El día del juego

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Juan Pablo nos lleva a hacer un recorrido arquetípico de muchos hinchas, en cualquier parte del mundo. Lo hace utilizando elementos de la crónica y haciendo gala de su memoria con los detalles que describe en cada paso que dan para llegar al estadio. Juan Pablo nos mantiene en tensión durante todo el texto para nombrar lo que es esencial, y aunque no le pone apellido, lo dice claramente, y nos deja preguntas muy relevantes desde una perspectiva de formación ciudadana.


Escucha esta historia en la voz de Hernán Vanegas Restrepo, editor del periódico Gente:


 

Crédito Juan Pablo Mejía

Todos estamos aquí por algo, yo estoy aquí para verlo. Primero me tengo que alistar. Un día antes, a la vuelta de la esquina de mi casa, fui a acicalarme.  El barbero que me atiende es una vieja escuela de Medellín, de esos que te hacen cualquier corte por un precio estándar, creo que es la mejor barbería que he visitado, y tenía que ir para lucir de la mejor manera que pudiera para el juego que se viene.

  Regresé de la barbería a las 2 de la tarde y me bañé para quitar los pelos que se cuelan en la ropa y orejas. En la ducha el agua salía en forma de chorro, y me recordaba cuando era chico y me bañaba para ir a ver jugar al equipo, que no es el mismo de aquellos días, es mejor, y hoy mi amor por él es incomparable. Me bañaba con agua muy caliente y salía tanto humo que empañaba el espejo del baño, por suerte en ese momento no había nadie que me regañara en la casa y estaba feliz pensando: ¿qué podría pasar hoy?, ¿qué pasará si no ganamos? 

Me quedé pensando un momento, pero sé que con solo ver al equipo me sentiré feliz, ganemos o no, esto es más que un juego y todo el mundo lo sabe. Cuando salí de la ducha sentí que alguien me tocó el hombro y me dijo: “en dos horas te tienes que empezar a arreglar.” Era mi viejo, quien voltea hacia el baño, ve el humo salir por la puerta marrón y me mira con cara de desagrado; pero hoy señores, ¡no hay nada ni nadie que puede dañar el ánimo del espectáculo!

Ya son las cuatro de la tarde y dormí casi una hora, creo que sobra decir que soñé que cuarenta mil personas nos uníamos por un momento, que mi viejo me abrazaba y todo ese hermoso lugar estaba feliz. Quizás la felicidad de la vida que tantos buscan esté allí. La otra hora lo único que hice fue mirar las posibilidades de mi equipo y las del otro, estábamos empatados y eso pronosticaba un juego interesante, incluso en las casas de apuestas no se tenían mucha diferencia el uno al otro. 

Solo falta una hora para salir y montarme en ese hermoso tren que distingue a la ciudad, verlo llegar y salir es la mejor experiencia de música que alguien pueda tener en su vida, pero antes de seguir halagándolo, me tengo que arreglar. ¡La camisa!, la bendita camisa que hace que un porque no, se vuelva un porque sí; cuando te vistes con ella sabes que la verdadera la tienes adentro, pintada en el corazón, o el alma, o lo que sea que nos haga vivir, lo importante es que ella nos vivir. Hoy con ella puesta vamos a existir de la mejor forma que podemos, pienso que es la mejor manera de ver la vida.

Miro la hora y, antes de que pueda leer el reloj de manecillas, mi viejo me dice que ya es hora. Salimos de la casa vestidos con el alma en la piel, después de despedirnos de la familia, quienes, por cierto, son del equipo contrario y sabemos que, por dentro, desean vernos perder. Caminamos casi un kilómetro hacia esos vagones que nos hacen doblemente extraordinarios cuando nos transportamos en ellos. Pasamos por el bulevar hacia la Estación Envigado y vemos que en una tienda de carpa están alistando las cervezas y el ron para el partido, están sacando la bandera que seguramente colgarán en una parte donde se pueda distinguir, y donde esos colores puedan alumbrar, las personas allí parecen felices. Lo que más me gusta de los días como este es eso, que las personas se olvidan de que tienen problemas y desconectan su mente por noventa minutos, para abrir lo que los hace sentir y poder pintarlo de colores mágicos.

Medellín es la única ciudad que conozco que luce más como hipotenusa y no tanto como cateto, y gran parte de eso se debe a esa fiera que cruza la ciudad sonriendo por las ventanillas. Mientras pienso en cómo va a quedar el resultado final, veo caras de angustia, rostros crispados y me pregunto de qué piel vestirán sus almas, de qué color brillarán, si es que brillan. Apenas me doy cuenta de que ya pasamos la primera prueba, desde Envigado hasta San Antonio hay unos quince minutos en Metro, esta vez nos demoramos dos minutos menos. Lo importante es que ya subimos las escaleras para coger la línea B y así poder llegar al estadio. 

Veo varias personas normales y otras cuantas que sí llevan el alma en el canto, esos mismos que adornan el estadio y hacen que un gol sustituya cualquier palabra bella que pueda existir. También veo varias personas tristes y con otro color; unas cuantas que no son aficionados leyendo libros y cuentos infantiles del Metro. 

Ya subimos y en esa plataforma, donde se espera el último tren hay mucha gente. Llegamos a tiempo, mientras tanto sigo viendo caras de angustia, que es felicidad pura. Me cautiva un niño, pues lleva un gorro con nuestros colores, una trompeta y una pañoleta amarrada a su mano con nuestro escudo; no sé qué pensarán los niños, pero es hermoso ver la alegría que tiene al tocar la trompeta, y será magnífico ver cómo se comportará en el estadio. Creo que es su primera vez y me cautiva solo por eso, por primera vez ese niño sentirá el amor verdadero.  

Llegamos. Hay muchas personas vestidas de los mismos colores que yo, me pregunto si a ellos el cardiograma les marcará la historia de los colores. En fin, tenemos que caminar al estadio y por ello bajamos las escaleras, pasamos las barandas y atravesamos la plaza. Algunos revendedores se nos acercan, pero los ignoramos. A lo lejos se ven varios carros que venden camisas y, otros cuantos, venden comida: chuzos y perros. Todo lo anterior pasa a un segundo plano cuando las caravanas, entre humos de colores y cantos, alumbran los alrededores de la unidad deportiva. Aunque ya pasaron dejaron listo el ambiente para que la adrenalina se suba y el corazón esté a punto de estallar.

Ya pasamos la calle, después de cruzar la plazoleta está el gimnasio al aire libre donde se ven varias personas, a quienes no les interesa este juego, haciendo un poco de ejercicio, y al frente se ve que no hay fila, ya todos están adentro haciendo respetar los colores. Mi viejo y yo pasamos, los policías nos requisan sin ganas, pues saben que los duros ya entraron. ¡Tenemos que correr, está que empieza el partido!, le grito a mi viejo. Pasamos por un corredor que tiene nombres de países en el suelo, también por esa fuente que tiene diferentes banderas y se ve linda, hasta que te das cuenta de que ahí se bañan las palomas. ¿Será que las palomas también visten colores en el alma? 

Juan-Pablo-Mejia-hinchas

Creo que pienso mucho las cosas, y aún tenemos que dar media vuelta al estadio. Mientras lo hacemos observo varias personas con la camisa en la mano, unos cuantos tomando cerveza y viendo los televisores que están en los quioscos; unos revendedores en cubierto; personas que van a la popular con los tambores y trompetas; a lo lejos también se puede ver el bus, ¡uf! ese bus si tuviera vida estaría feliz. También observo policías en caballos y algunos niños en ciclas, veo nuestra fila a lo lejos, ¡no hay nadie! Se ve tan lindo, todo es tan lindo acá, como si se parara el tiempo, es como si este lugar te tratara de conquistar cada domingo, este lugar es mi amor platónico.

Cuando entras a la fila sabes que falta muy poco para entrar al estadio, ya se escuchan más duro los cantos, y sin querer saltas; te dan ganas de quitarte la camisa, de pararte y, si es necesario, de insultar, de dejar la vida en la tribuna. Como no había nadie en la fila pasamos por un lado y los policías nos requisan sin ganas, otra vez. Hay dos puestos con personal de logística recibiendo las boletas y pasándolas para comprobar que sí son verdaderas. Después de que nos requisan, mi padre y yo pasamos al mismo tiempo por diferentes entradas y nos dan la colilla de la boleta. Ahora solo hace falta subir unas cuantas escaleras que se pueden subir de dos en dos para sentir la adrenalina de ver el estadio repleto de almas felices.

Cuando piso la primera escala se me revuelve todo por dentro; vamos los dos y unas cuarenta mil personas más que se han reunido dentro del estadio. Hay más personas afuera alentando igual que los que están adentro. Los que no vinieron seguramente están en sus casas, en familia, con el televisor a todo volumen y todos esperando a que empiece el tan anhelado juego. Allá afuera es una cosa, pero acá es diferente, acá no ves repeticiones, por eso cada detalle se disfruta. Desde que pisé la primera escala sabía que todo en mi vida iba a cambiar, pasara lo pasara ahí dentro, se me iba a quedar en la memoria. Mi viejo y yo llegamos a la parte baja del estadio, después de subir las dos primeras tandas de escalas, aunque vamos para arriba nos quedamos un momento a ver el panorama. Por unos segundos veo que la cancha esta igual de linda que siempre y esos dos colores hacen que la ciudad se vea aún mejor. 

Ya subimos y nos sentamos en la mitad de oriental, está haciendo frío, pero ahorita con los saltos nos calentaremos. El estadio está hermoso, por donde lo veas es bello, el campo está listo, los arcos preparados, todo está en su lugar. Aquí sentado también se ven las publicidades alrededor de la cancha; los vendedores pasando por las gradas; la banda preparándose para salir; las personas tomando fotos; las pantallas ubicadas en sur y norte, llevando el conteo para empezar el partido; las luces que alumbran el campo y las de occidental alumbrando nuestras caras. Gorros, fiesta y sentimiento nos unen a todos, todo valió la pena para estar aquí, siempre valdrá la pena, ganemos o no, porque el fútbol no es perfecto, es fútbol, hace sentir y nada que haga sentir es perfecto. Ya solo falta que empiece el partido. De un momento a otro me doy cuenta de que tengo la mirada estática en el suelo, mi piel fría y mis manos temblorosas. Siento en la gente una euforia distinta, alzo la mirada y ahí están, saliendo del camerino. ¡Ni me di cuenta cuando dijeron la alineación! Quién sabe qué cosas más habrán pasado mientras la ansiedad me consumía, pero ahora, viendo lo que estoy viendo no tengo más palabras para describir este partido, solo me cabe decir que, sin fútbol, la humanidad no podría existir un minuto más. 

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