La violencia que duele en mi barrio

Por: Angely Vanessa Machado Díaz

Grado Noveno

I.E. Antonio Derka Santo Domingo

Tallerista Laura Melissa Moncada 

Comunicación Social y Periodismo

Universidad Pontificia Bolivariana 

 

Santo Domingo es un lugar encantador, cálido y tropical, con amaneceres, atardeceres y anocheceres perfectos, pájaros volando por los cielos, una gran variedad de árboles, flores y personas maravillosas. Pero siempre en todo lo bueno hay algo malo y mi barrio no es la excepción.

El colegio Antonio Derka Santo Domingo está ubicado en medio de tres barrios, entre los cuales existen fronteras invisibles que han impuesto las bandas que venden incontables cantidades de drogas, mandan en cada uno de esos territorios y que son muy violentas, por esto, los integrantes de cada una de ellas no pueden cruzar hacia el territorio de las demás.   

Eran las 5:00 de la mañana del primero de agosto de 2022. Me levanté como era usual para ir a estudiar. Tenía bastante frío, entonces me tomé un chocolate con galletas. Procedí a bañarme, me puse el uniforme y me terminé de organizar para salir hacia el colegio. Parecía un día normal. Estuve en clase de matemáticas, el profesor nos dejó tarea en parejas y las demás clases pasaron sin novedades. 

A las 12:00 en punto sonó el timbre y me fui a la casa de una de mis compañeras a terminar la tarea. La hicimos tan rápido que antes de las 2:00 p.m. yo ya iba camino a mi casa. Era un día normal por lo que caminaba sin prisas, ya no tenía ningún pendiente. Pasé de nuevo por mi colegio y vi a un integrante de una de las bandas parado justo donde no tendría por qué estar: entre las fronteras invisibles. Todo pasó muy rápido. Otra persona, quien sí pertenecía a la banda que controlaba dicho territorio, agredió con un machete al hombre como si se tratara de un visitante indigno, de un ser prohibido, así llegó a sacarlo, ya que con su voz no fue capaz y, con la mirada vacía, huyó sin volverse ni una sola vez. 

Ese momento me partió el alma. Yo quería ayudarlo, quería hacer algo, pero solo me alejé; empecé a caminar con más rapidez, la paciencia con la que iba me abandonó, ahora me tenía agarrada el miedo y me llevaba corriendo. Entré a mi casa y ya no salí más. Dormí toda la tarde, me desperté a las 7:30 y salí hacia la casa de mi mejor amiga, Sofía. El piso estaba húmedo y las calles se cubrían cada vez más de neblina. Ya no era un día normal, era una noche triste. Apenas llegué, le pregunté a Sofía cómo se sentía y su respuesta fue que no se sentía bien. Lo que yo presencié en la calle, ella también lo vio, aunque desde dentro del colegio. Justo cuando ella estaba en descanso, vio cómo empezaron a bajar por una escaleras del barrio muchos hombres armados con machetes y piedras porque su amigo, el joven al que yo vi en esa esquina, no sobrevivió. Ellos bajaban en busca de venganza y se hicieron justo al frente del otro barrio para enfrentarse con la otra banda. 

Ese día que empezó como cualquier otro se volvió todo un caos. La policía llegó, disparó tres tiros al aire como aviso para que las personas no salieran de sus casas y, a su vez, los tipos que estaban armados huyeron del lugar. A partir de ese día militarizaron los barrios y los llenaron de policías. 

Yo me devolví a mi casa y, mientras caminaba, noté que las personas estaban afuera como si nada hubiera pasado. Al llegar encontré un mensaje del coordinador del colegio que decía que las clases estaban suspendidas hasta nuevo aviso; también, que cuando se retomaran era importante que fuéramos con el uniforme todos los días porque esto era lo único que nos podría proteger. Y es que nosotros portábamos el uniforme no porque fuera lo normal o lo adecuado, sino porque era lo que nos podía salvar de aquellos que dicen mandar en el territorio que es de todos, aquellos que normalizan la muerte, que están volviendo a los jóvenes drogadictos y violentos. Me causa tristeza y me pregunto: ¿por qué no respetan a las familias? ¿Por qué se creen los dueños de algo que nos pertenece a todos? ¿Por qué?

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