Que la gente no dormía, que deambulaban todas las noches, que comían productos japoneses y que los socorristas extendían una sábana blanca para monitorear la cantidad de ceniza que caía del Ruiz... Esos son algunos de los recuerdos que tiene Carlos Iván Márquez, director de la Unidad Nacional de Gestión del Riesgo, quien para ese entonces tenía 20 años y era un novato socorrista de la Cruz Roja. Armero fue su primera misión lejos de su tierra, Norte de Santander.
Hoy, al frente de la entidad del Gobierno que se encarga, entre otras cosas, de atender las emergencias, advierte que desde hace un par de años el país está más preparado para atender una emergencia de la proporción de Armero, ya que hoy Colombia es de los pocos países que tiene su propio manual de asistencia humanitaria.
Recuerda que el grupo de socorristas nortesantandereanos llegó un mes después de la avalancha. Que todavía en la zona había un olor azufre que se pegaba en la ropa y que en los albergues la gente comenzaba a relatar el drama.
“Me conmovía mucho el comportamiento de las personas en la noche, no dormían y eso a mí me trasnochaba. Me di cuenta que se despertó ese don poético en las personas y hacían cantos y todos eran referentes a la avalancha. Otra cosa que me llamaba la atención era que todos los días extendíamos un manto blanco en el patio del albergue y ahí revisábamos si caían cenizas. Había temor, teníamos la amenaza encima”.
Márquez, el socorrista, estaba encargado de purificar el agua y de coordinar el almacenamiento de víveres. Tenía a su cargo los albergues de Lérida y de Venadillo y todos los días, iba y venía, en moto entre un municipio y otro.
“Mi rutina de trabajo empezaba muy temprano porque debía madrugar mucho para recibir los carrotanques y purificar el agua para la gente en el albergue. Luego coordinaba el almacenamiento de la bodega y el despacho de los alimentos. Aprendí a manejar una cuatrimoto y así viajaba entre Lérida y Venadillo”. Luego, desde entonces, Armero existió en el mapa para él. “Hablar de Armero era nuevo para mí, no era un lugar conocido en la provincia. Recuerdo que nos dieron unas alcancías para recoger plata en los semáforos y yo para acordarme escribí en mi alcancía ‘Armero’ con marcador”.
Durante el mes y medio que estuvo al frente de los albergues, fue poco lo que durmió. Insiste en que no era capaz de irse a la cama tranquilo viendo a la gente deambular.