usarlo en su reflexión sobre la condición humana. Es decir que, independientemente de si se cree o no en la existencia de esas realidades, esto no interfiere con sus posibilidades como relato de ficción y con su poder para comunicar ideas o transmitir emociones, y eso es lo que hace esta película.
Esta aclaración inicial es un poco en defensa de su director, Clint Easwood, quien parecía ajeno a este tipo de temas. Y es que esta película suya parte de la posibilidad de la vida después de la muerte y de la efectiva comunicación entre un mundo y otro. Su premisa sobre el tema la plantea a partir de tres personajes que protagonizan historias paralelas y con cada uno expone, de forma distinta, este acercamiento al contacto con la muerte.
Es que a Eastwood casi siempre se le ha visto como un hombre duro y escéptico, primero en su etapa como actor y luego con muchos filmes que ha dirigido. Por eso sorprende que se haya decidido por este tema. No obstante, aquí se aplica lo que se argumenta atrás, es decir, el tema en cuestión lo utiliza para hablar de lo que ha hablado en muchas de sus películas, sobre todo en las últimas dos décadas, esto es, las emociones y decisiones de las personas frente a los desafíos de la sociedad y el destino.
De otro lado, en esta película, nuevamente, llama la atención su estilo clásico en la construcción del relato y en la puesta en escena. Un estilo que en estos tiempos de manierismo narrativo y efectismo visual se antoja austero, lo cual no es, por supuesto, de ninguna forma un reproche, sino todo lo contrario. En esta película, especialmente, se toma su tiempo para contar con claridad su historia y construir con firmeza a sus tres protagonistas. Por eso tal vez sea una cinta que preferiblemente debería ser vista en una sala de cine, para tener la concentración que dicho espacio permite.
Y es que las tres historias, en principio, apenas están relacionadas por el tema de la cercanía con la muerte. Por lo demás, su director no hace concesiones con el espectador explicándole todas las razones de sus personajes o apurando la conexión entre ellos. Por eso es un relato que exige una paciencia que será recompensada más adelante, cuando todo llegue a tomar forma.
Entretanto, sus tres personajes por separado libran batallas con su entorno, y en esa confrontación la película nos revela -como sólo una buena obra y un buen autor saben- sus más sutiles emociones y sus más vívidos sentimientos, así como variaciones sobre las miradas y las experiencias con el tema del “más allá”. Sin que tampoco se muestre reflexivo o concluyente, sino un discreto pero eficaz tono sugerente que surtirá su particular efecto según las creencias de cada espectador.
De manera que, ya sea uno escéptico o no con este tema, lo que se impone es el estilo cinematográfico firme y definido de un director incombustible, un autor que conoce tanto del lenguaje del cine como la naturaleza humana. Y en ambos tópicos esta cinta consigue dar cátedra.